Les CayesE, Haití — La presión crecía el miércoles para que haya una respuesta coordinada luego del terremoto que sacudió Haití el fin de semana, en un momento en que se siguen recuperando cuerpos entre los escombros y los heridos continúan arribando desde zonas remotas en busca de atención médica.
La ayuda llegaba lentamente para asistir a los miles de haitianos que se quedaron sin hogar. Multitudes enojadas se congregaban en edificios desplomados, exigiendo carpas para montar refugios temporales, los cuales son sumamente necesarios ahora luego de que la tormenta tropical Grace provocó fuertes lluvias el lunes y martes, agravando la miseria en la nación caribeña.
Una de las primeras entregas de comida por parte de las autoridades locales —un par de decenas de cajas de arroz y paquetes de alimentos previamente medidos y empaquetados— llegó a un campamento instalado en una de las zonas más pobres de Les Cayes, donde la mayoría de las viviendas de un piso, hechas con bloques de hormigón y techos de hojalata, resultaron dañadas o fueron destruidas por el sismo de magnitud 7,2 que sacudió al país el sábado. Pero el cargamento fue insuficiente para los cientos de personas que llevan cinco días viviendo en tiendas de campaña y carpas.
“No es suficiente, pero haremos todo lo que podamos para asegurarnos de que todos reciban al menos algo”, comentó Vladimir Martino, un representante del campamento que se hizo cargo de distribuir el valioso cargamento. Gerda Francoise, de 24 años, era una de las decenas de personas que se formaron bajo el sofocante calor con la esperanza de recibir algo de comida.
“No sé lo que voy a recibir, pero necesito algo para llevar a mi tienda”, señaló. “Tengo un hijo”. El martes por la noche, la Dirección de Protección Civil colocó la cifra de muertos por el sismo en 1.941. También informó que 9.900 personas habían resultado heridas, muchas de las cuales esperaron horas a la intemperie para recibir atención médica.
La ayuda internacional estaba llegando a la nación, pero lentamente. Las tripulaciones de los helicópteros de la Guardia Costera de Estados Unidos se concentraban en la labor más apremiante: transportar a los heridos a instalaciones médicas menos abrumadas.
Se tenía previsto que un buque de guerra anfibio de la Armada de Estados Unidos, el USS Arlington, partiera el miércoles rumbo a Haití con equipo quirúrgico y una lancha de desembarco. Los voluntarios encontraron el cuerpo de un hombre entre los escombros de un edificio de apartamentos que se desplomó en Les Cayes, donde el hedor de los muertos flotaba en el calor tropical.
Las autoridades dijeron que el terremoto destruyó más de 7.000 viviendas y dañó aproximadamente 5.000, dejando a unas 30.000 familias sin hogar. Los hospitales, las escuelas, oficinas e iglesias también quedaron destrozadas o sumamente dañadas.
El sismo eliminó muchas de las fuentes de alimentos e ingresos de las que dependen muchos de los pobres para sobrevivir en Haití, que ya lidia con el coronavirus, violencia de pandillas y el asesinato del presidente Jovenel Moïse perpetrado el 7 de julio. “No tenemos nada. Incluso los animales (de granja) se han ido. Murieron por los desprendimientos de rocas”, comentó Elize Civil, de 30 años, un agricultor de la localidad de Fleurant, cerca del epicentro del sismo.
La localidad en la que reside Civil y muchos de los poblados en la azotada provincia de Nippes dependen del ganado, como cabras, vacas y pollos, para obtener gran parte de sus ingresos, dijo Christy Delafield, que trabaja en la organización de ayuda Mercy Corps, con sede en Estados Unidos. El grupo considera distribuir dinero en efectivo para permitir que los residentes sigan comprando productos locales de pequeños empresarios de la región que son vitales para las comunidades.
La ayuda a gran escala aún no llega a muchas zonas, y uno de los dilemas que enfrentan los donantes es que el enviar enormes cantidades de alimentos de primera necesidad adquiridos en el extranjero podría, a largo plazo, perjudicar a los productores locales. En tanto, en el hospital público de L’Asile, en lo profundo de una remota zona rural en el suroeste del país, la gente llegaba de localidades aisladas con fracturas en brazos y piernas.