Costoso valor del Estado

Costoso valor del Estado

Asociaciones de empresarios piden que los fondos del Fondo no se vayan al fondo. La aprehensión sentida está más que justificada. A lo largo de años han escuchado que el Gobierno Dominicano prepara la reducción de los gastos corrientes. Por alguna artimaña jugada por los números, en vez reducirse los montos de esos gastos de administración del Estado, se han inflado. En el proceso se ha llegado al déficit fiscal que se cubre con fondos del Fondo y con otros fondos. Preocupación que siente la gente de empresa es que los números de sus actividades no crecen de igual manera. Tampoco el pueblo advierte mejoría en su capacidad adquisitiva o en su nivel de vida. Y entre tanto, comprometemos y empeñamos una elevada proporción del ingreso público para ese gasto corriente y servicio de deuda.

Los economistas jamás podrán explicar el fenómeno. Suposición que hacen los defensores de una política de expansión del gasto corriente es que éste impulsa las economías nacionales. Algunos que ejercen funciones públicas también han externado como propuesta que el financiamiento ajeno sostiene el crecimiento económico. La realidad ha probado lo contrario. Tampoco los economistas darán satisfactorias razones ante lo contradictorio del fenómeno.

Ningún abultamiento de gastos superfluos y de simple administración impulsa las economías, doméstica o pública. Inconvenientes y perturbadores son los déficits que surgen en las economías, doméstica o pública. La dependencia de préstamos para sostener gastos superfluos o de simple administración conlleva debilitamiento de ambos planos de la economía de una nación. Las elevadas obligaciones deudoras de los gobiernos degeneran las economías, doméstica y pública.

El padre de familia que disipa y dilapida sus ingresos, empobrece a los suyos, entristece su hogar. El gobierno que distrae lo aportado por el procomún al crecimiento colectivo -por inadecuada administración o por corrupción- envilece al pueblo. Los recursos -económicos y de otra naturaleza- producidos por los padres están idealmente llamados a ennoblecer la casa. La parte que como impuestos a los recursos producidos por un pueblo se paga a los gobiernos, ha de destinarse al ennoblecimiento de la Nación.

Una casa es ennoblecida cuando los padres procuran mejor calidad de vida para sus hijos. Esa obra implica proveer a los vástagos del temor a Dios, de una amplia educación doméstica, cívica y formal, de salud e inclinación al trabajo productivo: Cuando los padres dedican sus ingresos a asistir a fiestas y bailes y al vestuario apropiado para ello, abandonan el objeto primario del matrimonio y del hogar. La tarea del Estado, multiplicada y diversificada, marcha por esos caminos. Pero si los gobiernos se vuelven costosos, le será imposible volverse instrumentos de bien común. Y muy por el contrario, serán una rémora para los pueblos.

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