A pesar de estar conscientes de que gritar a los demás no resuelve los conflictos, mucho menos propicia a acuerdos amigables, muchas personas terminan gritándoles a los demás. A este acto, con frecuencia le sigue una sensación de remordimiento; más aún cuando se trata de sus hijos.
La mayoría de las personas que les gritan a sus hijos saben que están haciendo lo incorrecto y quieren dejar de gritarles, pero el mal hábito los traiciona, por lo que vuelven a caer en esta conducta, que lacera el vínculo familiar y coarta la comunicación asertiva.
Al gritarle a otra persona percibimos que hemos captado toda su atención, sin embargo, más bien le hemos sometido a la presión que estos gritos implican, produciéndose más bien una atención negativa, poco efectiva, que no genera soluciones. Quien grita puede llegar a dejar de distinguir entre un interlocutor pasivo por el sometimiento a los gritos y un interlocutor que le escucha atentamente por respeto, perdiendo así de vista el objetivo esencial de todo diálogo: Producir comunicación.
Algunas preguntas frecuentes que muchos se plantean están relacionadas a la posibilidad real de educar sin gritos en estos tiempos y a la realidad de si los niños y jóvenes de esta generación son capaces de escuchar sin gritos. Esta incertidumbre puede generar una impotencia que muchas veces lleva los padres a gritarles a los hijos. Además, casi siempre entre las razones por las que gritamos está que ponemos nuestras expectativas por encima de la desobediencia del menor.
El impulso de gritar se encuentra aún más arraigado si es un hábito de varias generaciones. Pues cuando el adulto recibía gritos de sus padres, este acto puede establecerse dentro de esos patrones que tiende a repetir. Sin embargo, en estos tiempos sabemos que siempre será mejor la relación en base al respeto mutuo, por lo que vale la pena el esfuerzo de desaprender una conducta disfuncional para adquirir herramientas sanas de comunicación.
Algunos mitos entorno al hábito de gritar, se encuentran relacionados a la creencia de que esto provee de autoridad, y marca diferencias necesarias en la jerarquía. En este sentido, es importante hacer una pausa y priorizar: ¿Queremos comunicarnos con nuestros hijos de manera provechosa o deseamos establecer rígidas jerarquías familiares? Esta pregunta resulta de vital importancia si tomamos en cuenta que la mayoría de las personas buscan lo primero, pero sin quererlo obtienen lo segundo.
Para dejar de gritar, podemos preguntarnos en primer lugar qué nos lleva a hacerlo. Las verdaderas razones por la que les gritamos a los hijos pueden ser fáciles de nombrar, pero quizás difíciles de manejar; en efecto, a veces gritamos por cansancio físico y mental, por la falta de un sueño profundo y reparador, lo cual nos hace estar más irritables o nerviosos, y nos dificulta la capacidad de empatía. En ocasiones gritamos por miedo, impotencia y frustración. En fin, son diversas las causas que nos pueden llevar a perder el control.
A menudo ocurre que queremos apresurar el desarrollo de una destreza o habilidad en nuestros hijos, debido a la rapidez con que vivimos la cotidianidad, y es muy frecuente el hecho de que esta prisa nos haga impacientes, y terminemos gritando como un modo de acelerar las cosas.
¿Por qué debemos dejar de gritar?
Gritar hace que nuestros hijos no nos escuchen. Por lo general, a quien recibe gritos se le nubla el entendimiento, bloqueándose la capacidad para escuchar lo que se le está diciendo; de esta manera se vive una paradoja: Mientras más gritan los padres menos entienden los hijos. Al gritarles, la actitud del que escucha tiende a ser negativa, prestando menos atención a los argumentos. Además, el ambiente se torna tenso negativo; con los gritos, levantas una barrera que va destruyendo y distanciando la relación, haciendo que los padres pierdan autoridad sobre los hijos. Para que el niño escuche los razonamientos de sus padres lo recomendable es hablarles.
Cuando un niño se acostumbra a obedecer ante los gritos, está siendo condicionado a tener una actitud de sometimiento en contextos similares, necesitando además seguir siendo instruido mediante gritos, por interpretar que es esta la situación ante la cual debe obedecer. Sin embargo, este tipo de respuesta, en realidad representa el miedo y la intimidación que siente el niño, perdiendo la oportunidad de que el hijo responda ante la disciplina por integridad y amor, en lugar de responder por temor. Los hijos se confunden aún más si a esto le añadimos el hecho de que es posible que mientras estemos tratando de inculcar valores como el respeto y la cortesía, a la vez los estamos condicionando a responder ante el descontrol de otro. No olvidemos, además, que los gritos laceran la autoestima.
¿Cómo podemos dejar de gritar?
Sin darse cuenta muchas personas por querer hablar o corregir terminan gritándoles o gritándose unos a otros, lacerando la relación y afectando el buen funcionamiento de la misma; mucho más si se trata de un hijo.
Para dejar de gritar lo primero que se debe hacer es reconocer que en vez de hablar o llegar al diálogo asertivo estás gritando; comprender el efecto negativo que esto causa en la relación y en el desarrollo emocional de ambas partes. Un punto muy importante es hacer un firme compromiso de querer cambiar.
Transformar los gritos en un diálogo respetuoso; llamar la atención de tus hijos a través del modelamiento correcto y el autocontrol, sustentado en la paciencia, controlando las emociones para enseñar a nuestros hijos a manejar las suyas; es un proceso de cambio que requiere determinación, paciencia y tiempo.
Es importante entender que en el proceso de educar y formar a nuestros hijos es normal que tengamos que repetir varias veces lo mismo. Recordándoles en un principio de manera reiterativa sus obligaciones hasta que las asimiles, haciendo un hábito y una rutina que los lleva actuar con autonomía e independencia.
Es normal que te canses de repetir las mismas cosas y que ante la desobediencia te enojes, lo correcto en ese momento es respirar profundo, calmarte antes de hablar para que lo puedas hacer de una forma constructiva y no destructiva.
Si a pesar de respirar, piensas que aún no puedes hablar, es momento de guardar silencio, es preferible alejarse un poco, volver a respirar, tomar una ducha hasta calmarse, contar hasta el número infinito, llorar a solas para desahogar tus miedos y luego que te calmes ve, conversa con tu hijo, recuérdale las reglas y ejecuta las consecuencias previamente establecida conforme al comportamiento señalado.
Para educar a nuestros hijos debemos tener normas claras y consecuencias establecidas ante su incumplimiento, reconocimiento positivo ante el buen comportamiento y también manifestaciones de afecto. Los gritos no forman parte de una correcta educación. La autora es psicóloga y educadora, directora y fundadora de MLC SCHOOL Twiter: @MLC_Schoolrd @SVirginiaP Instagram: @pardillavirginia.