Creo que todos estamos de acuerdo en que la corrupción, en todas sus formas y variantes, se ha convertido en pandemia en la República Dominicana de la mano de la impunidad, su inseparable compañera de cama. En qué momento ese dejar hacer dejar pasar, ese permitir que los depredadores del Estado se paseen orondos estrujándonos en la cara sus fortunas malhabidas se convirtió en una “cultura” es tarea pendiente de sociólogos, politólogos y otros cientistas sociales, pero en el mientras tanto basta decir que el asunto va de mal en peor y que no hay señales a la vista de que las cosas vayan a cambiar. Las pruebas de que esa “cultura” está profundamente arraigada entre nosotros, hasta convertirse en parte de nuestra vida cotidiana, están en todas partes, como nos recuerdan los periódicos y noticieros de televisión prácticamente todos los días. Pero hemos dejado de notarlo, pues de tanto repetirse se han convertido en algo “natural”; por eso a nadie parece preocuparle que a estas alturas no sepamos quienes fueron los legisladores y otros jorocones que cobraron en dólares para aceitar la compra de los Tucano a Brasil, ni que las redes de la justicia se muestren tan débiles para atrapar a los pejes gordos de los escándalos de corrupción. Y tan extendida está la creencia de que a la sombra del Estado y desde cualquier cargo público se puede robar sin que al ladrón le pase nada, que hasta los “allegados” se sienten con derecho a beneficiarse de esa impunidad, que puede hacerse extensiva a otras diabluras. Ese parece ser el caso de Blanca Bautista Martínez (La Doña), señalada como cabecilla de una organización criminal dedicada al narcotráfico con asiento en la región Este, quien según el Ministerio Público “se sentía protegida” dada su condición de suplidora de varias instituciones del Estado, sin que haya quedado claro si esa protección realmente existía o si era solo un “sentimiento” de la susodicha. ¿Usted qué cree?