Cosas de Yuyo D’Alessandro

Cosas de Yuyo D’Alessandro

Teófilo Quico Tabar

Guido D’Alessandro, que en julio hubiese cumplido 86 años, tuvo una vida muy especial. No me voy a referir a nada que haya sido noticia de su vida política, mucho menos a las cosas que fueron narradas o confesadas por él mismo. Pero como pienso que a los seres queridos desaparecidos hay que recordarlos con alegría, narraré algo que con naturalidad y espontaneidad reflejaban su carácter particular.
En los años 60, a inicios del movimiento socialcristiano, en el original, verdadero, único y desaparecido Partido Revolucionario Social Cristiano, se crearon expectativas por un modelo político que preconizaba un mundo mejor. Se matizaban los principios éticos. Se proclamaba transformación moral y justicia social. Y se velaba constantemente para que la participación pública como privada de los dirigentes, se mantuvieran ajustadas estrictamente a esos preceptos.
Ubicados en esa época, y entendiendo los aferramientos dogmáticos e incluso confesionales de algunas personas que llegaron a confundir el movimiento socialcristiano con un movimiento clerical , exigían a todos los miembros de la organización, especialmente a los dirigentes, una conducta más parecida a la de un monje, que a la de seres humanos políticos.
Buscando brindarle a la sociedad alternativas diferentes en cuanto a lo moral, político, social y económico, y exigiéndole a los dirigentes, una vida pública como privada, absolutamente diáfana, se llegó a establecer dentro de los organismos superiores, un mecanismo de censura, que se denominó “Palinodia”. En el que había que confesar o admitir posibles errores, y compromiso a rectificar.
Dentro de ese contexto, Yuyo tenía mucho más mundo que los demás dirigentes socialcristianos. Provenía de estamentos económicos más elevados. Mantenía una vida social de mucha actividad, tanto en las tareas políticas como en el mundo empresarial, por lo que le pusieron especial atención.
No es que Yuyo hubiese hecho nada extraordinario o pecaminoso a la vista de dominicanos comunes y corrientes, sino que, como su comportamiento y personalidad era diferente en algunos aspectos a los de algunos dirigentes que confundieron los roles, entre políticos y sacerdotes, propusieron conducirlo a uno de esos consejos. Y fue sometido al proceso de Palinodia.
Allí reunidos, Yuyo escuchó los señalamientos que le hacían acerca de las cosas que a juicio de los acusadores no encajaban con los patrones de conducta que ellos entendían.
Básicamente que llevaba una vida social muy activa, la que consideraban poco adecuada.
Pero Yuyo, con su carácter abierto, sincero y sin tapujos, hizo la siguiente confesión: “Yo soy un Social Cristiano auténtico, solo que cristiano de la cintura para arriba, y más social de la cintura para abajo”. Hasta ahí llegó el juicio.
Ese era Yuyo, quien con su forma de ser y actuar no diferenciaba entre amigos y contrarios. Casi todo el que lo trató, lo quiso de alguna manera. Y como hay un proverbio que reza que: “A los muertos se entierran con sus deudas y sus acreencias”, a Yuyo lo despedí con el aprecio que le tuve, por encima de cualquier diferencia coyuntural. Y 7 años después de su muerte, lo sigo recordando con aprecio.