Cuando publican los “scores” y “averages” que tenemos en los registros internacionales sobre corrupción, y luego muestran las cifras que del presupuesto nacional van a parar a manos de los que defraudan al Estado; y los volúmenes de evasión de impuestos, lo que debemos hacer, no es meramente alarmarnos, quejarnos, amargarnos; sino que de lo primero que debemos hacer es averiguar cuánto implica todo eso en “costo de oportunidad”.
Lo peor no es necesariamente que unos funcionarios se “embolsillen” millones del Presupuesto, destinados para obras y labores institucionales a favor de los ciudadanos; sino especialmente todo lo que ellos dejaron de hacer, el tiempo que malgastaron “craneando”, escondiendo, disimulando, sobornando, despilfarrando y celebrando, en horas laborables, sus fechorías.
Y todo lo que no llegó a miles que quedaron sin recibir servicios: de salud, educación, seguridad, vigilancia, y tantos otros; porque los encargados de estas funciones estaban malgastando el tiempo y los recursos que debieron utilizar para organizar sus departamentos, para planear estrategias de optimización del uso del dinero, las tecnologías modernas, los nuevos conocimientos, y horas hombre del personal (incluyendo vagos y botellas que solo van a cobrar los días 25).
Uno de los conceptos claves puesto de lado por muchos funcionarios es el de “costo de oportunidad”. Concepto igualmente importante para todo individuo, padre de familia o soltero. Se trata del costo de la alternativa a la que se renuncia cuando se toma una determinada decisión; lo que incluye los beneficios que se pudieron haber obtenido si se hubiese elegido la opción alternativa (y la correcta). Son aquellos beneficios a los que renunciamos cuando tomamos una decisión (incorrecta).Pero también pensemos en la corrupción privada, en lo que nos perdemos por estar en francachelas, por ser tan relajados y divertidos, y tan cómplices por omisión, por dejar hacer y dejar pasar.
El asunto se aprecia en todos los aspectos de la vida nacional. Cuando estamos en esos tapones de cada día, tantas gentes haciendo nada durante horas en las calles, gastando tiempo, combustible y vehículos.
Además: ¿qué tantos vehículos y gentes tienen que andar en las calles a todas horas. ¿Somos a caso un país de “uberistas”, taxistas, moto-conchistas, agentes vendedores, visitadores a médicos, turistas; obligados a estar en las calles en horas pico, cada uno solo en un vehículo? La falta de transporte público adecuado explica solo una parte. Todo eso es derroche, pésimo manejo nacional del concepto de costo de oportunidad.
Elijamos lo correcto, tomando buenas decisiones, buscando lo bueno, tanto en el diario vivir como en nuestra vida espiritual. La Palabra nos dice: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”. (Mateo 25:21).
Cada cual júzguese a sí mismo, y en las elecciones venideras pensemos en el costo de oportunidad de elegir gentes que tienen poco o nada que darles a sus comunidades; en esos gastos comiciales extraordinarios, pagaderos con deuda externa, con intereses, bonos, dólares, divisas. Sobre todo, pensemos en lo que les legaremos a nuestros nietos y futuras generaciones…en corrupción y oportunidades desperdiciadas.