Hay cuatro estilos principales en la crianza. Los tres primeros modelos fueron identificados por la psicóloga clínica Diana Baumrid (Nueva York, 1927), en el año 1971, y posteriormente se añadió el cuarto.
En la actualidad son ampliamente aceptados y distintas instituciones, como la Asociación Americana de Psicología o la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente, entre otras, hacen referencia a ellos.
El primero es el relativo a un estilo autoritario, en el que los padres son exigentes, no prestan mucha atención a la parte emocional y la obediencia está muy valorada.
Son padres estrictos e imponen su criterio sin tener en cuenta la opinión del niño. La base es la disciplina severa.
Los niños que crecen bajo este paraguas suelen ser obedientes, pero pueden desarrollar problemas de autoestima o convertirse en niños agresivos. Tienen buenos resultados académicos, pero presentan dificultades a la hora de tratar con semejantes, según indican los especialistas.
Por otro lado, está en modelo permisivo que, a priori, puede parecer la mejor manera de educar a los niños, ya que estos parecerán ser más felices.
Estos padres dan muchos cuidados a sus niños, evitan confrontaciones y pueden ser superprotectores.
Los niños que crecen en este entorno pueden tener un bajo rendimiento académico y no suelen reconocer reglas y autoridad. Son niños habitualmente consentidos, caprichosos y que pueden desarrollar actitudes de tiranos.
En tercer lugar, está en estilo negligente. Como su propio nombre indica, este modelo se da cuando los padres están ausentes, no implicados en la pedagogía de sus hijos. Son fríos y distantes, no prestan atención a las necesidades de sus hijos y no establecen normas, aunque en ocasiones ejercen un control excesivo sin explicar o razonar el porqué.
Los hijos de criadores negligentes tendrán baja autoestima, no acatarán normas y tendrán bajos niveles de empatía, generalmente.
Equilibrio entre firmeza y apoyo. Por último, está el estilo democrático, también llamado crianza positiva, que es el más recomendado. Se basa en el equilibrio entre la firmeza y el cariño y apoyo.
Son los padres que ponen límites, pero que también tienen en cuenta lo que el niño siente u opina. Utilizan el diálogo previo para explicar las consecuencias del comportamiento del menor en lugar del castigo y emplean el refuerzo positivo.
Se basa en el respeto a los hijos, en el diálogo y en el destierro de toda conducta violenta.
La crianza positiva se basa en el respeto mutuo para que los futuros adultos sepan relacionarse de manera sana con su entorno.
Es un modelo a medio camino entre la autoridad y la permisividad. Se rechaza el castigo físico y se fomenta cierto grado de autonomía en el niño, teniendo en cuenta su opinión en alguna toma de decisiones, pero bajo el criterio de lo que es mejor para él y la familia.
Este tipo de crianza se apuntala con la comunicación y con la consideración de los sentimientos del menor, incluso cuando se le contradice.
Los científicos están de acuerdo en que las capacidades sociales y cognitivas de los adultos están influenciadas por lo que se vive en los primeros años de vida.
El cerebro no termina de formarse hasta la adolescencia, en torno a los veinte años, y mantiene su capacidad de cambios a través del sistema nervioso.
Todos coinciden en que los primeros tres años son determinantes en el desarrollo futuro. El 40 % de las habilidades mentales del adulto se forman durante este período.
De la teoría a la práctica. Si bien puede haber algunas pautas para establecer un modelo de crianza positiva, cabe resaltar que va más allá de ciertas acciones puntuales y se extiende hacia un estilo de vida.
A la hora de enfrentarse a este reto, es importante tener en cuenta que incluso los episodios más desagradables, como las rabietas, son una manera con la que un niño intenta comunicarse, según los pedagogos. Para ello es necesario entender la personalidad del niño.
Cada infante es una pequeña persona con su propia personalidad que habrá que tener en cuenta.
No será igual si el niño es activo, testarudo y lanzado, que si es tranquilo, tímido o pasivo.
Si un niño está corriendo descontrolado puede significar que necesita descargar energía, que demanda atención o que se aburre. Si está irascible, se puede barajar el cansancio, el sueño o el hambre como motivo.
Los educadores y expertos en psicología infantil aseguran que es recomendable dar opciones a los niños para que acabe el berrinche o la situación molesta, pero sin olvidar establecer límites y actuar en beneficio del niño.
También es importante ser un buen ejemplo para el hijo. Si se establecen relaciones amables, respetuosas, calmadas y se enfrentan los conflictos de manera constructiva, los niños serán más receptivos a abrazar esas conductas.
A veces los niños no saben cómo expresar lo que sienten y de la frustración nacen algunos “malos comportamientos”. Tienen que ser capaces de expresarlo y, en ocasiones, será necesario ayudarles a conseguirlo.