Previo a las elecciones presidenciales de julio pasado, la percepción generalizada en los medios de comunicación y la ciudadanía era que si el candidato opositor, Luis Abinader, ganaba las elecciones, recibiría un desastre de país arropado por una grosera deuda externa, los desórdenes de corrupción rampante y las crisis económica y sanitaria sin precedentes que ningún otro candidato, incluyendo el oficialista, querría realmente enfrentar.
Durante las últimas 3 ó 4 décadas, nuestros gobernantes han tenido como aliados circunstanciales algunos elementos de orden mundial que les han permitido justificar sus fracasos frente a la sociedad y, en muchos casos, sus diabluras administrativas y actos de corrupción.
Ejemplos son los vaivenes de los precios del petróleo y la oscilación del valor del dólar norteamericano.
Sin embargo en la actualidad se ha producido una situación excepcional con la colocación de bonos del Estado por valor de 3,800 millones de dólares en el mercado internacional, lo que ha llenado de júbilo a los salientes y entrantes gobernantes porque los primeros entienden como una demostración de su eficiencia “manteniendo una sólida economía” que acredita a la República Dominicana como buen deudor y capaz de seguir “cogiendo fiao” y los segundos lo ven como un soberbio soporte de arrancada, santificando indirectamente la práctica de empeñar o vender por pedazos al país, incluyendo la anterior transacción en enero de este mismo año, que implicó otros 2,500 millones, lo que representa 6,300 millones de dólares ó 365,400 millones de pesos en menos de un año, sacando provecho a la crisis sanitaria actual resultando ambos bandos beneficiados por la covidmanía, que achaca todas las irresponsabilidades y vagabunderías a la presente pandemia del covid19.