Cosas de negros y de blancos

Cosas de negros y de blancos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
¿Dime una cosa, Lidia, ese babalao es amigo de tu familia? -Claro, mi madre lo recomienda siempre porque acierta en todos los casos y es pobre. – ¿Quiere decir que hay babalaos ricos? – Desde luego, Ladislao; los babalaos que trabajan directamente con los jefes militares y los del partido tienen muchas ventajas y puede decirse que viven bien. Los hay instalados con verdadero lujo porque sacan beneficios de sus relaciones con el gobierno. Se sabe de algunos que han descubierto conspiraciones contra el Estado. En estos casos son premiados con viviendas, muebles, enseres, privilegios escolares para los hijos. Etanislao es un hombre bueno y bien conectado. Trabaja con San Lázaro y Santa Bárbara y al mismo tiempo con los burócratas de la Secretaría de lo Interior. – ¿Qué tienen que ver Santa Bárbara y San Lázaro con los pronósticos de Etanislao? – Para todos los santeros Babalú-ayé es San Lázaro; y Santa Bárbara es Changó en la isla entera. Son fuerzas que actúan en el mundo y afectan a los hombres y a las mujeres. Etanislao sabe mucho y no se aprovecha de nadie; no hace maldades con las potencias yorubas, no prepara brujerías de mala fe; por eso es pobre y respetado y los niños no le temen. Los adultos le aprecian porque es capaz de hacer servicios por amor a la Virgen de Regla. Es un hombre serio que reza para que las parejas críen los hijos y permanezcan unidas.

Ladislao dejó de mover la mecedora y se quedó mirando fijamente a Lidia. La cara cuadrada, esa boca apretada, el ceño arrugado del húngaro, hacían gracia a Lidia. – ¡Qué bien te queda la camisa de miliciano, Ladislao! Me gusta que te pongas ropa cubana. Deberías comprar una guayabera. Dime que quieres comer esta noche; pregunta lo que te de la gana, que para eso estoy yo aquí, Lidia Portuondo, una mujer entera, de Guanabacoa, provincia de La Habana, criada con toda su leche. Quítame los ojos de encima que me pones nerviosa. Ladislao estiró los labios en una media sonrisa complacida. -¿Lidia, Etanislao hace plegarias a la Virgen de Regla? – No seas tonto, él invoca a Yemanyá; tendremos el camino abierto para el viaje a la Sierra Maestra, a Santiago de Cuba; sólo hay un lugar que no debemos pisar, no lo olvides. – Me acompañarás a la otra punta de la isla? – Todavía no lo sé con seguridad; depende de mi trabajo. ¿Has puesto acaso un día preciso y obligatorio para el viaje? La fecha puedes muy bien acomodarla con antelación.

– ¿Oíste lo que dijo el babalao sobre la parte del pasado que recordamos y la parte que olvidamos? – Sí, desde luego; escuché lo mismo que tu; lo que él dijo, lo dijo delante de los dos. – Pero los hombres no escuchan de la misma manera que las mujeres; ni los oídos húngaros son iguales a los oídos cubanos. – No digas esas necedades; la música, por ejemplo, es un lenguaje universal. Todos los hombres y las mujeres del mundo pueden escuchar un piano o un violín. – Es verdad, pero no escuchan los instrumentos de igual modo. Lidia se levantó de la silla, cruzó la pequeña terraza, entró al comedor y encendió la radio. Se oyó enseguida la voz de un locutor que decía: “hemos tenido el placer de presentar a ustedes en nuestro programa de música tradicional tres piezas inmortales: Los hombres no lloran, Esas si son cubanas y el célebre son, Mujeres, no se duerman. Volveremos después de las noticias”.

– Sube un poco el volumen – dijo Ladislao – para oír las noticias. – Son las mismas noticias de ayer y de esta mañana, replicó Lidia. Las repiten en la tarde y volverán a repetirlas al anochecer. Es mejor que esperemos la música. ¿Nunca has oído un danzón? ¿Sabes como suena la trompeta china? – No me has dejado oír las noticias; tampoco me das oportunidad de hacer preguntas; al contrario, eres tu quien me interroga. Nunca he oído una trompeta china; es imposible que conozca la música cubana sin haber vivido algún tiempo en la isla. – Ladislao, tu no conoces ni siquiera los instrumentos musicales de este país, concluyó Lidia mientras le arreglaba el pelo con ambas manos al húngaro.

– En mi país Santa Bárbara es patrona de los artilleros y su imagen se coloca siempre en los arsenales del ejército. Las mujeres de la edad de mi madre rezaban al Santo Niño de Praga. He visto miles de personas en Budapest postradas ante las reliquias de San Esteban. No creas que estoy asombrado por la religiosidad Yoruba. – Con sólo mirarte las cejas me entero enseguida de lo que piensas y de cuán chocante es para ti la vida en esta parte de América; y no sabes nada aún sobre las liturgias negras populares. ¡Oye eso que están tocando! Voy a subir la radio para que lo escuches mejor. – ¿Qué es eso que suena como una caja de perdigones? – ¿No te das cuenta de que son las maracas? ¿Sientes, al fondo, la marimbula? ¿Percibes el cencerro sordo? También están presentes los palitos, que marcan el ritmo con un sonido insistente de sapo contento. Cuando comprendas la función del bongó en la danza afrocubana, acabarás de entender las encuestas y datos estadísticos que te muestran en la oficina de la Unidad Científica. Hasta ahora sólo has visto bailar a una rumbera de salón, según he sabido por Azuceno. Ese es un espectáculo lleno de exageraciones y luces; sirve para atraer clientes blancos por medio de caderas negras. Pero esa no es la música del pueblo. Unicamente después que hayas atendido bien el acompañamiento del güiro sabré yo si puedo enseñarte a bailar un son cubano. Te llevaré a conocer una sonora, un conjunto musical, cuando distingas los instrumentos de percusión.

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