Criptogramas

Criptogramas

Hola. Me encuentro temporalmente en los Estados Unidos, exactamente en Miami Beach, Florida. Hacía muchísimos años que no visitaba este país y, la verdad, a pesar de la tanta información que nos llega constantemente, no me imaginaba que las cosas fueran como las estoy viendo ahora, al menos en términos de uso y abuso del lenguaje.

Todos sabemos que las lenguas oficiales de los países del continente americano son prestadas, ajenas: el inglés es de Inglaterra, el francés es de Francia, el portugués es de Portugal y el español es de España. De las lenguas indígenas, no son muchas las que todavía se usan y de todos modos no son oficiales en ninguno de sus países.

También sabemos, ¿cierto, Ayuso?, que las migraciones (no hay inmigración sin emigración) han sido a lo largo de toda la historia factores determinantes en el progreso de unos pueblos, lamentablemente originado en el retroceso cuando menos, estancamiento de otros. Por supuesto, estoy hablando de migración, no de conquistas colonizadoras ni de invasiones imperialistas, vengan de donde vengan.

Estoy hablando del humillante exilio económico, del que ninguno de los gobiernos latinoamericanos ha dado muestras de avergonzarse, sino que, por el contrario y sin con ello producirnos la debida sorpresa o indignación, en todas y cada una de las campañas electorales se menciona lo que representan las remesas en las respectivas economías nacionales. Pero, como parezco ser la única persona a quien ese detalle extraña, sigo de largo hacia lo que realmente pretendo plantear.

Compré una silla que, como casi todo lo que se vende en la Florida, llevaba un sello en dos idiomas. En inglés, decía «folding chair». Parece que el fabricante le preguntó al primer hispano que encontró, probablemente dentro de su misma fábrica, cómo se decía eso en español y la persona le contestó, literalmente: «silla que se dobla». Pudo haberle dicho «plegable» o «plegadiza», pero evidentemente la estructura del idioma inglés ya domina sus reflejos en el área del lenguaje y/o la persona no conoce esas palabras ni la forma de construirlas con prefijos, sufijos e infijos, en su propio idioma. Imagino que el fabricante, de una vez, le pidió que se lo escribiera en algún papelito y, seguramente por no entender la letra, terminó poniendo en la etiqueta «silla gue se dobla», así, con G. En mis tantos años de maestra, vi muchas G que podían confundirse con Q por estricta caligrafía.

Desde entonces, me fijo mucho en todos esos mensajes y letreros que nos llegan en ambos idiomas y créanme que el asunto es interesantísimo. Por suerte, antes de darle categoría de preocupación a un problema que no puedo resolver de ninguna manera, asimilé el postulado de que los hispanos y los norteamericanos llevan años entendiéndose de lo más bien, así, con dos idiomas no necesariamente mezclados, sino muy mal traducidos uno del otro, y como si el uno existiera en función del otro, por lo tanto sin la menor interpretación del pensamiento ni de la filosofía de ninguno de los dos.

Ustedes dirán que no importa y hasta pueden tener razón, máxime si estamos convencidos de que los americanos han progresado, entre otras, basándose en nuestra emigración que nos lleva a inmigrar a su país y que, en principio, nuestros inmigrantes viven mucho mejor aquí que en nuestros países de donde emigraron, lo cual podemos discutir en otro momento, porque en mi opinión, lo que ocurre a la mayoría es que logra organizar su vida lejos de toda competencia social, política o económica, y aprende a ahorrar.

Pero, ¿cómo se hace una persona que no conozca, que no tenga conciencia de esta práctica interrelación? Por ejemplo, un turista español que venga a Miami y compre una de esas tarjetas de llamadas «baratas» (tema para otro día), ¿cómo puede seguir las instrucciones cuando le digan: «entre su número de pin», cuando no hay recipiente para entrar nada, mucho menos algo tan intangible como un número, y «pin» es una sigla que quiere decir «personal identity number»?

Que si de casualidad se le ofrece llamar a una de esas instituciones de servicios donde salen mensajes grabados «para tal cosa, marque el uno, para tal otra, marque el dos», y así, del uno al ene, debe parar muy bien sus orejas cuando escuche «para continuar en español, oprima el x», porque en muchos casos, hay que ser adivino para entender las instrucciones, sean grabadas o en vivo.

Me quedaré sin tratar el punto de los hispanos que hablan español con acento americano, o hablando mitad y mitad; peor, hasta sin proporción confiable (que nos hace dudar de la autenticidad, la espontaneidad de la mezcla y nos lleva a poner a las personas en la frontera del esnobismo), porque temo herir susceptibilidades por algo que de divertido no pasa. Creo que tampoco hace falta recordar perlas tales como «te llamo para atrás» («I’ll call you back») y tantas otras.

En cuanto al idioma escrito, ya ustedes han visto muchos comentarios debajo de los artículos y las noticias de nuestros diarios, de lectores que escriben en español con ortografía inglesa (por ejemplo, «objectivo» en vez de objetivo, «automobil» en vez de automóvil, y una interminable lista de palabras), y con el mismo criterio, o mejor dicho, la misma falta de criterio, dividen en sílabas. Hasta ahí ha bajado el nivel de nuestra auto estima, nuestro equivocado sentido de la gratitud, nuestra humilde confusión entre lealtad y sumisión.

Los idiomas inglés y español, a la usanza actual, se están convirtiendo en criptogramas, códigos secretos entre los americanos y los hispanos. La parte positiva de esto es que, bueno, ellos se entienden de lo más bien así, pero además no deja de ser importante que, aunque sea de esa manera, estén respetando mutuamente su derecho a entender lo que leen, lo que compran, lo que oyen, etc., y que los traductores e intérpretes sean profesionales muy valorados en este medio, aunque para asuntos oficiales, naturalmente, prefieren ciudadanos norteamericanos nativos, ni siquiera naturalizados.

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