Creo que debo una explicación

Creo que debo una explicación

Creo que debo una explicación. Sí, a todos los que no llamé para felicitarle el año nuevo; ni llamé en Navidad como lo había planeado; ni he podido leer y contestar, por supuesto, algún escrito que me han enviado.

Además de mis disculpas, puedo darles a todos mis amigos esta buena noticia: he sobrevivido el año 2013. Hoy, ya instalado en el 14, y después de unos penosos días en el Harris Methodist Hospital de Fort Worth, comprendo que algo tiene de cierto esa mala fama que desde siglos tiene entre nosotros el número 13.

Bueno, desde hace mucho tiempo, las últimas horas del día 31 del año que se va las paso durmiendo. Pero esta vez me ocurrió en una cama de hospital. Por cierto, no tan cómoda para dormir como la dura cama, invento mío, de mi apartamento de Allapattah. Ocurre que, según parece, la última vez que los cirujanos anduvieron en mis intestinos, creo ms bien en el delgado, al empatar ambos segmentos, la apertura entre ambos ha quedado un poco más estrecha. Así que ya en varias ocasiones desde 1999 hasta hoy, ese estrecho pasaje del intestino se ha tupido. Eso me ocurrió recientemente. El tratamiento, si se quiere, es muy sencillo, pero para mi edad y mi poca valentía, una verdadera tortura. Me meten un cable por la nariz que va al estómago, por donde me van extrayendo durante algunos días todo lo que hay en el atorado órgano.

Solo a suero, durante este tiempo, hasta que al fin comienzan a pasar algunos gases. Es una síntesis del proceso que esta vez me ha parecido más doloroso y molesto que antes.

Y haciendo el inventario de las hazañas del año 13 en mi vida, comienzo por decir que me llevó dos grandes amigos: Luis Labera y Alberto Pardino. Mi vida, en estos últimos años estuvo muy dependiente de la comunicación y presencia de estos amigos. Y lo peor fue la velocidad de su despedida. Luis Labera fue, en unos días, del hospital psiquiátrico a un Home, de ahí a otro hospital, y de ahí… nunca supe de qué murió. Fumaba mucho y desde hace tiempo iba a un psiquiatra. Pero solo este conocimiento no me dice de qué murió y en tan pocos días. Es cierto que mi amigo Luis Labera era un tipo raro. Pero no creo que esto determine una muerte casi misteriosa.

Alberto me hablaba del centro médico al que estaba afiliado (omito el nombre porque no lo recuerdo); de lo muy atentos que allí eran. Pero, ocurre que “descubrieron” que se estaba muriendo de un avanzado cáncer una semana antes de su muerte. Y esto, que Alberto tenía unos antecedentes, o como dicen, historial médico, que bien examinados, pudieron dar origen, no digo yo a la cura, pero sí al tratamiento que hiciera más lento el avance de este cáncer que ellos “descubrieron” solo días antes de la muerte de mi amigo.

El año 13 se llevó también a mi tía Mamona, viuda de mi tío Millo. Tenía cerca de un ciento de años. Era la única tía que me quedaba.

Tengo la impresión de que en ese salao año 13 se me murió alguna gente más entre amigos, parientes y conocidos. Y de lo cual no tengo un dato específico. Sólo la rara sensación de su ausencia.

A finales de año, precisamente, mi hermana Dulce María ha tenido un accidente cardiovascular, del que, a Dios gracias, viene recuperándose satisfactoriamente.

Y, creo que también debo incluir, entre los azares de este año 13 en mi vida, la operación renovación del edificio Dante Fascell, de Allapattah, donde vivo.

Esta operación, felizmente terminada, representó que todo lo que tenía dentro del apartamento: computadora, libros, ropas, enseres de cocina, etc, había que meterlos en cajas de cartón y enviarlos a un almacén, con la vaga sospecha de que muchas cosas no regresarían, mientras nosotros íbamos a un hotel. Esta operación fue incruenta. Pero, para mí representó escarbar entre papeles, retratos, cosas y recuerdos acumulados en gavetas y cajas durante veinte años. Meterlos en cajas… y verlos partir hacia un destino incierto. A Dios gracias, todo salió bien. Pero, no fue nada fácil para mí.

 

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