Creación
MAM: “La piel de los hijos de Gea”

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El título intriga, el contenido fascina. Pocas veces una exposición sencilla, con una cantidad moderada de piezas, suscita tanto interés y se presta para una lectura tan rica. Perfectamente montada, aprovechando todos los espacios de la primera planta -la sala cerrada inclusive-, la muestra a dúo de fotografías de Isabel Muñoz y esculturas de Maribel Doménech, artistas totalmente diferentes, posee la coherencia de lo insólito y de la excelencia. Un conjunto sobresaliente.

Las fotografías de Isabel Muñoz. Cuando vimos las imágenes de Isabel Muñoz fue un verdadero choque. Recordamos otra impresionante exposición parcialmente fotográfica en París, “Los signos del cuerpo” (Les signes du corps): el Museo Dapper, que se especializa en arte africano, había agregado a su habitual contexto continental, las modificaciones corporales –tatuajes, incrustaciones, piercing, quemaduras, injertos– que se practican hoy en Occidente.

Ahora bien, las fotografías de Isabel Muñoz se apasionan siempre por el cuerpo humano, no sólo en etnias del valle etíope del Omo como éstas, sino también en otras series con bailarines, toreros y estatuaria.

Consideramos que coexisten dos vertientes indisociables en “La piel de los hijos de Gea”, una es la belleza de las fotografías, la otra la parte documental que las sustenta.

En primer lugar, el formato que magnifica el cuerpo humano, sobredimensionándolo en la imagen, causa un impacto, generador de emoción, empezando por la tristeza de algunas miradas. En esta escala y esmero técnico –tirada al platino–, se percibe el grano de la piel, la textura carnal, el latido vital, pero sin la sensualidad atribuida por otros comentarios. Luego, es evidente que los niños, adolescentes y adultos –de uno y otro  sexo– han posado para la fotógrafa, significando que ella ganó su confianza, probablemente dedicando mucho tiempo y recursos sicológicos, ya que se trata de poblaciones casi aisladas, semi nómadas y entregadas al pastoreo.

Isabel toma sus fotos con ternura y una relación personal al cuerpo, destacando tanto la arquitectura corporal como los menores detalles. Ella confiere al negro de ébano una intensidad particular de color luminoso, matiza los grises, exalta cromáticamente el blanco, puntualiza el rojo y el amarillo en las cuentas del collar. Obras en blanco y negro o a color, siempre las tonalidades de la piel  evocan la tierra… Gea. Los cuerpos “se visten” de desnudez… ornamentada por pintura, escarificaciones,  injertos y otras transgresiones.

Llegamos entonces a la segunda vertiente que evidentemente condiciona la fotografía.

Lo quieran o no, estas fotografías constituyen un documento antropológico, aunque no se sistematice. Obviar esa interpretación es atentar a la sinceridad y la verdad, por tanto a la esencia de la obra. Si bien es cierto que hay un aspecto estético en el uso de joyas y la pintura corporal – son “cuadros” sobre el cuerpo que se lavan en el río, se repintan, se hacen en común– hay otro, ritual y social, ligado a los ancestros y la divinidad, principalmente en las escarificaciones, sus diseños, sus relieves –los guerreros victoriosos agregan marcas, a las mujeres se les concentran en zonas de fertilidad–. Aparte del  tremendo dolor de esas prácticas… que significa una sublimación necesaria. Mirar estas obras de Isabel Muñoz, ciertamente muy hermosas, con el único criterio de la belleza, las desvirtúa todavía más que si se les aprecia como grandes testimonios documentales.

ZOOM

Maribel Doménech

No obstante conformen una muestra corta,  los dos trajes, negro y blanquecino, de Maribel Doménech y sus “panties”, tejidos con agujas de cobre, ejercen una auténtica fascinación. Confeccionados en cables eléctricos, conectados a tubos de luz y/o a un panel de circuitos, los vestidos “revisten” una suntuosidad cortesana, desparramados geométricamente en el piso. Los pantaloncillos con su raya fosforescente ostentan a la vez humor y erotismo. Estas esculturas, también instalaciones, invitan a la metáfora.

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