¿Crecimiento, desarrollo?

¿Crecimiento, desarrollo?

JUAN MANUEL PRIDA BUSTO
Cada año, los países presentan, con mayor o menor satisfacción, las cifras del comportamiento de su economía, de cómo su aparato productivo ha respondido a las distintas situaciones que ha enfrentado, o a las medidas económicas implementadas por sus autoridades.

Estas cifras, muchas veces, son el resultado de situaciones coyunturales que afectan, favorable o desfavorablemente el desempeño de una economía.

Para mitigar los efectos de acontecimientos coyunturales adversos, un país como el nuestro debe contar con un modelo económico coherente, cimentado sobre bases sólidas de capital humano y capital productivo.

¿Qué modelo aplicamos en nuestro país? Trabajamos sobre la marcha, aplicando cada grupo político de turno en el poder, sus convicciones o conveniencias. El que venga, si es de otro partido, cambiará su concepción o directrices.

En una ocasión, aquí se intentó implementar el modelo de sustitución de importaciones, siguiendo los lineamientos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y se promulgó la Ley 299 de Incentivo y Protección Industrial.

Esta ley es de triste recordación, no por sus propósitos, sino por sus resultados, pues no sólo no sirvió para crear la base del desarrollo industrial dominicano, sino que, según afirman los entendidos en la materia, únicamente fue un medio para enriquecer a unos cuantos amparados en las exenciones y facilidades fiscales que concedía esta legislación. Pero, de desarrollo industrial, o sustitución de importaciones, nada.

Para muestra, dos ejemplos, muy cacareados en su momento como de enorme trascendencia para el futuro de nuestra economía: la producción de sorgo, para sustituir la importación de trigo, y la producción de algodón, para crear una verdadera industria criolla de la confección. En esta última en particular se cifraron muchas esperanzas, y terminamos siendo parte residual de la «industria de la aguja», pues sólo hemos sido y seguimos siendo ensambladores de telas importadas. Queremos abrazar la sociedad del conocimiento sofisticado, pero un elevado porcentaje de nuestra población carece de conocimientos básicos.

Una nación que insiste en aferrarse a los votos vacuos y veta el talento no partidario.

Una nación en la que, según una encuesta reciente, más de la mitad de sus ciudadanos quisiera emigrar (los que no lo logran es porque no pueden) por falta de oportunidades en su tierra natal.

Una nación que se da el lujo de exportar capital humano, algunos con cierto o alto nivel de preparación, otros en fase rudimentaria de conocimientos o habilidades, a cambio de importar turistas de paso. Exportamos el futuro del país, un futuro que no regresa, recibiendo a cambio monedas pasajeras.

Una nación donde es más fácil y rápido obtener un préstamo para la compra de artículos de lujo, que para la producción de bienes o servicios.

Una nación en la que sus ciudadanos viven un presente tortuoso y perciben un futuro poco halagüeno, incierto, y la esperanza se tambalea.

Una nación que intenta asimilar a la carrera y sin condiciones para lograrlo, las corrientes más avanzadas.

Una nación, en fin, que pretende insertarse de lleno en el mundo desarrollado, pero que no ha creado unas bases firmes, y que desampara a sus ciudadanos en sus aspiraciones sociales y económicas fundamentales ¿tiene intenciones de crecer, o de desarrollarse en términos sociales y económicos?

Con el panorama actual, ¿realmente tendrá éxito en cualquiera de estos supuestos propósitos?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas