Criando caballos junto a Trujillo

Criando caballos junto a Trujillo

POR DOMINGO ABREU COLLADO
En un desvío para dejar la carretera vieja a San Cristóbal y tomar la autopista nueva, me encontré con esta Escuela de Entrenamiento para enseñar el arte de montar caballos de paso fino, también conocida como Club Caonabo, al lado de la Estancia Caonabo.

Como me gustaba montar caballo, y como una vez necesité de conocedores del arte de montar y manejar decentemente dichos animales –aquella vez en el 94 para los Guardaparques Voluntarios- me acerqué al sitio a informarme, pues toda información sobre lo que alguna vez uno necesitó es casi seguro que se volverá a necesitar.

Me encontré con el mero-mero propietario del sitio, el señor Papito Fernández, quien como tarjeta oral de presentación me dijo: “yo crecí criando caballos de paso fino con Trujillo”. Y tal parece que el señor Fernández sí tiene una larga data y experiencia en torno a estos animales, pues además es responsable de un número (que no pregunté) de caballos de paso fino que le son confiados para su cuidado, “un hotel para caballos de calidad”, según me dijo.

Para mayor identificación de su actividad con la experiencia vivida en torno a los caballos y “El Jefe”, Papito Fernández le puso a su caballo “El Benefactor”, un monumental caballo que muestra kilo a kilo y en cada pulgada del limpio y brillante pelaje la dedicación de Fernández por su caballo.

Y como así se identifica, el sitio es una escuela donde se le enseña a los dueños de caballos de paso fino a montarlos, porque no es lo mismo ser propietario de un caballo de paso fino que ser poseedor de la maestría de mantenerse sobre su lomo sin que el caballo se sienta desequilibrado en su marcha. Recuérdese… bueno –para otros – sépase, que hay animales de éstos que pueden mantener la marcha con un vaso de agua sobre el lomo sin que se derrame o se caiga el vaso. Y eso lo vi yo –con estos ojos que no se los van a comer la tierra porque los voy a donar al museo nacional de cosas inservibles – en una exhibición en la Feria Ganadera, precisamente cuando Trujillo, quien se ocupaba de que todas las escuelas públicas llevaran a sus estudiantes a la misma sin costo alguno.

Precisamente, fue en la Feria Ganadera donde por primera vez monté un caballo (yo tenía nueve años) y donde por primera vez también me caí de un caballo, coincidencialmente, del mismo en que me monté. Por suerte era un pony, pero que para mi edad y mi ignorancia en materia de caballos resultaba un monstruo. La cosa es que el golpazo no logró disuadirme, por lo que corrí detrás de “mi caballo” hasta que un entrenador de la Feria lo detuvo y me ayudó a montar de nuevo.

Probablemente sea por facilidades como ésas que por las que uno no acaba de comprender cómo fue que el desarrollo y la democracia, en vez de auspiciar y promoverlas, se encargaron de mandarlas al carajo junto con la ilusión infantil y las posibilidades de aprender tantas cosas.

En fin, que miren por donde volví a encontrarme con mi pasado de equitador principiante, con Papito Fernández, un equitador profesional, de la época de Trujillo, apegado todavía a ésta y dispuesto todavía a comunicar las experiencias y enseñanzas obtenidas a través de los cientos de caballos de paso fino que han pasado por sus manos, bajo su mirada y entre sus piernas.

“¿Discapacitado yo? ¡No señor!”

Mientras algunas personas con las condiciones físicas de Juan José Linares se acogen al calificativo de discapacitados, éste lo rechaza con tal energía que pareciera que lo están insultando.

Y es que resulta que Juan José, empleado del puesto de cobro de rodaje instalado a la salida de Madre Vieja, desarrolla una labor en la que debe ajustarse a condiciones de relativa dureza: a pleno sol (o a plena lluvia, en ocasiones), en constante movimiento, trepándose a veces en los camiones, y seguro soportando comentarios poco alentadores en torno a su condición.

Sabiendo que las personas que entran en la categoría de “personas diminutas” o “con problemas de crecimiento”, principalmente cuando su condición es derivada de problemas distróficos, escolióticos o artríticos, son consideradas como discapacitadas, le pregunté a Linares si se consideraba una persona discapacitada. “¿Discapacitado yo? ¡No señor!” –fue su respuesta-. Claro, le expliqué el porqué de mi interés.

En muchos otros casos similares a esta “discapacidad” los afectados se dedican a vivir de la caridad pública. Muchos años antes eran considerados fenómenos, por lo que podían encontrar trabajo en los circos. Algunos han logrado colocarse como atractivos de la televisión basura. Sin embargo, ya son bastante conocidas personas que han logrado ascender hasta el estrellato cinematográfico, aunque no hablo de Nelson, aquel diminuto dominicano que fue considerado el hombre más pequeño del mundo. Juan José Linares es un ejemplo de lo que puede realizar cualquier persona de su condición siempre y cuando tenga la cabeza bien puesta y rechace vivir de la caridad pública o de la lástima.

Yaniqueques de La Toma

-¿Y le dan algo a uno por esa foto?- -No- le dije, -pero puedo cobrarle en yaniqueques el que usted salga en el periódico-. –Pero por lo menos tráigame la foto- , me replicó la señora. –Seguro-, le dije. –Le traeré la página entera-.

De cada diez personas adultas que uno fotografía en la carretera 5 tienen la esperanza de que se les dé algo por el uso de su imagen, siempre con la seguridad de que uno se está “bañando en cuartos” con el manejo de la cámara y la impresión que ésta siempre causa.

Pero nada. Quedé en deuda con la doña que parece en tercer plano de la foto para llevarle esta página y la imagen de los yaniqueques que por más que se consumen en el balneario de La Toma no menguan en su cantidad ni en su calidad.

Sin embargo quizás no sean los yaniqueques la oferta de mejor sabor en La Toma, por lo menos para mi gusto. Para mi preclaro sentido del sabor lo más sabroso de La Toma son los guanimos, unos bollos de harina de maíz con coco y anís, envueltos en hojas de plátano y sancochados.

Un par de guanimos con tres tajadas de aguacate resultan un desayuno que puede sostener a una persona normal hasta pasado el mediodía. Ahora, si al mediodía usted se manda tres guanimos más, acompañados de media tajada de aguacate, eso puede sostenerle hasta el día siguiente, cuando para el desayuno lo mejor será mandarse tres yaniqueques con chocolate de agua.

Nunca coma guanimos si no es acompañado de aguacate, pues no hay Prodom que se compare con par de guanimos al vacío.

La especialidad de los yaniqueques de La Toma es su delgadez. Deberían llamarse “delgaqueques”, pero con todo y su transparencia de cuerpo pocas ofertas resultan tan apetitosas luego de un frío baño de río.

Detalles de la ciudad
Romanza del borracho y su joven yegua

Entre Bayaguana y Los Llanos nos encontramos con esta romanza en vivo. El borracho intentaba convencer a la joven yegua para montarla. Le hablaba al oído, le acariciaba la crin, le sonreía, pero la joven yegua se mantenía en sus trece: esta vez no la montaría. -Si tú crees que yo soy tan imbécil como la burra esa con la que estabas más te vale irte desembarazando de semejante opinión. ¡No me montarás! – decía la yegua, sin alterar la voz, más bien en un discreto susurro. -Vamos Francisca, no me hagas esto, mira que apenas me puedo tener en pie-, rogaba el borracho casi en tono musical, tratando de que el mensaje llenara todo el pabellón de la oreja derecha de la joven yegua. -No es la primera vez, como tampoco será la última. Tú me has enseñado bien a conocer a los hombres- restañaba amarga y con cierto dejo de tristeza apenas disimulada la joven yegua. El borracho intentó otra vez montar la joven yegua, pero entre la borrachera y la indisposición de la yegua no había manera de sostenerse sobre el lomo de la animal. -No sigas, Francisco. No lo lograrás. Mejor vete delante, yo te sigo, bien sabes que nací para seguirte a donde vayas-. El borracho, inseguro de la dirección a tomar y con su botella apretada contra el cuerpo, comenzó a caminar en zig-zag intentando encontrar el centro de la calle. La yegua, haciendo honor a lo dicho, le seguía en su zig-zagueo como fiel Platero. -Me avergüenzas- le seguía diciendo la joven yegua mientras se alejaban –Mira a esos turistas fotografiándonos. Y todo por tu borrachera y esos gestos lascivos que no controlas-…

Y así se marcharon, mientras varios cliques les llovían desde nuestros vehículos

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