Credibilidad y confianza

Credibilidad y confianza

La  credibilidad, entendida como la capacidad que tienen personas e instituciones para ser creídas, ha estado en entredicho desde hace bastante tiempo en nuestro país,  como consecuencia del incumplimiento de los roles que deben jugar actores principales del quehacer nacional.

La credibilidad adquiere especial relevancia, en la medida en que esta se tambalea en las manos de quienes tienen a su cargo responsabilidades importantes en la vida nacional, y cuyas decisiones o acciones impactan directamente a la sociedad en su conjunto, generando una gran desconfianza en la ciudadanía.

En la República Dominicana se cuestiona la credibilidad de la Policía Nacional, las Fuerzas Armadas, la DNCD, los organismos de Seguridad  del Estado, del Poder Judicial y Legislativo, de  los políticos, etcétera.

Este cuestionamiento no es más que el resultado de actuaciones que la sociedad considera incorrectas, peligrosas e inadmisibles.

El frecuente involucramiento de miembros de la Policía Nacional en acciones delictivas, mina la credibilidad de ese cuerpo del orden, colocando a quienes vivimos en este país, en la encrucijada de decidir si confiar en la Policía, o protegerse uno mismo.  Situación parecida acontece con los miembros de las Fuerzas Armadas, la DNCD, y los  organismos de seguridad, los cuales con su mal proceder dañan y erosionan  la credibilidad de los cuerpos a los cuales pertenecen.

El espectacular asalto y robo sufrido recientemente por la empresa Parmalat, es una muestra más que elocuente de los orígenes de la pérdida de credibilidad y confianza en las mencionadas instituciones.

El Poder Judicial pone en tela de juicio su credibilidad, cada vez que de el emanan decisiones cuestionables desde el punto de vista jurídico y moral, que debilitan su papel como órgano encargado de impartir justicia con la venda en los ojos y la balanza en la mano.

El Poder Legislativo contribuye a su descrédito, cuando una parte importante de sus integrantes maniobran de manera descarada para prolongar el período por el que fueron elegidos a espalda de sus electores, y otros pretenden incrementarse aún más sus ya abultados ingresos, acciones éstas que incrementan la pérdida de  confianza en este importante Poder del Estado.

Los políticos y los partidos continúan perdiendo credibilidad de manera vertiginosa, al persistir en su proceder de repartirse los recursos públicos, mediante nóminas injustificables, obras de cuestionables prioridad, compras y contratos sin concurso, etc. Y al sucumbir sin sonrojos en el estercolero de la corrupción.

Las causas de esta situación son muchas, y las soluciones difíciles.  Razones de espacio me impiden analizarlas. Por lo expresado precedentemente, quiero compartir con los lectores lo dicho por Cicerón hace más de 2000 años:

“El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota.

La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”.

Parece que el tiempo se hubiera detenido, pero no por eso debemos de perder las esperanzas, ni tratar de ser mejores.

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