La posesión incontrolada de armas de fuego y su continuo uso para fines criminales mostraron algunas de sus peores manifestaciones en una semana causando muertes en escenarios distantes y sin ninguna conexión a los menores de edad Gioser Féliz, Carla Concepción y Yohaira Martínez. Hechos aterradores que sumen en inenarrable dolor a las familias y conturban a la sociedad que tiene que suponer, en esta simultaneidad trágica, un don de ubicuidad en el poder de fuego de la delincuencia que se muestra crecida a pesar de una prolongada prohibición de importar armas en sustitución de lo que realmente ha debido hacerse, que es aplicar una labor policial de inteligencia (que solo estuvo muy activa cuando se perseguía a la izquierda) para detectar las madrigueras y arsenales de individuos de claro perfil y antecedentes delictivos.
Son pocos los asaltantes y sicarios principiantes, que los hay. Pero los prontuarios del tenaz accionar de malhechores llenan archivos del Palacio policial en demostración de que la reincidencia, alentada por deficiencias persecutorias e insuficiencia de castigos, imprime un efecto multiplicador a las agresiones al orden ciudadano.
Aun cuando siniestros historiales debieran invocarse para sacar de circulación preventivamente a criminales consumados, y sustentar la gravedad de casos ante la Justicia para privaciones duraderas de libertad, los facinerosos siguen disponiendo de dos, tres, cuatro, cinco… oportunidades más para la malignidad.