Costo de oportunidad de los políticos

Costo de oportunidad de los políticos

La rebelión de las masas tendría sus consecuencias, advertía  Ortega y Gasset. Con anterioridad, el rey Salomón nos decía: “Por tres cosas tiembla la tierra, y por una cuarta no puede sufrir: por el siervo llegado a rey,…” (Prob.30.21-22). Desde luego, son afirmaciones que contienen prejuicios de clase. Las sociedades, sin embargo, tienen también buenas razones para desconfiar de personas de dudoso o desconocido arraigo social.

Se trata de que a menudo los ciudadanos no conocen bien la trayectoria de determinados candidatos. Peor que eso es lo que está ocurriendo aquí, que muchos sí saben acerca del individuo, pero no les importa. Porque cuales Esaú, cambian la posibilidad de un buen gobierno por unos pesos o un sueldito.

Pero no deja de preocupar que algunos de los candidatos más prominentes no tengan claras procedencias o que, al menos, si se saliera a preguntar por ellos se encontrara el domicilio de alguno de sus progenitores.

Tampoco se sabe en qué equipo jugaron, la escuela en que estuvieron o quienes sus maestros. Especialmente en cuestiones ideológicas, o simplemente, sus ideas, si las tienen. Porque nos es poco común que políticos y funcionarios se asocien con narcos, o los encubren sólo porque se trata de que son amigos. Y, lamentablemente, la amistad, para quienes tienen escasos valores morales, viene a ser el único valor reivindicable.

Como tampoco se sabe a qué iglesia fueron, ni si tienen algún temor de Dios, la sociedad no sabe a qué se arriesga. Tenemos gentes en altas esferas, que han mezclado el ateísmo socialista con la depravación y la crueldad del capitalismo. Aunque hay que decir que la cárcel de Najayo es privilegiado testigo de que ser de élite es lo que cuenta.

El peligro está, primeramente, en la falta de proyecto espiritual personal.

Lo que se agrava cuando ni los dominantes ni los dominados tienen conciencia ni proyecto de clase, ni perspectiva de la Historia. Peor es aún, cuando ni siquiera tienen temor de Dios.

Pueden así realizarse arreglos entre políticos, grupos y sectores en los cuales no es posible identificar ni el interés de clase ni el de partido y mucho menos el del país; tratos que carecen de valor histórico y cuya vigencia es perentoria.

Que piensen  sus autores y actores, en el enorme costo de oportunidad  que ello representa para el país, pero sobre todo, para ellos mismos, en términos de la posibilidad abortada de servir a su pueblo y a Dios.

De lo cual un día no lejano tendrán que responder, no ante el mítico “tribunal de la historia”, sino ante el ineludible e inexorable tribunal de Dios. ¡Que cuenten con eso!

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