El tema de la corrupción es sumamente complicado. De entrada se afirma que ha existido siempre y en todas partes. Pero no es imbatible. Hace relativamente poco era un tema marginal, que apenas interesara a la población. No se tenía plena conciencia hasta qué punto y de qué manera influía y determinaba niveles de enriquecimiento y pobreza.
El caso Baninter fue aleccionador. Pero múltiples han quedado en el olvido, no obstante su notoriedad, y poquísimos son traducidos en arrestos, juicios públicos y cárceles jamás pensadas. La sociedad civil, débil entonces, mantenía un perfil bajo ocupada en otros asuntos que tangencialmente tocaban el marasmo de la corrupción, sin profundizar sus implicaciones y graves consecuencias que hoy ocupan lugar de preeminencia. Recientemente, en Santiago, fue celebrado un importante panel abordando ese capítulo.
Los gobiernos han dictado leyes y decretos que violan impunemente, creando organismos de fachada, no sometidos ni unos ni otros al intenso monitoreo de la sociedad civil organizada, a las denuncias permanentes de abusos y crímenes del narcotráfico y hechos bochornosos de corrupción que difunden a diario los medios informativos y las redes sociales, y desnudan valientemente programas investigativos en televisión, poniendo en jaque a los implicados y a las autoridades incapaces de tomar iniciativas propias, someter y llevar a prisión o destituir deshonrosamente a los responsables de fraudes, robos, falsificaciones, desfalcos, malversaciones. Toda una gama de acciones perversas cometidas por quienes no podrían justificar, con trabajo honrado, las enormes riquezas acumuladas.
Cansada de tanta corrupción, impunidad, abusos y miserias, es natural que la sociedad se movilice, arme sus protestas y se una al clamor por una mayor transparencia, el fin de la impunidad y el fortalecimiento de un estado de derecho donde la seguridad social, el respeto a la dignidad humana y la igualdad de oportunidades, sean el norte orientador que nos gobierne. Y que organismos internacionales, apáticos y a veces cómplices de esas perversidades, empiecen a ocuparse y a demandar conductas y comportamientos éticos, garantes de un mejor empleo de los fondos públicos y del manejo de préstamos internacionales que, dejados a la apetencia de políticos inescrupulosos y sus aliados, terminan enriqueciendo sus bolsas y empobreciendo a los demás.
En la medida que la corrupción va ganando espacio, se acentúa la pobreza. La posibilidad de superarla y de un auténtico desarrollo, desaparecen. Esta cruda realidad acusa el atraso y la pobreza de nuestro país, que ocupa un tercer lugar entre los más pobres de la región, con niveles irritantes de pobreza, opulencia y corrupción. El fin de las ideologías, del mundo bipolar, ha roto el equilibrio de una globalización mal entendida (Stiglitz) y abierto campo a un neoliberalismo salvaje e inhumano que desprecia las ventajas y el bienestar que deberían acompañar a una filosofía mundialista, desarrollista, igualitaria, con rostro humano, ignorada en aras de una voracidad que dramáticamente aumenta los índices de corrupción, pobreza y marginalidad a nivel mundial.
El flagelo de la pobreza nunca podrá ser eliminado sin una decidida acción estatal y la acción estatal nunca podrá lograr sus objetivos mientras persista la corrupción. La lucha por combatir la pobreza y erradicar la corrupción está en la base de nuestra encrucijada nacional.