Creación
Casa de Teatro… Casa de Muñecas: los maniquíes de Freddy

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El Duende se viste de…?” comenzó con una propuesta y una invitación. Si desconocemos la índole del proyecto, el misterioso título no se aclara, aunque, cuando se refieren al Duende, pensamos de inmediato en Freddy Ginebra, duende y dueño (¡con todos nosotros!) de Casa de Teatro, y en su infinita capacidad creativa. Inducimos que, para iniciar las festividades aniversarias del inconfundible centro del arte y la amistad de la ciudad histórica, algo muy especial se habría organizado. ¡Y así mismo fue!

Freddy Ginebra entregó a cada artista invitado, un maniquí, masculino o femenino, con el encargo de “vestirlo”, en un sentido amplio: pintura corporal y maquillaje, colocación de accesorios e invención de atuendos. La solución transformadora era discrecional… pero la misma requería cambiar, metaforizar, personalizar ese modelo descomunal, conservándole al mismo tiempo sus rasgos y atributos de muñeca, vistiéndola de magia… ¡como su duende! Una gran caja de cartón, tan pesada como perfecta, contenía el objeto/sujeto.. El paso siguiente consistía en armar las partes de aquella efigie cuasi humana, cuyo tamaño creció inesperadamente… Luego, manos a la obra, hacia la metamorfosis.

La exposición.  En esta exposición colectiva, muy especial, distribuida en las dos salas de la Galería Paul Giudicelli e introducida por un poético texto de Jeannette Miller, la realidad, el escenario y el sueño se confunden. Casa de Teatro es hoy Casa de Muñecas… Trece criaturas maravillosas acogen a un espectador que se siente  banal y ordinario, confrontado con las dimensiones, el encanto y la fantasía que de manera magistral exhiben  los impactantes maniquíes.

Al compás de la inspiración, los (re)creadores han fabulado con ritmos y colores: cada obra se convierte en estatua-pintura, totalmente diferente de su vecina. Ahora bien, un maniquí muy especial  no sólo tiene rasgos y rostro, sino que se convierte en el retrato del “Duende” mayor, Freddy Ginebra, representación deslumbrante de su naturaleza quijotesca, con algo de “maquinotrom”, pues su mentora es Soucy de Pellerano, “la gran maga del arte dominicano” –como la apodó Tony Capellán-. ¡Se trata de una obra única que rinde justicia a quien ideó y forjó el proyecto!

La plena libertad de creación y recreación ha hecho que en ningún momento emparentemos la muestra con la decoración y la moda, sino como una proyección distinta de los signos y los símbolos identificadores si lo quería el artista, o una ráfaga de imaginación que no permite distinguir al autor y acrecienta la sorpresa. Lo objetivo y lo subjetivo se interpenetran  ¿Quién no hubiera reconocido la maternidad elegantemente campesina de Cándido Bidó con su retoño o el hada alada y romántico-fantástica de Elsa Núñez? 

Así mismo pueden deleitarse con las últimas expresiones de erotismo “soft”, transferidas a muñeco y muñeca, de Myrna Guerrero y su peligrosa tela de araña, o de Inés Tolentino y sus travesuras semántico-literarias, mientras la emblemática figuración libre de José Ramia recibe en la entrada.

 ¿Nos propondrá Danicel una versión inédita de la Marola o de Medusa con su cabellera de botellitas plásticas? Y si a primera vista nos parece que la obra de Fernando Varela no se relaciona con su itinerario plástico, pronto recordamos hasta dónde eran maniquíes sus personajes cósmico-gnósticos de la travesía… El polifacético y docto Thimo Pimentel engalana la resina con la misma maestría en el color y los signos con la que él labra la cerámica, y Domingo Batista, plasmando en acrílico algunas de sus fotografías, se adueña de un nuevo “pictorialismo”. En fin, cada maniquí, reelaborado y reencarnado, despierta la memoria artística de su progenitor, la visualiza, la instrumenta.

Tenemos entendido que las obras quedarán como patrimonio testimonial de Casa de Teatro. Ojalá el “Duende” mayor, Freddy Ginebra, haga viajar esta regocijante colectiva, accesible a todo público, por el país, siempre que la transportación sea factible, ¡y no sufran las criaturas!

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