Creen TLC debió frenar inmigración ilegal

<p>Creen TLC debió frenar inmigración ilegal</p>

Por LOUIS UCHITELLE C.
El Tratado de libre comercio para Norteamérica, promulgado por el Congreso hace 14 años, contenía una promesa seductora: el Tratado reduciría la inmigración ilegal proveniente de México. Los mexicanos, dice el argumento, disfrutarían la prosperidad y el empleo que indudablemente generaría el acuerdo comercial, y no sentirían la necesidad de cruzar la frontera hacia Estados Unidos.

Sin embargo, hoy en día, la cantidad de inmigrantes ilegales sólo ha seguido aumentando. ¿Por qué el TLCAN no detuvo esta inmigración? La respuesta es complicada, claro está. Sin embargo, un factor importante yace en las suposiciones hechas al elaborar el acuerdo de comercio, supuestos sobre la forma en la que se comportarían los gobiernos (es decir, racionalmente), y la forma en la que responderían los mercados (racionalmente, también).

Ninguna de las dos cosas sucedió, y no obstante el TLCAN sigue siendo el modelo de los acuerdos comerciales con los países en desarrollo de América Latina, incluido el Tratado de libre comercio de América Central, aprobado por el Congreso en 2005. Existen tres acuerdos más parecidos al TLCAN pendientes en el Congreso: con Panamá, Colombia y Perú.

Cuando el TLCAN por fin se hizo realidad el 1 de enero de 1994, la inversión estadounidense inundó México, en su mayor parte para financiar fábricas que producen automóviles, electrodomésticos, televisores, aparatos y cosas parecidas. La expectativa era que el gobierno mexicano haría su parte invirtiendo miles de millones de dólares en carreteras, educación, sanidad pública, vivienda y otras necesidades para acomodar las fábricas nuevas conforme se establecieran por todo el país.

Era más que una expectativa. Muchos funcionarios mexicanos del gobierno del ex presidente Carlos Salinas de Gortari aseguraron al de Clinton que se llevaría a cabo la inversión, y lo creyeron ellos mismos, dijo Gary Hufbauer, investigador sénior del Instituto Peter G. Peterson para la Economía Internacional en Washington, quien hizo campaña a favor del TLCAN a principios de los noventa. “Simplemente no sucedió”, dijo.

Sin esa inversión, las fábricas extranjeras se centraron en el norte, a unas 300 millas de la frontera con Estados Unidos, donde ya existía parte de la infraestructura. “Monterrey está bastante bien”, dijo Hufbauer, “pero en muchas otras ciudad, la infraestructura es terrible, ni siquiera hay suficiente agua corriente ni electricidad en los barrios pobres. La gente consigue trabajos temporales, pero eso es todo”.

Entre tanto, los fabricantes mexicanos, otrora protegidos con aranceles en un montón de productos, quebraron debido a que mercancías menos caras y de mejor calidad entraron al país. Después, China, con su mano de obra aún más barata, se sumó a la presión alejando fabricantes y empleos.

En efecto, a pesar de la afluencia de fábricas de propiedad extranjera, el empleo total en México descendió a 3.5 millones para 2004 de 4.1 millones en 2000, según cálculos de Robert A. Blecker, un economista de la Universidad Estadounidense.

Conforme fueron desapareciendo los trabajos relativamente bien pagados, el salario promedio en México para los trabajadores de la producción, de por sí bajo, se rezagó aún más del promedio por hora de los de Estados Unidos, y los mexicanos respondieron emigrando.

“Lo principal que habría detenido el flujo de personas al otro lado de la frontera habría sido un incremento rápido en los salarios de México”, dijo Dani Rodrik, un economista y especialista en comercio de la Escuela John F. Kennedy de Gobierno de Harvard. “Y eso sí que no ha sucedido”.

Algo parecido ocurrió con la agricultura. La suposición era que decenas de miles de campesinos que cultivaban maíz actuarían “racionalmente” y seguirían cosechando, aun cuando maíz menos caro importado de Estados Unidos inundara el mercado. Los campesinos, se supuso, cambiarían a cultivar fresas y vegetales — con alguna ayuda de la inversión extranjera —, y exportarían esas cosechas a Estados Unidos. En cambio, los campesinos se exportaron a sí mismos, en parte debido a que el gobierno mexicano decidió reducir los aranceles al maíz con mayor rapidez de lo requerido por el TLCAN, según Philip Martin, un economista agrícola de la Universidad de California, Davis.

“Entendíamos que la transición del maíz a las fresas no sería tersa”, dijo Martin. “Pero no pensamos que prácticamente no habría ninguna transición”.

Una crisis financiera también truncó las expectativas. Una de ellas era que la economía mexicana, impulsada por el TLCAN, crecería rápidamente generando empleos y manteniendo a los mexicanos en su país. No obstante, la crisis del peso en 1994-1995 provocó una profunda recesión, y aun cuando hubo gran crecimiento después, el índice promedio anual de crecimiento durante la existencia del TLCAN ha sido de menos de tres por ciento.

La crisis financiera se produjo unos meses después de que entrara en vigor el TLCAN, debilitando demasiado pronto la capacidad del gobierno mexicano para gastar dinero en carreteras, educación y otras funciones gubernamentales necesarias.

“Subestimamos los déficits de México en cuanto a infraestructura física y humana”, dijo J. Bradford DeLong, un economista de la Universidad de California en Berkeley, y funcionario del Tesoro en el gobierno de Clinton.

Sin embargo, dice, sin el TLCAN, la inmigración habría sido aún mayor. Por ejemplo, dice, no habría habido tanta inversión en el norte del país.

Finalmente, el flujo constante de mexicanos a Estados Unidos ha producido un impulso en sí mismo — lo que Jeffrey Passel, un demógrafo del Instituto Hispano Pew, llama un “efecto de red” en el que jóvenes mexicanos viajan a Estados Unidos en números crecientes para reunirse con un número creciente de parientes que ya están en el país.

El resultado es que la inmigración mexicana a Estados Unidos ha aumentado a 500,000 al año de menos de 400,000 a principios de los noventa, antes del TLCAN, estima Passel. Aproximadamente de 80 a 85 por ciento de los inmigrantes está aquí ilegalmente, dice.

La crisis del peso, la recesión, el efecto de red; es posible que su impacto haya estado más allá del control de nadie, pero no de los supuestos sobre cómo actuarían el mercado y el gobierno.

“En efecto, hemos tenido una decepción tras otra en cuanto a esto”, dijo Rodrik, y señaló que el mismo supuesto sobre el gasto gubernamental es parte de los tratados, ahora ante el Congreso, con Colombia, Perú y Panamá.

Aun cuando hay oposición a estas propuestas, proviene principalmente de los demócratas que quieren una mejor red de seguridad para los trabajadores estadounidenses que podrían resultar afectados.

En contraste, la Unión Europea supone poco respecto al gasto gubernamental por parte de los países económicamente más débiles que se unen a ella. La propia Unión ha subsidiado mucho la mejora de servicios necesarios para los países que han entrado como Portugal, España, Grecia y Polonia, en lugar de dejar el financiamiento a los recursos relativamente escasos de esos países.

El dinero no sólo se usa para la inversión pública, señaló Rodrik, sino también para subsidiar las compañías que establecen operaciones en países nuevos y para apoyar los presupuestos gubernamentales.

“No estoy diciendo que el TLCAN fuera un acuerdo malo”, dijo Rodrik. “Pero se requiere más que un acuerdo comercial para que los países converjan económicamente. Y el TLCAN se ha percibido como un atajo para la convergencia sin tener que hacer todo lo demás”.

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