De fondo, puede que haya un determinado de fatalismo, no solo en los dominicanos, sino en razas y pueblos esclavizados o subyugados por largo tiempo. También entre los que no ven salida a su situación estructural de dependencia y sometimiento real o simbólico a países más desarrollados, que llevan la delantera y nos avasallan y someten de alguna forma; sin que veamos posibilidad clara de librarnos.
Atraso, subdesarrollo, dependencia no son solamente condiciones objetivas, sino subjetivas, lo cual suele llevar a actitudes de fatalismo, auto abandono relativo, o desistimiento de la competición entre las naciones delanteras. Increíblemente, de esto ni se habla, ni se piensa.
Un país pequeño, que ha sido producto y víctima de grandes potencias, desarrolla formas de quietismo respeto a la dominación y régimen que padece. Mayormente cuando ha padecido intervenciones militares, y dictaduras apoyadas en intereses de grandes naciones.
Pero el quietismo también dimana de la cantidad de firmes creyentes en la existencia y acompañamiento real de Dios en sus vidas; Una de las razones por las cuales los dominicanos somos un pueblo pacífico y pacifista. Cerca de un 25% son evangélicos, y muchos más se declaran católicos y creyentes.
Además, cerca de 40% tiene ayuda directa del Gobierno; 20 % recibe remesas: más de 30 % trabaja o hace negocio con el Gobierno (o parientes suyos).
La mayoría milita o simpatiza por partidos, con expectativa de mejoría personal, y considera que tenemos un buen Gobierno. El resto, clases medias, gentes de ingresos estables, se inclinan mayormente a mantener su calidad de vida. Y no pocos piensan emigrar. Debemos, además, entender que la corrupción generalizada no genera rebeldía sino sedición. Y más corrupción. La rebeldía se origina cuando hay una opresión fuerte y sentida y una capacidad moral de indignarse.
Cooptación, infracción, soborno, seducción, complicidad, temor, sumisión, confusión: son parte de la rutina de nuestras multitudes. Para que haya revuelta tiene que haber deseo, y esperanza definida, de que algo vaya a cambiar. O convencimiento de que las cosas van a empeorar. Hay países cuya depresión y abulia respecto del cambio, su desinterés o desesperanza no da lugar siquiera a la indignación; menos a la concertación de expectativas de transformación social. (Siquiera acordar respecto la inmigración haitiana).
José Ingenieros advertía sobre la “complicidad con el pasado”, con el statu quo. Cuando también hay soborno generalizado, cooptación de canales de expresión, hay tendencia a la depresión colectiva; que se traduce en consumismo, entretenimiento, evasión y religiosidad opiácea, como dijera Marx: un inmovilismo cómplice.
Un cuadro psico-sociológico que no genera transformación colectiva, sino inconductas individuales, malacrianzas, improvisaciones y “espontaneismos” perversos; o sea, más de lo mismo.
El rompimiento tendría que llegar desde otro lugar: como un encuentro de los dominicanos consigo mismos, con sus valores y sus gestas heroicas, y con la esencia de su ser cristiano, que no admite esclavitud una vez conocida nuestra condición de criaturas e hijos del Dios altísimo. Compromisarios del proyecto de libertad, igualdad y dignidad para toda la raza humana.