Cortejo de viejo sabio

Cortejo de viejo sabio

Fui testigo de la muela que mi amigo septuagenario, divorciado y rico, le dio a una agraciada mujer de cuarenta años, directora de contabilidad de una acreditada firma comercial, divorciada, madre de un adolescente.

-Es obvio que le caigo bien, y usted es la mujer que más me ha atraído hasta el día de hoy, y aunque es grande nuestra diferencia de edades, obtendrá algunas ventajas si se involucra conmigo en una relación sentimental.

Una carcajada mezcla de halago, burla y timidez, acometió a la dama, tras lo cual me miró para ver mi reacción.

– Una de esas ventajas- continuó el ya declarado pretendiente- es que nunca le propondré matrimonio, lo cual la librará del fardo de la viudez, y cumplidos seis meses de romance le pondré en su cuenta bancaria medio millón de pesos; ah, y se sobreentiende que durante ese periodo cubriré la totalidad de sus principales gastos. Además, tendrá un hombre de solvencia moral que la acompañará en las reuniones familiares, fiestas, actos culturales, y otros eventos a los que asista.

– Consulte a sus padres y al hijo-dijo, visiblemente emocionado-  sobre si no es más conveniente un noviazgo con respaldo económico que una jamonería aburrida. Y algo que no se si debo decirle es que si de repente se quiere amancebar con otro, la dejo en paz mientras le dure el antojo. Si rompe con él, y estoy libre y disponible, retomamos el embullo, lo que indica que seré puente de transición entre uno y otro hombre con los cuales se apasione. Y si con alguno contrae matrimonio, entonces desistiré de esta especie de adoración casi masoquista, y se librará de mí por los siglos de los siglos, amén.

Creí que el setentón había concluido su exposición, pero quedaban algunas cosas en su penthouse pensante.

– Como la vejez implica blandura de carnes, temblores inoportunos, reducción del vigor puteril,  babeo imprevisto, y achaques inevitables, mantendré en la relación una condición de subalterno. Y en una época en que abundan los maltratos del hombre contra la mujer, en nuestro caso eso no sucederá, debido a que si peleamos al puño, el noqueado seré yo.

La dama y yo nos reímos con gusto, mientras el añejo pretendiente permanecía impasible.

Han transcurrido varios meses, y al parecer la dama no sucumbió ante las “razones de peso” esgrimidas en aquella ocasión por su acaudalado admirador.

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