Cosa espantosa es la ingratitud

Cosa espantosa es la ingratitud

La ingratitud es torva, arisca y más agresiva que la hidra de siete cabezas que moraban en los pantanos de Lerna. La ingratitud está siempre en acecho para herir a quien gratitud merece. Resulta mejor servir y jamás esperar ser servido. Hay que esperar los zarpazos de las garras del terrible león de Nemea. La hidra de Lerna y el león de Nemea, vencidos solamente pudieron ser por el mitológico Hércules.

En la patria del Baluarte y de Capotillo, hombres hubo que fueron sus cabales servidores. Pero llegaron a viejos y ser viejos por la patria olvidados. El caso de Duarte y su familia resulta lastimero. En Caracas, propiamente en la esquina formada por las calles de Pájaro con Zamuro, en un cuchitril en el 1876 murió Duarte como pobre de solemnidad y lo enterraron como un real menesteroso en el cementerio “Tierra de Jugo” de la parroquia de Santa Rosalía. El pobre Duarte al final de sus días vendía “Velones caseros”; pero cierto majadero dijo que en Caracas Duarte era un industrial.

Otro triste caso de un servidor de la patria por ella olvidado, fue el de Florentino Rojas llamado “Florentino el sordo”. La noche del 27 de febrero mientras se enarbolaba la tricolor bandera, Florentino en su tambor tocaba la diana inmortal que despertó con libertad a los moradores de la Ciudad Primada. También el 19 de marzo en Azua, con su tambor Florentino animaba a los combatientes que derrotaron a Charles Herard. Florentino falleció a los ochenta años achacoso, pobre y abandonado. A la carrera, seis vecinos lo condujeron al cementerio, lo metieron en una tumba ajena… y de ella fue desalojado. Imitando a Federico Bermúdez “el poeta de los humildes”, continuamos con algunos desamparados.

Enseguida mencionamos a dos bravos que lucharon por la patria y de ella conocieron las injusticias. Ellos fueron Manuel de Regla Altagracia y León Mieses.

Altagracia fue propagandista de las ideas separatistas y la noche del 27 de febrero presente estuvo en el Baluarte, se fue a la guerra y llegó a ser comandante de un batallón. En lo tocante al otro, o sea a León Mieses, fue integrante del “Regimiento Ozama de Infantería”. Los dos combatieron con denuedo en las largas campañas del Sur. Y por coincidencia los dos murieron viejos, pobres y olvidados, un día del mes de noviembre del 1889. El año siguiente, el día 13 de mayo de 1890 murió otro servidor de la patria, el capitán Juan Liberato, soldado de muchas hazañas en la guerra de independencia, resultando uno de los combatientes más renombrados del “Primer Regimiento de infantería”. Este denodado servidor de la patria, murió anciano y sumido en la más completa y desastrosa miseria.

El capitán Juan Liberato puede ser un antepasado de uno de los olvidados de la epopeya del 1965. Ahora refiriéndome estoy a uno de los “abrileros” más dignos de la gratitud del pueblo dominicano: El coronel Agustín Liberato Morrobel.

Cuando este desamparado murió, de su enterramiento se hizo cargo el legendario navegante César De Windt Lavandier. En conversación con el sapiente Contralmirante, me dijo: “Mire aquí se habla de muchos guapos. Pero yo en mi vida, no he conocido a nadie más guapo que ese “negrito” que se llamaba Agustín Liberato Morrobel”. Sabido fue que por culpa de un submarino alemán, de las aguas bravas del mar Caribe con vida salieron De Windt, Liberato y otros, solamente por puro milagro.

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