Corrupción, partidos y valores

Corrupción, partidos y valores

Los valores no tienen partido. Los corruptos del PLD no deberían invocar, para justificarse, a los corruptos del PRD. No hay ninguna estrategia que justifique el desprecio real por los valores, porque ellos son como un cemento invisible que une la sociedad, y si en la cúspide los paradigmas tejen la permisibilidad como una genialidad del juego político, la sociedad se encanallece, y el desasosiego va encalleciendo el espíritu.

Es lo que pasa ahora. Lo predominante es una experiencia común de una sociedad que puede vivir en o debajo del umbral de la conciencia. Sobre el hormiguero humano de esta media isla, cada cual cultiva su pequeño jardín, como quería Panglos, aquél célebre personaje de Voltaire. Lo que importa es triunfar, sin importar las vigilias, las austeridades y los trabajos del otro. Aquellos “hombres que se guían por la razón, es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, y no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres,  y por ello son justos, dignos de confianza y honestos”- según los define Spinoza en su “Ética”- entre nosotros son desdichados y huelen a pendejos. Casi son merecedores de la burla por derecho propio.

Un mercenario de la palabra es quien mejor sabe de esto. Ni la inteligencia, ni la ética sirven para nada en la sociedad dominicana de hoy. Ningún trapo sagrado flamea ya sobre la patria. Después de la muerte de Trujillo, las ideologías (Marxismo, Socialcristianismo, etc.) proveyeron una propuesta de redención que desentrañaba la naturaleza social de las ideas de la época, y los grandes líderes que emergieron de los movimientos sociales y políticos de la década de los años sesenta del siglo pasado (Manolo Tavárez, Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Francis Caamaño) se trascienden a sí mismos porque son expresiones concentradas de las aspiraciones colectivas. Todo eso ha muerto. Ya no hay proyectos colectivos.

 Ahora no se puede mirar la existencia armado de valores, ni proclamar un verdadero desprecio por antivalores como la corrupción. Todo cierra la individualidad sobre sí misma. No hay canallas, sino relaciones cuantitativas entre los actos humanos (Un mercenario de la palabra, para sentirse recompensado de su misión, cuantificaría los actos de Reynaldo Pared con los de Orlando Jorge Mera, o los de Díaz Rúa con los de Miguel Vargas Maldonado, pero la corrupción es la misma perversión expandiéndose en un larguísimo periodo de la historia).

Y es por eso que un corrupto es  solo corrupto  cuando milita en el partido del otro. Y es por eso, también, que la concepción patrimonial del Estado es ideología tanto del PRD como del PLD, así como de las numerosas siglas de “emergentes” que pueblan la fauna política nacional. Sin la concepción patrimonial del Estado no se puede explicar el fenómeno de Leonel Fernández. En esta ideología el Estado se objetiva como botín de guerra, propiedad del partido o grupo que detenta el poder.

Concepción patrimonial y corrupción brotaron ambos en el mismo árbol, y son episodios tan recurrentes en la vida institucional de nuestro país, que el sentido común ha terminado por coexistir con ellos como algo natural. A Reynaldo Pared jamás se le hubiera ocurrido inventarse el “Barrilito”, si en la legitimación de sus actos no actuara la concepción patrimonial del Estado. Un mercenario de la palabra es quien mejor sabe de esto.

Lo que el país necesita es sembrar la idea y regularla con una práctica cuidadosa, de que todo el funcionamiento del Estado se financia con la actividad general de la sociedad, y que las yipetas en que andan los funcionarios públicos, las funditas y las hojas de zinc de las campañas, los viajes para satisfacer la megalomanía del presidente, los presupuestos que ellos manejan, y hasta los celulares, los pagamos todos. Porque en este país  el individualismo se hace corrupción frente a la ausencia de proyectos sociales. Y en esa circunstancia es que  los corruptos del PLD invocan a los corruptos del PRD para justificarse.

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