Para referirnos a la corrupción y a la percepción de la corrupción, se requieren dos modelos: uno intelectivo y uno interpretativo.
El modelo intelectivo debería ser, en teoría, un modelo lo más cercano posible a la objetividad, la cual se logra generalmente a través de la ciencia, o sea, de la observación y medición científica. Ocurre, no obstante, que la ciencia no es capaz, en cuanto respecta a la medición de muchos hechos sociales, de proveernos una medición exacta. Por lo cual, lamentablemente, estamos obligados a medirlos mediante la percepción y la opinión de los ciudadanos consultados mediante una muestra probabilística.
En cuanto a causas y efectos, aunque pareciera que la percepción está primero que la opinión, en la realidad, la opinión puede ser anterior a ésta, o más bien, en una relación dialéctica, una especie de diálogo permanente. Con el concomitante y fuertemente influyente efecto de las opiniones de otros.
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El asunto se complica especialmente en nuestros días, cuando los “medios de opinión” se multiplican y diversifican, y aunque, como señalaba alguien recientemente, los diarios más serios eran y son propiedad de sectores o grupos interesados, los dueños eran actores identificables y como dice la gente, tenían mucho que perder; y si publicaban o difundían mentiras en sus periódicos, se exponían a demandas judiciales y la pérdida de credibilidad.
Las ciencias sociales han hecho esfuerzos serios para medir la opinión pública, es decir, lo que la gente cree o dice creer. Lo cual no siempre es lo mismo, pues ante un extraño visitante encuestador puede sentir temor de decir su verdadero parecer, especialmente si es la señora a quien se está entrevistando en presencia de su marido, o viceversa, dependiendo del tema en cuestión. También es posible que respondan sobre temas y problemas que no conocen a fondo para no parecer ignorantes ante el extraño.
Recientemente hemos tenido la buena noticia de que un organismo internacional de bastante credibilidad ha publicado que nuestro país ha mejorado en cuanto a su Índice de Corrupción; un mérito del gobernante actual, quien también, en una encuesta renombrada de nuestro país recibe una aprobación de un 60%, que lo considera “un buen gobernante”. Un puntaje bastante aceptable, si consideramos la complejidad de los problemas nacionales y la multiplicación de “comunicadores” que suelen operar como agentes de grupos interesados y como extorsionistas y chantajistas por cuenta propia. Llegando “las redes” a ser un componente de las luchas de opinión, acaso superior respecto a los que reciben recursos del Gobierno, de grupos de interés nacionales o extranjeros.
Estamos frente a un descontrolado y devastador efecto de la IA, (Inteligencia Artificial) sobre una población cuasi analfabeta, con demasiadas urgencias y apetencias, expuesta a las innovaciones e invasiones ultramodernas de “las redes”; al mismo tiempo que se desarrollan planes para la suplantación total de los paradigmas éticos de la Inteligencia Espiritual (IE). La cual, aunque relegada y descuidada, es lo que puede salvarnos del globalismo y otras maquinaciones éticas y cibernéticas.
Procuremos una mejor conexión con la IE.