Cosas de Hipólito

Cosas de Hipólito

Durante el feriado de Navidad y de Año Nuevo decidimos matar el ocio leyendo algunas obras almacenadas en el tramo de nuestra biblioteca denominado «cosas pendientes de lectura». Uno de esos libros con 541 páginas en su interior correspondió a la colección periodística «Cosas de Hipólito», recopilada y editada por la amiga ex subdirectora del clausurado diario El Expreso, licenciada Cándida Figuereo. Admito que al ver integradas en un volumen las ocurrencias del ciudadano presidente de la República, Hipólito Mejía, más que hilaridad lo que aquello provocó fue preocupación y pena.

Encontrar expresiones hacia los comunicadores tales como «pila de babosos», «las pendejadas que hablan ustedes los periodistas», y de que «hablan muchísimos disparates», deprime el ánimo de quien busca encontrar otro estilo y contenido en las frases de la figura estatal número uno del país. Peor todavía es la conducta que observa hacia un ex jefe de Estado como es el caso del Dr. Leonel Fernández cuando le dice: «Soy de la línea de Mamá Belica, del perro de Mamá Belica, si me quieres te quiero y si no me quieres, te muerdo». El parecer del Presidente sobre la denuncia de mal manejo en el concurso para la construcción del acueducto del Noroeste fue el siguiente: «Yo no le respondo a babosos». Pronto tendrá Cándida que hacer una segunda edición ampliada en donde seguramente incluirá esta filigrana del 2004: «El poder es para ejercerlo y el que piense lo contrario que se meta a practicante de peluquería».

Luego de haber arribado a la última página de las pinceladas, ofertadas con el mejor de los deseos por la periodista Figuereo, tuvimos que buscar con urgencia una fuente que nos ayudara a explicar dentro de una lógica racional la manera como articula su modo de pensar el gobernante. Para ello acudimos a revisar un excelente trabajo de la consultora en comunicación Sharon Ellison, de Oakland, California, titulado: Sacando la guerra de nuestras palabras.

En su ensayo Ellison propone la tesis de que cuando alguien utiliza las palabras, los gestos y el tono de voz a modo de armas para subyugar o tomar el control de los demás, está desarrollando una guerra por el poder. Afirma que esa forma continua de agresión y de amenaza verbal si se hace habitual se convierte en una adición para el individuo que la practica. Según la autora, los afectados entienden que solamente manteniendo el control del poder garantizan su seguridad y supervivencia personal. El vivir se les torna miserable cuando no ejercen influencia y autoridad en los demás. El afán de ganar y avasallar a sus adversarios se vuelve más importante que compartir los afectos entre los suyos y hacer el bien común. La obsesión del poder impide al afectado establecer lazos fraternos o reforzar la capacidad creadora y bienhechora.

Continúa argumentando Sharon en su concienzudo análisis que la final el sujeto víctima de su empecinamiento por retener la maquinaria de fuerza se enajena y aísla del conjunto, aumenta el número y acelera el ritmo de los conflictos, siembra temores, amenazas, desconfianza, cinismo y pérdidas. Cae de modo irremediable en un círculo vicioso de ataque, defensa y luego ataque de nuevo, sin que se vislumbre un respiro en ese ciclo adictivo.

Ojalá que no le pase a nuestro presidente «atípico» que concluya siendo presa de un efecto boomerang en el que de tanto insultar y dar boches a diestra y a siniestra, los agredidos aprendan y asuman el mismo comportamiento, con la diferencia que los dardos vendrían dirigidos contra su persona. A fin de prevenir tan entristecedor epílogo, le recomendamos leerse la segunda edición del libro Comunicación de la no violencia, lenguaje de la vida, escrito por Marshcall B. Rosenberg. Se trata de otro método eficaz para hablar sin agredir.

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