Hace mucho tiempo, los psicólogos establecieron que detrás de toda agresión hay frustración; aún dentro de la criminalidad profesional, fría, calculada y pagada. Mayormente, las frustraciones de gran parte de nuestras gentes provienen de aspiraciones no satisfechas en medio de la cultura consumista. Pero también, de fuertes tensiones y desajustes culturales, actitudinales y valóricos que generan los desfases y contradicciones propios del subdesarrollo. Notoriamente, cuando nuestra herencia cultural cristiana se enfrenta a la revolución de las expectativas de consumo y calidad de vida.
En el plano familiar e individual, crece la falta de confianza en los sistemas políticos, pero también hay falta de fe y esperanza; y también el desorden emocional y espiritual de nuestras gentes contribuye a explicar la alta frecuencia de conducta agresiva.
Particularmente, el feminicidio parece ser más frecuente en situaciones de desempleo y subempleo, donde el varón sufre minusvalía relativa frente a los estándares de conquistador-proveedor que la marginalidad y la pobreza enfatizan en cuanto su rol en la familia. Más ahora cuando ya los varones no son guerreros defensores de la patria; y la supervivencia suele inducir a actividades productivas y políticas corruptas e ilegales.
Obviamente, la frustración rompe por lo más débil: mujeres y niños.
Debe ponerse atención a la tensión que crea en hogares de la clase trabajadora, la presencia de un doble estándar y estilo de vida en la pareja joven; por ejemplo, un varón, mecánico de oficio, con muy baja escolaridad, laborando en el barrio; y ella, con bachillerato y secretariado, en una empresa moderna, con computadora y aire acondicionado, tratando con gentes de clase media, en el centro de la ciudad.
Actualmente, un grupo de investigadores de epigenética (impacto del ambiente estresante en el ser humano) ha identificado la alostasis tipo I y tipo II, dos mecanismos de defensa para la sobrevivencia del ser humano, que cuando la intensidad del estrés es constante y elevada alteran la homeostasis, o sea, estabilidad orgánica del ser humano.
De acuerdo a José D. Batista, la teoría de la identidad desarrolla la capacidad de afrontamiento del estrés, y las causas de la frustración que se convierten en ira, amargura o tristeza, que son detonantes de la violencia, la depresión, el consumo de droga, el suicidio y otras decisiones no adaptativas; reduciendo, dicha teoría, la propensión a las conductas agresivas y auto destructivas, y la generación de sustancias que alteran el funcionamiento de la genética del ser humano, produciendo diversas enfermedades, entre ellas las mentales.
Es por ello que tenemos la imperiosa necesidad de trabajar con la próxima generación con el fin de trabajar en la restauración del tejido social, en una sociedad ansiosa, violenta, depresiva, adicta, y propensa al mal trato del prójimo. Y debemos reforzar el desarrollo de los valores de la identidad en los hogares y las escuelas.
El Estado debe propiciar el mejoramiento de los barrios marginados, incluyendo el desarrollo de más y mejores empleos y, sobre todo, mejores ejemplos, de parte de las autoridades, en cuanto al uso del tiempo y los fondos públicos.