En un mundo con pretensiones de convertirse en más práctico, los seres humanos de alguna forma son utilizados como medios para el logro de unos fines, y degradados en el engranaje de la gran maquinaria de la organización económica y política.
Por esa razón durante mucho tiempo y sin ningún rubor se habla del “material humano” considerándolo indispensable y adecuado para cualquier empresa económica, no importa si para fabricar alimentos, medicamentos o armamentos.
Lamentablemente la mayoría es considerada como eso, material humano. Útil cuando las circunstancias lo requieren, útil cuando las necesitamos para una determinada jornada lo aconsejan; pero deshecho humano, cuando ya no se les puede sacar más, o cuando por conveniencia la maquinaria ya no se requiere.
Por eso, a pesar de las grandes dificultades por las que atraviesan cientos de miles de personas, con suficientes razones como para revelarse contra todo, absolutamente contra todo, encuentran en su mundo interior un contenido, una riqueza, una seguridad y hasta la felicidad que el mundo visible no ha sido capaz de brindarle, o ni siquiera darle la oportunidad para alcanzarla.
Por eso, en la medida que el mundo avanza, pero crece la brecha entre la riqueza y la pobreza, siempre será importante destacar que el humanismo y el cristianismo nunca han ocultado las influencias sobre la vida práctica en este orden de ideas.
Muy por el contrario, ambos han llamado la atención del hombre sobre el mundo espiritual situado más allá de los fines de la vida práctica, pues ese mundo da a su vida interior un contenido, una riqueza, una alegría, una seguridad, y por lo mismo una felicidad muy superior a la satisfacción de las necesidades de la vida practica. Sobre todo en medios como el nuestro, donde a tantos seres humanos se les hace difícil hacer siquiera posible la vida.
Por eso, habrá de continuar la alianza entre el humanismo y el cristianismo. Para que de una parte el humanismo no pueda arrastrar al hombre a la ilusión de que él es dueño absoluto de sí mismo, y de la otra parte no haya peligro de que el cristianismo, por un falso temor, menosprecie el poder del espíritu y precisamente por eso no reconozca las aportaciones del mismo, ni tampoco las tareas de la civilización y su responsabilidad respecto a ella.
En el denominado mundo moderno no todos los seres humanos tienen la oportunidad de lograr una formación humanista.
La vida de la mayoría de las personas está presa en el proceso de trabajo, buscando alcanzar la satisfacción de las necesidades de la vida práctica. Mucho más para los que no tienen acceso a esas fuentes de trabajo ni a los medios para lograr la satisfacción de esas necesidades.
Pero quienes tienen la posibilidad de consagrar su vida al humanismo y al cristianismo, tienen el deber y la obligación de obrar de modo que toda persona conserve viva o recobre la fe en el mundo espiritual, con sus exigencias y sus beneficios; es decir, en la fe, la verdad y el bien.