Cosas de La Voz Dominicana

Cosas de La Voz Dominicana

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Recientemente don Cuchito Alvarez D. publicó en su cotidiana columna “Coctelera”, sus autorizadas versiones acerca de la famosa casa de la cultura y del arte, que el sapiente Freddy Miller Otero nombraba “El manicomio mejor organizado”. El misteriosamente esfumado poeta y escritor, conoció cabalmente el Palacio Radiotelevisor de la calle Ciudad de Miami número 5, porque vivió dentro de sus entrañas.

A esa legendaria casa del Arte y de la Cultura y después de conocerla personalmente, el locutor cubano Evelio Otero Montes de Oca en la revista Bohemia de La Habana, la calificó como La Siberia Radial de América. El español don Salvador Martínez y Martínez (Smart) la nombrada la cárcel sonora y una bella y monísima actriz nuestra la apellidaba “la vaina diaria”, por las iniciales de L. V. D. Y algunos locutores y algunos telefonistas la titulaban entre ellos, “la casa del amo”. Eso así porque Manelich el protagonista de Tierra Baja, le daba ese nombre al déspota que era el único dueño de la tierra, del amor y de la vida: El amo.

Hay que decirlo sin ambages, en esa Siberia radial hubo en demasía enfermos de adulonería y fanáticos afiebrados prestos a lustrar las cadenas.

Hubo un locutor que debemos llamar “El Compadre”, así y nada más. El no visitaba la casa paterna, alegaba él, porque sus progenitores no comulgaban con el mandonismo imperante. Esos padres habían perdido a su hijo mayor y por ende hermano del locutor. El perdido apareció colgando en una habitación de un hotel propiedad de unos orientales.

Cierto día el famoso “Compadre” invitó a un compañero a la barra de “don Eliseo” para darle a leer una carta que le había enviado al “Jefe”. Le pedía permiso, autorización para organizarle el homenaje hasta entonces no acaecido. El homenaje, el desfile de los pordioseros, de los mancos, de los cojos, lo que sería una verdadera corte de los milagros, como la que alude Víctor Hugo de Los Miserables. El invitado al conocer el contenido de la horrible carta se alarmó y se atrevió a decirle “Compadre no mande esa carta que lo van a fusilar. Porque los enemigos en el extranjero dirían que el homenajeado es el culpable de la desgracia de esa multitud”.

El compadre expresó: “Qué me fusilen porque ya yo la mandé. A mí no me va a pasar nada. A usted si le va mal por pensar atrevidamente quién es el culpable de la tragedia de esas gentes”. El compadre fue tan dichoso que ni lo llamaron para amonestarlo.

Otro caso digno de mención fue el de un español con aires de titiritero que le pidió una beca al Fundador, o sea al amo de la casa, para hacerse control y operador de las consolas y demás aparatos que se utilizaban para las transmisiones. El español todos los días por cartas le informaba a don José Arismendi el logro cotidiano de sus aprendizajes. Pero un día lo tentó el diablo y mandó una misiva para provocar la fácil ira del fundador. Le comunicó que nubes de mosquitos lo fastidiaban de noche, que él confiaba en su buena pro para acabar con esos dípteros perturbadores. Don Arismendí llamó al comandante policial Darío Beato Isla para que le sacara inmediatamente ese español de su emisora, y que no lo dejara entrar jamás.

Freddy Miller Otero decía que el Palacio Radiotelevisor era “el manicomio mejor organizado”. Realmente parece que él sabía lo que decía.

Pues bien, continuamos a seguidas. Y tenemos el caso de un aficionado al canto que paró en demente. Se llamaba ese pobre hombre Jacobo M., el amo de la casa le concedió una beca para la flamante Escuela de Canto y Música, nombrándolo además como inspector de estudios. Jacobo tenía la cabeza grande y cuadrada y le pusieron “el águila de dos cabezas”, porque en esos días estaba proyectándose la buena cinta de ese nombre.

El inspector de estudios y estudiante de canto se resintió especialmente con el operador de consolas Alcides V., y empezó a aclarar que ya él no era Jacobo M., ni el águila de dos cabezas, sino que su nombre verdadero era “Jaromid Kilowatte. Algunos de los informes o reportes que enviaba para la Dirección General lo llegó a firmar como Jaramid Kilowatte. Lo llamaron a presencia del señor director, lo observaron de cerca y lo notaron divagante y muy atolondrado haciéndose necesario internarlo en el “28” de la carrera Duarte.

Finalmente, recordamos que la voz de oro y seda de la radio nacional don Julio César Félix y González (Don Bubito), a sus gentes de confianza que eran muy pocas le decía: “Esta casa tiene maleficios para algunos, que desde que llegan aquí, se creen guruces y lugaruces. Esos aquí se trastornan y no paran en nada bueno. No tienen aquí buen fin.

Y para darle la razón a Bubito llegó a La Voz Dominicana un muchachón corpulento, muy inquieto y algo atrevido que quería hacerse notable. A este muchacho vamos a recordarlo con el nombre de Luis M., era el nuevo inspector de estudios pariente cercano de unos famosos estudiantes de ingeniería, que se pasaron en la universidad, de diez a doce años y no se graduaron nunca.

Una noche Bubito sorprendió a Luis escribiendo en su maquinilla, cada locutor tenía asignada una maquinilla. Bubito inquirió que escribía Luis. El osado muchacho le manifestó que escribía una novela. Y le repitió a Bubito “estoy escribiendo una novela y eso no tiene nada malo, porque Rivas J. las escribe y yo también puedo”. Bubito le expresó: “tú tienes toda la razón y que Dios te proteja, para que no te ocurra como al que sustituiste…a Jacobo M.”.

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