Creación poética y crítica literaria (2 de 2)

Creación poética y crítica literaria (2 de 2)

DIÓGENES VALDEZ
Sin eufemismo alguno, Santo Domingo es el termómetro cultural del país y todo lo que acontece en la más vieja ciudad del Nuevo Mundo repercute en el territorio nacional. Aquí están concentrados la mayoría de los escritores, no sólo por la densidad poblacional de dicha urbe, sino porque también es la Meca hacia donde se dirigen todos los intelectuales de la patria, ya que casi tiene carácter de dogma la creencia, de que quien triunfa en Santo Domingo, lo ha hecho en todo el país.

Por eso sorprende cuando un poeta y novelista como Andrés L. Mateo, en un artículo titulado «La ciudad hostil» dice que Santo Domingo es «una ciudad sin poetas, y sin historiadores» (Listín Diario, 5 de octubre de 1997, pág.8A), en contradicción con lo que asevera el laureado escritor José Mármol en su libro «Etica del Poeta», cuando asegura que el nuestro «es un país en que los poetas sobran, o los hay en demasía» (Op. cit. p.96, 1997, Ed. Amigo del Hogar).

Ambos pronunciamientos resultan de una gravedad aterradora y son un toque a rebato destinado a despertar ciertas conciencias, para que ellas tengan una presencia más decisiva en el acontecer nacional.

Bien sabido es, que ninguna literatura, y en el caso presente, «una poética», se funda en un solo nombre. Para que exista una literatura dominicana reconocida, tanto interna como externamente, es necesario que muchos escritores (poetas, cuentistas, novelistas, analistas de la realidad cultural, críticos, etc.) vayan ocupando paulatinamente esos pedestales vacíos, sin importar quien sea el primero, ni a quien, en virtud de los méritos de su trabajo, le corresponda el más alto. Siempre hemos tenido excelentes poetas y gracias a Dios las presentes generaciones garantizan una buena cosecha de textos literarios. Ahora bien, nuestra lucha debe ser contra la apatía que nos condena a ser desconocidos en nuestra propia tierra. Antes de tomar «el cielo por asalto», si es que no queremos fracasar y seguir siendo ignorados, estamos en la obligación de posesionarnos de estos dos tercios de isla y construir en ellos, trincheras y fortines, para después de fortalecidos, entre todos, como aguerridos piratas de este siglo XXI que se inicia, lanzarnos al abordaje del mercado internacional.

La queja en contra de nuestra propia clase está bien fundada, y nadie está libre de culpabilidad. Muy numerosa es la legión de escritores nacionales que tienen una columna o sección en los periódicos, pero si analizamos sus escritos, podemos comprobar que en sus análisis, ninguno de ellos se toma la molestia de externar juicio alguno sobre las obras de autores dominicanos contemporáneos, tal vez, porque al hacerlo, estarían favoreciendo a un posible rival.

Las presentes generaciones, o promociones, como algunos prefieren llamarlas, están en el compromiso de exigirse a sí mismas, más esfuerzo y rigor en la construcción del poema, el cuento o la novela, para poder superar el acervo cultural ya existente. Esta exigencia es válida para todos los creadores literarios, porque en el panteón de la literatura vernácula -especialmente dentro del género de la poesía- existen hitos referenciales, que al tiempo que constituyen un norte a seguir, son también un reto que los jóvenes tienen la obligación de vencer. En ese sagrado panteón tenemos algunas deidades tutelares, como Compadre Mon, Elegía por la muerte de Tomás Sandoval, Magino Quezada, Vlía, Chinchina busca el tiempo, y Yelidá. Esa poesía surgida en las tres últimas décadas, y que ha decidido salir al ruego tratando de ganar un espacio, debe buscar un sendero que la conduzca hacia una épica vernácula, como lo ha hecho, por ejemplo, Manuel Rueda en sus Cantos de la Frontera y Ramón Francisco en sus Odas. Debemos antes que nada, leer las obras que nosotros producimos, comentarlas bien y motivar a otros para que las lean. Sólo así tendremos lectores quienes ejercemos la carrera literaria; sólo así los que ahora se inician, podrán tener la seguridad de que en el mañana, habrá un público que consumirá gustoso el producto que surge de su intelecto.

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