Cosette Alvarez – Señor Antonio Castro, Bronx, NY:

Cosette Alvarez – Señor Antonio Castro, Bronx, NY:

Muy apreciado lector: Por la presente, acuso recibo y procedo a contestar su mensaje escrito en el espacio de comentarios debajo de mi artículo publicado el sábado 6 de marzo de 2004, que ni siquiera transcribo, sino que sencillamente copio y pego para que de ninguna manera se pueda alegar la más mínima modificación, al menos de mi parte (recuerde que no corrijo ni edito el periódico y espero que dejen la cita tal cual). Dice su comentario: «Ahora en eso te la pasas, escribiendo vanidades e intranscendencias. Tu te «ganaste» el carguito que tienes por atacar a Leonel. Has tu trabajo, para que no te boten. Defiende a tu jefe, aunque sea con las fabulas de juan th, pero defindelo».

Señor Antonio Castro, yo tengo a bien comunicarle que, en los años que llevo apareciendo en los medios, ni una sola vez se le ha ocurrido a un propietario, ni a un productor, ni a un director, decirme sobre qué debo o no debo escribir. Los artículos que me han sido vetados o censurados, por lo general, trataban sobre temas que de alguna manera habrían podido afectar los intereses económicos de los medios, es decir, se interpretaron como atentados a los clientes de publicidad, que representan la verdadera fuente de ingresos de los medios.

Entre los lectores, mucho antes de que tuvieran la oportunidad de comentar lo que escribimos en la edición interactiva, no fueron pocos los que se acercaron a mí, no a decirme sobre lo que debía o no debía escribir, sino a sensibilizarme con determinadas causas, la mayoría de las cuales incluí en mis temas, especialmente cuando disponía de espacio tres veces a la semana. Tampoco han sido pocas las causas de las que me he hecho eco sin que nadie me lo pida, porque muchas de ellas nos afectan a todos por igual y quién sabe…

Yo quisiera decirle que soy inmune a su comentario, pero ése no es mi estilo, no es el tipo de mentiras que suelo decir, porque no me divierten, no me resultan interesante. Me molesté y me molesté mucho con su comentario, al extremo de que aquí estoy perdiendo mi tiempo con usted. No sé cuántas veces tendré que expresar que mi entusiasmo sobre el espacio para comentarios se debe a que los mismos, en principio, enriquecerían la opinión pública, particularmente aquéllos con puntos de vista contrarios a los que planteamos. Jamás me cruzó por la cabeza que los lectores usarían ese espacio para verter toda su rabia contra nosotros, mucho menos en asuntos personales que, por demás, no son de su incumbencia.

Por ejemplo, ¿cómo se atreve a decirme que me he ganado un carguito por atacar a Leonel, cuando atacar a Leonel y a todo el PLD es algo que siempre he hecho de manera espontánea y gratuita? Usted, sin embargo, jamás me ha visto ni me ha oído atacando a ese señor en lo personal, primero porque no lo conozco, segundo porque, aunque tampoco las conozco, su madre y su esposa son dos mujeres a quienes respeto, como respeto a sus hijos. Ahora, no es ese respeto lo que me va a llevar a encontrarme bien la forma en la que él llegó al poder, ni su desempeño como presidente, ni como opositor ni como candidato de nuevo.

No sé a cuál de mis jefes usted me ordena defender. En realidad, mi jefe inmediato es el embajador dominicano en Italia. Nuestra máxima autoridad en la Florida, donde me encuentro actualmente con la debida autorización, es el cónsul general, pero en los Estados Unidos, es nuestro embajador en Washington. El jefe del servicio exterior dominicano es el señor canciller. Y, si se refiere al presidente de la República, le recuerdo que él también lo gobierna a usted y a todos los dominicanos, aunque no tengan un carguito ni ataquen a Leonel. Dígame ahora cuál de esos jefes entiende usted que necesita que yo lo defienda y ya veré si lo obedezco.

¿Usted conoce a Juan TH? Cuando yo lo abordé, en la redacción de El Nacional hace años, mis palabras fueron éstas: «¿Eres Juan TH? No estoy de acuerdo ni con media letra de las que escribes, pero me encanta tu estilo, tu manejo del lenguaje.» A partir de ahí, hemos mantenido una buena amistad y, por cierto, hay que reconocer que Juan TH es muy buen amigo. Al menos, solamente así se entiende que haya apoyado a Roberto Santana cuando fue candidato a senador por el Partido Reformista. Juan TH mantiene un programa de radio y otro de televisión con colegas de otros partidos, uno peledeísta y una reformista. Hasta donde lo conozco, sé que escribe y dice lo que piensa, sin esperar que todo el mundo vaya a estar de acuerdo con él. Y, para que a usted le dé más rabia, ahora le digo que fue Juan TH quien me puso al habla con el presidente Mejía para conseguir este carguito que a usted tanto le irrita.

Sí, el presidente Mejía no quiso nombrarme fuera del país, como era mi deseo, hasta que ni hija no se graduara de bachiller (me aconsejó tal como lo hacen los amigos que se ocupan de los detalles, y tenga la amabilidad de leerme al pie de la letra, porque en este momento no me estoy refiriendo a su gestión), por lo tanto, cuando mi hija estaba terminando sus exámenes finales, por cierto, en el misma escuela y el mismo curso que uno de los hijos de Juan TH (y también una hija de Colombo, por si le interesa saber más), le pedí a Juan TH que me llamara cuando fuera a grabar «Una vez a la semana» para hacerle saber al presidente que en breve mi hija sería bachiller y que todavía yo quería salir del país. Así fue, señor Castro.

Quiero que sepa que ni el nombre ni la figura de Leonel Fernández jugaron ningún papel en esta historia. Del carguito, creo que ya no me queda nada por contar, que lo he escrito y publicado todo, y he pagado caro por ello. En cuanto a los temas, que usted se permite considerar intrascendentes sin que yo pueda devolverle la pelota porque usted no está expuesto al escrutinio público, yo decidí ocuparme de asuntos que siguen afectando las vidas los ciudadanos y las ciudadanas, porque no tengo nada que aportar a la contienda política, y no tengo que jurarle que la prensa está saturada, envenenada de eso.

Ya escribí sobre los inmigrantes, ése que tanto pique le dio sobre los metrosexuales y bipolares, y el próximo, que no fue éste mismo por causa de usted, será sobre los matrimonios y las adopciones de niños entre los homosexuales. Hoy mismo, el domingo que ocupo en escribir, me he escapado de un desayuno entre madres solteras con sus hijas y tengo mucho que transmitir de esta experiencia. En fin, son esos grupos de seres humanos que existen y que hemos dejado de tomar en cuenta por la maldita politiquería. Los mismos por los cuales, pensándolo bien, me lancé a la vida pública. Me disculpa, pero no siento que debo pedirle permiso para eso. Ni tampoco me privaré de atacar a Leonel y al PLD cuantas veces lo considere oportuno.

Le recuerdo, don Antonio, que usted no tiene obligación de leerme. Tiene derecho a disentir, pero no a insultarme. Como he recomendado a otros, le sugiero que escriba usted de lo que quiera y le deseo mejor suerte con sus potenciales lectores, entre los cuales, no le quepa duda, me contaré.

Publicaciones Relacionadas