En el “Informe de Percepción de la Corrupción 2016” la organización Transparencia Internacional analiza 176 naciones señalando que 69% de ellas quedaron con una puntuación inferior a 50 donde “0” refleja altos niveles de corrupción y “100” niveles de corrupción mínimos. Expresión de cómo poderosos y ricos se siguen aprovechando de la tolerancia e impunidad global en desmedro del “bien común”. Funcionarios y líderes de cuello blanco se alían cercenando potencialidades de desarrollo y posibilidades de atender necesidades urgentes de buena parte de la población. Nunca se avanzará mientras se tolere un sistema que convive y llega a justificar la corrupción.
Al divulgarse el informe anual sobre la corrupción en el mundo el presidente de esa organización global, José Ugaz, advirtió que en “demasiados países, las personas se ven privadas de sus necesidades más básicas y se acuestan con hambre cada noche debido a la corrupción, mientras los poderosos y corruptos gozan impunemente de una vida de lujos” y agregó que no había “tiempo que perder. Es necesario combatir la corrupción con urgencia, para que mejore la vida de las personas en todo el mundo”. Sus afirmaciones son contundentes pero lamentablemente el virus social – corrupción – que invade a todas las sociedades se alimenta de la ambición desmedida por la riqueza material que el sistema alimenta, encubre y protege. El análisis tiende a centrarse en el sector público, sin dudas la principal fuente de cohecho y corruptela, pero no la única. No pocas veces ambos sectores se confabulan y entremezclan. Los casos más sonados últimamente, que estremecieron a múltiples países, tienen su detonante en el sector privado – Odebrecht, Petrobras y la compañía productora de los aviones Tucano – lo que ha expuesto al sol las pandillas de funcionarios y empresarios que se enriquecen a costa, en definitiva, del erario público. ¿Acaso Brasil y sus empresas son los únicos que incurren en esa práctica? Los “Papeles de Panamá” igualmente sacaron a la luz a cientos de empresarios que recurren a los “paraísos fiscales” disponibles para eludir el pago de impuestos, sustrayéndose así de las contribuciones, obligatorias y morales, a los presupuestos de sus respectivos países. Esos “Papeles” son únicamente unas pocas hojas de las toneladas de páginas que bien pudieran, y debieran, denunciarse. Una de las debilidades de las denuncias sobre la corrupción de organizaciones e instituciones internacionales es que, de facto, bendicen ciertas “indelicadezas”. Es inconcebible, por ejemplo, que en un informe donde se denuncia el cáncer de la corrupción global se diga que Argentina está haciendo muy bien porque está implementando una política neoliberal suplantando las medidas de un gobierno anterior que no gozaba de simpatía en los medios financieros internacionales, mientras que, a la vez, se considera que el actual gobierno ha establecido un “record” mundial del monto de amnistía fiscal para que el empresariado que había depositado en “paraísos” y evadido impuestos retorne sus capitales sin mayores consecuencias. ¡Qué ejemplo para los que fueron decentes y honorables!