Cortando la libertad a Aristide: las opciones son pocas y perturbadoras

Cortando la libertad a Aristide: las opciones son pocas y perturbadoras

WASHINGTON.- Hace 10 años, un ex sacerdote haitiano llamado Jean-Bertrand Aristide vivía separado de la Procuradora General Janet Reno por un corredor fuertemente vigilado en un edificio de departamentos de Washington. Tocaba la guitarra para relajarse, vivía la vida de un monje y esperaba el fin del exilio.

Tenía una legión de seguidores -principalmente campesinos pobres- en Haití, donde había sido elegido presidente pero había sido derrocado en un golpe de estado. Así que durante casi tres años, esperando ver si Occidente apoyaba sus esfuerzos por regresar, hizo giras por Estados Unidos y Europa, atrayendo a estudiantes curiosos, activistas y políticos. Hablaba en parábolas que dejaban a los no haitianos rascándose la cabeza pero trasladaba a sus fieles a la risa y la esperanza, y se erigía como símbolo de la democracia misma.

Desde el principio, sin embargo, hubo problemas. Críticos dijeron que había buscado el exilio él mismo. Mientras aún estaba en Haití, había hablado en favor del «collar», la práctica de colocar neumáticos en llamas alrededor del cuello de un enemigo, para provocar temor en el corazón de sus oponentes. Sus sermones estaban llenos de frases anti-estadounidenses. Algunos haitianos dijeron que estaba mentalmente desequilibrado; un perfil de la CIA dijo que gobernaría con violencia.

Eventualmente Estados Unidos le ayudó a recuperar el poder, pero ahora los críticos de Aristide dicen que la historia les ha dado la razón. Ante la deserción de sus simpatizantes y una extendida rebelión, la semana pasada se encontró abandonado por Francia, que le pidió renunciar, y colocado a distancia por el secretario norteamericano de Estado, Colin L. Powell.

Cuando se le preguntó si Aristide renunciaría, Powell respondió: «Espero que examine la situación en que está y haga un cuidadoso examen de cuál es la mejor forma de servir al pueblo haitiano esta vez».

La historia de Aristide comprende mucho de lo que es Haití, un lugar donde pocas cosas son exactamente como se presentan, donde las promesas de que las condiciones mejorarán casi nunca se cumplen, y donde los funcionarios de fuera a menudo sólo tienen malas opciones.

Durante los primeros días del actual levantamiento, cuando figuras sombrías entraron furtivamente por la frontera dominicana y empezaron a capturar las ciudades menores de Haití, el impulso de la comunidad internacional fue apoyar a Aristide. Es lo más cercano a un líder democráticamente elegido con que Haití puede contar, aun cuando retuvo el poder con la ayuda de pandillas extra-legales, ganó su segundo mandato en el 2000 en una elección que la oposición política boicoteó, y es acusado por sus críticos -incluidos altos funcionarios en Washington- de corrupción y gobernar por medio de la intimidación. Su apoyo dentro y fuera de Haití ya se había erosionado.

Robert Maguire, experto en Haití y profesor del Trinity College en Washington, dijo que Aristide se intoxicó con el poder.

«Siente que no tiene que participar en el juego político haitiano tradicional», dijo Maguire. «Es como él dice: ‘Soy el rey del mundo’. Así es como ha gobernado. Ha alineado a muchas, muchas personas».

Incluso algunos estadounidenses que quieren apoyar a Aristide dicen que tienen dudas. El senador Bob Graham, demócrata de Florida, defensor de enviar una fuerza para estabilizar a Haití inmediatamente, lo llama «más que una desilusión». Aristide, dijo, había prometido «sacar a Haití de su larga historia de crisis y pobreza. No ha sucedido. De manera que tiene que asumir parte de la responsabilidad».

Pero la perspectiva de cortar libertad a Aristide plantea la cuestión de las consecuencias. Empiezan con establecer el precedente de permitir que enemigos políticos y sus pistoleros laxamente aliados derrocen a otro gobierno elegido en un hemisferio que pensaba que había terminado con ese tipo de ciclo.

Aun así, el gobierno estadounidense ha apostado en gran medida a la oposición política, que incluye coaliciones de personajes de grupos como la élite empresarial de Haití, sindicatos y maestros. Critican el populismo de Aristide pero afirman apoyar los principios democráticos. Un líder prominente, Andre Apaid, es un empresario nacido en Estados Unidos que rechazó varios esfuerzos de Powell la semana pasada por llegar a un acuerdo que dejara a Aristide conservar el poder nominal.

Funcionarios del gobierno estadounidense insisten en que no están alentando a los golpistas. Entre aquellos vistos como alternativas a Aristide están Leslie Manigat, ex presidente que fue derrocado por los militares después de cinco meses en 1988, y Marc Bazin, ex funcionario del Banco Mundial y candidato presidencial. Ambos han sido tomados en serio en Washington como hombres que defienden un mejor gobierno y los derechos democráticos.

La oposición violenta es otra cuestión. Según la mayoría de las versiones, es un grupo encabezado por varios ex oficiales de las fuerzas armadas que Aristide desintegró. Han salido del exilio en la República Dominicana.

Los líderes rebeldes incluyen a Guy Philippe, de 35 años, ex comisionado de policía con un historial que Human Rights Watch considera «dudoso»; Louis-Jodel Chamblain, ex agente paramilitar que ha sido acusado de numerosos asesinatos políticos; y Jean-Pierre Baptiste, un asesino convicto que había sido líder local de una fuerza anti-Aristide conocida como Fraph.

Ahora pertenece al Frente de Resistencia Artibonite, dijo Human Rights Watch. El frente, anteriormente llamado el Ejército Caníbal, impuso el régimen de Aristide en la ciudad de Gonaives antes de que su líder fuera asesinado. El hermano del líder, Butteur Metayer, culpó al presidente y llevó al grupo a rebelarse.

Pese al éxito de los rebeldes en sembar el caos, muchos funcionarios estadounidenses estaban diciendo la semana pasada que podrían ser sólo unos cuantos cientos. Lo que realmente preocupaba a los funcionarios era la perspectiva de que una crisis humanitaria estallara antes de que pudiera resolverse la turbulencia política. Advirtieron que Puerto Príncipe, la capital, pudiera caer en la anarquía y un derramamiento de sangre a gran escala. Esto, a su vez, pudiera llevar a enormes cantidades de haitianos a hacer lo que ha menudo hacen en las crisis: construir barcos y dirigirse a Florida.

El Presidente George W. Bush, que no puede permitirse esa perspectiva en un año electoral, puso en claro la semana pasada que un éxodo no sería tolerado. Aristide advirtió que su derrocamiento de hecho crearía esa inundación.

Nancy E. Soderberg, quien estuvo con el Consejo de Seguridad Nacional de Bill Clinton cuando Aristide fue reinstalado con el apoyo de tropas estadounidenses, dijo que hay una lección en las opciones al parecer imposibles que se enfrentan hoy: que el mundo no debe salirse de países fracasados demasiado pronto. «Tenemos que permanecer involucrados mucho después de que se establezca la paz o la historia se repite», dijo.

Pero eso, en cierta forma, es una manera optimista de declarar cómo se sienten los expertos.

«Se puede apreciar la frustración de la comunidad internacional», dijo Joshua Sears, embajador de Bahamas en Washington. «No podemos estar haciendo esto cada 10 años. Simplemente es imposible».

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