Corrupción y cultura

Corrupción y cultura

SAMUEL SANTANA
Sería un craso error tratar de limitar el tema de la corrupción en República Dominicana a una sola gestión de gobierno y al ámbito puramente político. Se trata de un práctica perniciosa de muchos años de existencia y muy enraizada en la sociedad dominicana.

Fue en una de las gestiones del Partido Reformista que el doctor Joaquín Balaguer llegó a decir que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho. Pero el mal era practicado antes que él y después de él. Los informes, los sondeos y la percepción en los últimos años indican que la corrupción es tema de mucha preocupación a lo interno y externo del país.

La evaluación que hace sobre la materia Transparencia Internacional en el tramo histórico en que nos encontramos, indica que el panorama no ha variado mucho con relación a los parámetros anteriores.

La corrupción continúa existiendo en el seno de la sociedad dominicana.

Y la realidad es que no es exclusiva de los políticos, de los partidos y de los funcionarios de Gobiernos, es, más bien, un fenómeno cultural.

El problema es que estamos acostumbrados a valorar la corrupción según la magnitud del hecho. Es decir, hablamos del funcionario o del gobierno que desvía cuantiosos recursos, pero no hablamos de las variables pequeñas donde los ciudadanos ejecutan, también, la acción.

¿Cuándo se han visto los medios dando seguimiento al enjuiciamiento de un policía, de un recogedor de basura del Ayuntamiento, de un vendedor de material pirateado, de un servidor público o privado por exigir pago por un servicio gratuito al ciudadano?

Sin embargo, son esas prácticas pequeñas los indicadores de un comportamiento social tenido como normal y que en el 2006 significó más de seis mil millones de pesos, según Gallup.

La lucha contra la corrupción no es solo atacar a un funcionario, a un partido o a un Gobierno, es cambiar la actitud, el pensamiento y la conciencia moral y cívica de nuestros ciudadanos.

Esta no es una práctica que se ejecuta sólo. Cuenta con la participación, confabulación, acción, silencio y estimulo de muchos.

Causa horror escuchar a una madre repetir a su hijo la frase aquella de «hijo hazte de dinero honradamente, pero si no puedes, hazte de dinero».

Todos somos culpables, responsables y corresponsables de este mal. En lugar de denunciar y condenar celebramos, compartimos, recibimos y tratamos con admiración sumisa a quien debe ser abochornado, procesado y condenado por esta práctica odiosa. La corrupción es una manifestación más de los antivalores que se entronan en la sociedad y que necesitan ser combatidos en las escuelas, en las iglesias, clubes, reuniones, a través de los medios de comunicación y, sobre todo, en el seno de la familia.

El afán por dinero, lucro, poder y reconocimiento está destruyendo el carácter, los valores, responsabilidades, compromisos y obligaciones de mucha gente.

Sin obviar los mecanismos coercitivos, es la sociedad misma la que tiene que tomar la decisión.

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