Pasando fugaz revista a lo que han sido los verdaderos resultados de dos de los más importantes hitos de nuestra historia reciente, la muerte de Trujillo y la revolución del sesenta y cinco, o sea, lo que estos dos hechos nos han dejado social, moral, política y económicamente, creo que efectivamente nuestra vida es un desastre.
No hay que contarle nada a nadie, ni sobre los muertos, ni sobre los vivos, ni sobre sus descendientes. Lo hemos vivido todo. El quien es quien está bastante claro. Y de la misma manera en que estamos de acuerdo sobre el desastre continuado, lo estamos en que el peor espectáculo que se nos ha ofrecido, el más ofensivo, sin lugar a dudas lo fue el Frente Patriótico en 1996. Todo lo demás, queda como un cuento infantil ante esa ignominia.
Pero además, los recuerdos de esos cuatro años del PLD están vivos, y así como fue indignante su llegada al poder, su estadía y su salida del mismo no lo fueron menos, eso sin mencionar los escándalos debido al repentino ascenso social acompañado del acceso a dineros así fueran únicamente sus sueldos; por lo menos un profesional de la ingeniería suicidado en su oficina y muchos otros amotinados frente al Palacio Nacional por la quiebra a la que los llevó la construcción del Nueva York chiquito.
No hay manera de olvidar cómo se transformaron aquellos aparentes pastores evangélicos con su Biblia bajo el brazo, en qué se convirtieron súbitamente, cómo su famosa dialéctica, sus respetados dogmas, se redujeron de repente a «en la política y en el amor, todo se vale»; «el mal comío no piensa»; «el pueblo no sabe lo que le conviene» y otras expresiones que de ahí no pasaban, cual de todas más despectivas hacia la población.
Si algo dejaron bien claro fue su total falta de la más mínima gratitud. Y son tan tremendos que ahora alardean del apoyo de Jacinto Peynado, quien precisamente terminó haciendo el papel de víctima del Frente Patriótico, pues aunque Balaguer apoyó a Leonel básicamente para que Peña Gómez no ganara, realmente le hizo una mala jugada al entonces candidato de su propio partido. Tanto en ese momento como ahora, la ausencia de escrúpulos, de recato, es deslumbrante. De Jacinto no digo nada, pues su papel en esta historia es secundario.
Los peledeístas hablan del problema energético como si no tuvieran nada que ver con él. Yo sería incapaz de repetir algunas de las cosas que se han dicho y se dicen de esa gestión gubernamental, independientemente de que las crea o no, pero son demasiadas las que se hicieron a la vista de todos y que algunos no hemos olvidado, peor aun, nos da grima la sola idea de que regresen al poder.
¿Se imaginan ustedes cómo declararían sus bienes los peledeístas, si habiendo sido desempleados o, (sin ánimo de ofender, porque entonces todos los admirábamos y respetábamos) chiriperos por tantos años, declararon bajo juramento patrimonios millonarios en 1996, y ahora al menos pueden alegar que tuvieron trabajo durante cuatro años y ahorraron porque son austeros (no he dicho comesolos, que conste)?
¿Se imaginan ustedes, otra vez, todos estos funcionarios coqueteando con los ricos, oligarcas, con todos aquellos con los que no tenían el menor contacto cuando todavía predicaban ciertos valores políticos y alardeaban de su pureza, rayana en puritanismo? Podría insertar aquí un extenso anecdotario de la antológica doble moral de los que en el pasado se autodenominaban «pequeños burgueses», y ocasionalmente admitían los vicios propios de esa clase, pero ¿para qué, si es bien conocida?
Mal estamos y mal seguiremos por un buen tiempo. Las calamidades están ahí, no se pueden ocultar ni negar. Aunque aprendí, tarde, a no guardar más luto ajeno, no tengo fuerzas para votar colorao. Del PLD, todo lo que pueda pensar (en contra), es poco. Mal contados, de los casi dos millones que votaron por Hipólito en el año 2000, por lo menos la mitad representaba el voto duro del PRD. Digamos que el sector externo aportó una cuarta parte y el voto de castigo la otra cuarta parte. Es impensable, sería absurdo que una porción considerable de esa suma vaya a votar en su propia contra esta vez. De manera que ejerzo mi derecho a escoger. Si lo que tenemos es un desastre o el otro, escojo mi desastre favorito: me quedo con Hipólito.