Crecimiento, pobreza, desigualdad y violencia

Crecimiento,  pobreza, desigualdad y  violencia

Recientemente el Banco Central anunció al país la muy positiva noticia de que la economía dominicana habría crecido 6.4 en el trimestre que recién finaliza, dando continuidad a una constante con vigencia de varias décadas. Se trata, tal y como ha ocurrido en años anteriores, de un indiscutible éxito que confirma un correcto camino colectivo que ha sido sostenido ya por un período importante de tiempo. A mi juicio, un aspecto importante de este logro es que nos permite convertir el crecimiento en desarrollo al profundizar el esfuerzo por enfrentar también con éxito tareas sociales fundamentales como son la superación de la pobreza, la desigualdad y una de sus expresiones más terrible: la violencia social.
Como se sabe, la desigualdad crónica es un rasgo típico de la región latinoamericana y caribeña que es la más desigual del planeta, al tiempo que una de las más violentas. Probablemente se pueda y se deba establecer vínculos entre estos rasgos sociales para entender mejor nuestra dinámica social. El problema no es sólo que tengamos pobreza, sino que, además, ésta exista acompañada de niveles insultantes de desigualdad que hace aparecer a los ojos de los más pobres como un sueño deseado pero imposible el estilo de vida de las clases pudientes socialmente ofertado como modelo de éxito y camino de felicidad y con el que ellos coexisten cotidianamente. La combinación de pobreza y desigualdad parece ser así una mezcla explosiva para la convivencia.
Al mismo tiempo, lo indicado antes es parte fundamental del contexto de la violencia que sean cuales sean las condiciones que la hacen posible y la forma que adopte, es siempre un fracaso del proyecto humanizador. Es expresión de una esperanza fallida que provoca rebelión, es una búsqueda equivocada de apertura de caminos que se cierran. La violencia es una desgracia humana que como todo fenómeno social resultado de la combinación de un conjunto de factores del contexto y la dinámica social. Probablemente esta “violencia estructural básica” esté a la base de las otras violencias que padecemos cotidianamente.
La desigualdad mata, afirma G. Therbon en el título de uno de sus más recientes libros. Efectivamente así es, y esa violencia continuará encontrando el caldo de cultivo necesario para su arraigo social en la medida en que la desigualdad de oportunidades mantenga y amplíe la distancia social y agudice la percepción de “camino bloqueados” para los que menos pueden para arribar a una situación en la que encuentren satisfacción unas expectativas de vida, muchas veces desbordadas y marcadas por el sueño del “hiperconsumo” (Lipovetsky), conformado vía los medios de comunicación y las TIC en el contexto de un mundo globalizado-interconectado.
Se hace necesario entonces una política que genere un crecimiento acompañado de políticas sociales inteligentes que se convierte así en generador de condiciones favorables para la inclusión social y la construcción de ciudadanía y no sólo de consumidores, en el decir de Frei Betto, como forma de concretización del éxito y la felicidad visualizado en la gran estrategia de respeto a la vida y el terco afán por el cuidado de todo lo existente que encuentra su basamento en el reconocimiento del derecho a la vida de los otros, las otras y lo otro. Sin estos valores, sin esta “humanística”, todo esfuerzo social estará condenado a la insatisfacción y al fracaso, y se empeñará permanentemente en generar satisfacciones precarias y exteriores. Crecer sólo tiene sentido si nos sirve para avalar estas condiciones colectivas de vida. Y, sólo ello hace de la política una práctica servicial que valga la pena y no un absurdo desperdicio narcisista.