La muerte del arquitecto de La Romana, cuyo cuerpo sin vida fue hallado en la Oficina de Obras del Estado, será otro escándalo a tapar. Ese punto putrefacto y maloliente hay que sellarlo para que no se descubra el entramado de corrupción oculto tras la asignación de una obra del Estado.
Se trata de una furnia sin fondo, de una profundidad sin cuenta que se inicia desde la misma asignación de la contrata, que implica la entrega de un porcentaje del total del monto con el primer avance, hasta porcentajes de cada pago que recibirá el contratista por las cubicaciones sucesivas.
Nadie sabe en cuánto está sobrevaluada cada una de las obras ejecutadas con fondos públicos, ya sea de ayuntamientos o del gobierno central, a través de las múltiples instancias que construyen esto y lo otro para el Estado.
Se trata de un ejercicio como el de buscar una aguja en un pajar, hallar una obra cuyos constructores no hayan sido mordidos por uno y otro funcionario.
Lo interesante es que todos sabemos que eso ocurre y callamos, aceptamos como si se tratara de un ejercicio legal, honesto, serio, humano.
No. El que le roba al Estado es tan ladrón como el que le roba a un particular. En eso no hay exclusiones ni permisos. El que roba es ladrón siempre que se trate de la apropiación un bien ajeno. Y las contrataciones, avances, cubicaciones de obras deben estar libres de buscones, logreros, abusadores y funcionarios apoyados por superiores civiles o uniformados, curas o seglares.
Los grandes témpanos de hielo de los extremos sur y norte del mundo no muestran todo su tamaño, sólo permiten ver la cúspide de un cuerpo enorme oculto por las aguas del mar, igual ocurre con la corrupción.
Todo comienza desde el empleado que lleva los papeles, la secretaria que muestra sus encantos en una labor de pesca descarada, hasta el encopetado funcionario, hasta ayer un desbaratado, que adquiere aires de perdonavidas que solo autoriza y firma el desembolso, cuando el beneficiario ha cotizado a todo lo largo de la cadena del macuteo,
Resulta revelador darse cuenta de cuánto ha profundizado la corrupción en la mente de nuestra gente, que ahora se alarman y rompen las vestiduras por la muerte del joven arquitecto David Rodríguez cuya vida, obviamente, fue un poema a la consagración, al estudio, a un ejercicio profesional que lo enredó en la maraña de los préstamos abusivos, del desbordamiento del poder ensoberbecido y de una impunidad que muestra la descomposición social que atravesamos.
En una semana le echan arriba otro escándalo y se queda todo como con los obreros que se envenenaron en el túnel de la presa Tavera-Bao que el Ministerio Público nunca le prestó atención.