CREACIÓN
La Trienal Internacional del Caribe

<STRONG>CREACIÓN<BR></STRONG>La Trienal Internacional del Caribe

La primera edición de la trienal presenta características muy particulares respecto a la alta categoría de las participaciones, y es, en nuestra opinión, que, con excepción de una, no hay obras aborrecibles. Como ya lo hemos señalado, todas son verdaderamente aceptables, muy buenas o excelentes, según los autores.

Una observación esencial consiste en que los artistas “invitados especiales”, colocados en el sitial de honor de la primera planta, personalidades sólidas ya afamadas internacionalmente, no se distinguen por un nivel y aportes que superen a varios de los participantes ordinarios, salvo Pepón Osorio, de Puerto Rico, con tres instalaciones contundentes. El columpio de las dos niñas, alegoría de realidad y mitos, muñecas y reinas, rubia una, negra la otra, dotadas de una infinidad de adornos y de… guantes de boxeo, es una obra maestra. Ya la habíamos admirado en la exposición de La Villette en París: ojalá el MAM pueda adquirirla.

Premios y menciones.  A diferencia de bienales anteriores, la premiación es inobjetable, aunque, por la misma calidad reinante, más merecían premios –tres acorde con el reglamento–, y ello explica el número de menciones atribuidas, una iniciativa del jurado a felicitar. Alida Martínez (Aruba) realizó un trabajo formidable –multiplicando los géneros, las técnicas, los formatos–, tan complejo y generoso que, en sí, aúna instalación y casi una exposición individual. Autobiográfica y colectiva, humorística e implacable, centrada en un autorretrato, es también una puesta en evidencia de la desnaturalización del mundo actual… no tan sólo del Caribe.

Charles Juasz-Alvarado (Puerto Rico) es un especialista… de las “máquinas voladoras”, rebosante de creatividad en su aeronaútica peculiar, la que aplica ahora ¡al comején! Gracias a su instalación gigante, arte y entomología, que nos presenta a un heróico fenómeno de la naturaleza, ya no veremos a las termitas –por cierto analizadas elogiosamente por Maurice Maeterlinck a principios del siglo XX– como plaga, ¡aunque por necesidad las sigamos destruyendo! El artista nos da hasta una lección manuscrita (¡!) y proyecta desde el artefacto colgante, alas desplegadas, ¡un bellísimo diseño de arte “comejenero”!

Un premio igualmente merecido fue atribuido a la dominicana Miguelina Rivera, para una obra totalmente distinta y sin duda la más poética de la trienal –aparte de que se acompaña de una cita de Jacques Prévert– Aquí, la mujer, a quien se suele representar como criatura enjaulada, es jaula… y, embarazada, alberga en su transparente cuerpo, de rejas, ¡a una pareja de avecillas, periquitas vivas y cantarinas! Exquisitamente concebida y construida, simboliza la maternidad, la naturaleza y  el futuro… hasta en circunstancias inesperadas.

Esa emoción que emana de la obra de Miguelina Rivera, caracteriza –evidentemente no en el mismo grado– a la trienal en conjunto, aun en los videos, y esa cualidad no se manifestaba en las precedentes bienales del Caribe, principalmente en los nuevos medios. Así encontramos esa sensibilidad en otras obras de la selección dominicana, tal vez la más destacada, y no solamente por ser la más numerosa debido a nuestra condición de anfitrión.

Raúl Morilla se luce con una de sus instalaciones muy personalizadas, conjugando la preocupación por la naturaleza y el nido, el nacer y la infancia, en una realización impecable. Jorge Pineda, en renovación constante, construyó un iglú de cartón, que es una joya de forma, volumen y factura, ¡invitándonos aun a penetrar en su hábitat! La casa todavía… pero que el viento casi se lleva, en el exterior del MAM, inspiró al nómada Marcos Lora Read, y el equilibrio inestable lo hace la mujer amortajada, pasión y víctima, en una instalación de interpretación participante. Menciones muy merecidas.

 

Publicaciones Relacionadas