Cosette Alvarez – Piano, piano

Cosette Alvarez – Piano, piano

ROMA, It., UE No, no, no. Con el esfuerzo que hago para hablar y, sobre todo, entender el idioma italiano, más de treinta años después de haberlo estudiado sin haberlo practicado jamás, creo que mis medidas de prevención contra el Alzheimer quedan cubiertas. O sea, no es que me ha dado por volver a estudiar un instrumento que nunca llegué a tocar bien, sino que así se dice en italiano cuando debemos hacer alguna cosa al paso.

En estado de shock por los puntos de vista de los lectores expresados en los novedosos espacios a tales fines, y en un encierro obligado por los fuertes vientos de estos días, me puse a reflexionar. Y es que no puedo disimular el impacto que me produce que un lector me restriegue una buena vida que ya quisiera yo estar dándome y que hasta creo merecer, o la que escribe desde San Pedro de Macorís, extrañamente diciendo que no me lee justo debajo de mi artículo evidentemente muy brava conmigo porque, de acuerdo a su criterio, traicioné a la izquierda que me dio a conocer y me vendí al gobierno de Hipólito Mejía por un puesto en el servicio exterior, cuando yo creía que, por el contrario, sin haber sido izquierdista, al menos no militante, me había acercado a la coalición de las izquierdas atendiendo a un llamado de ellos a personas de comprobadas inquietudes sociales, preferiblemente con trayectoria de vida pública, para presentar candidaturas al Congreso y a los ayuntamientos, cosa que yo, habiendo pasado las elecciones, cuando les tuve suficiente confianza, les critiqué objetivamente, pues entre los que conocí en el camino había muchos que podrían haber sido candidatos mucho más idóneos que nosotros, los forasteros, que de haber ganado, no necesariamente representaríamos sus ideales ante las respectivas instituciones (para su tranquilidad, quedamos en excelentes relaciones y de que gozamos, gozamos y mucho, pero ése no era el plan).

Lo del nombramiento oficial, que había solicitado muchísimo antes y que no vacilé en aceptar, francamente, pensé que era un derecho que me asistía por el simple hecho de ser ciudadana y, más aun, una ciudadana sin compromisos partidistas, eso sí, con un cierto nivel de formación profesional y el conocimiento de varios idiomas. Pero, en fin, no cojamos cuerda, y menos teniendo la conciencia tranquila porque cumplimos cabalmente con nuestras obligaciones y un chin más. Además, tampoco voy a dejar de escribir. Lo he intentado muchas veces y siempre reincido.

No es posible que solamente nos lean con gusto, nos quieran o nos respeten cuando estamos, parecemos o nos mostramos rejodidos o barremos el piso con ciertos personajes y sus hechos. Ese no es un sentimiento sano. Y, como siempre he botado mis estados de ánimo negativos paseando, recuperé la andariega que hay en mí y me fui a pasear. Decidí dejar las grandes ciudades, que realmente me aterran, para cuando empiecen a desfilar todos los que me han prometido visitarme (recuerden que lo más probable es que en agosto nos boten a todos, así que vengan pronto) y, por supuesto, cuando mi economía se encuentre en mejor estado.

Entonces, aprovechando unos boletos de tren y autobús que deben ser usados dentro de una determinada fecha, para un determinado número de kilómetros y de horas a partir del momento de su convalidación, me fui, con mi hija como siempre, a Civittavecchia que, como Ladispoli, la ciudad donde vivo, está a orillas del mar Tirreno, sólo que es bastante más grande y tiene un puerto turístico y comercial importantísimo.

El trayecto en tren fue una delicia. El día, super soleado. Nada de viento. No demasiado frío. Pasamos por Cerveteri, que es un pueblo de gran interés arqueológico, donde en los próximos días empezaré un curso sabatino de Historia del Arte. Déjenme contarles, de paso (pero no se lo digan a Chicha, por favor), que me inscribí en unas clases nocturnas de salsa y merengue, con la finalidad de hacer un poco de ejercicio físico y conocer gente seguramente alegre. Me encanta bailar y me las doy de buena bailadora, pero no me veo metida en esas discotecas que se anuncian de salsa, sólo salsa, donde las mujeres no pagamos entrada, a mi edad, a riesgo de «comer pavo», como se decía en mis tiempos cuando no nos sacaban a bailar en las fiestas. Y nunca tuve el espíritu de bailar con desconocidos.

Ahora, sigo. Pasamos por Santa Marinella, de una belleza impresionante. Y, entre un pueblo y el otro, los campos de nueces (nogales), de olivos (olivares), los de trigo, los de olmos, … siempre mirando el mar de un lado y la montaña del otro. En menos de media hora estábamos en Civittavecchia, con tanta suerte que el síndico había dispuesto durante las fiestas que un trencito como los que tenemos en Santo Domingo en el Zoológico y el Botánico, pero con silenciador, diera un paseo por toda la ciudad, gratis. Luego, la caminata por el «lungomare» (costanera, malecón), el olor de aquel mar sin gran oleaje, la visión de las gaviotas, los veleros, las sardinas, el almuerzo en el restaurante chino, la llamada de Susi desde Santiago, ¿qué mejor regalo de Navidad podía haberme hecho?

Está decidido: «piano, piano», iré conociendo todos esos pueblos pequeños que nos rodean. De hecho, ya habíamos ido hasta Pratola, Sulmona, Avezzano, Tivoli con todas sus fuentes iluminadas, pero fue un viaje mortal, demasiado rápido, con cuatro cambios de tren de ida y cuatro de vuelta, en una diligencia más bien de trabajo. En esa ocasión, tuvimos la suerte de alcanzar a ver los hermosos paisajes de la nieve, apenas en las cimas de las montañas. Aunque maratónico, fue un viaje muy lindo.

No vayan a creer que hacemos esto en días de trabajo. Es que aquí el fin de semana de Navidad salió larguísimo porque el viernes 26 también era día de fiesta. Para el próximo, estamos invitadas a Salerno, cerca de Nápoles. Y tengo en mente ir a conocer los Castillos de Roma y la histórica Ostia, bien pronto. Les prometo contarles y así nos salimos todos un poco de tanta politiquería y de la cruda realidad de nuestras penurias. ¿De acuerdo?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas