¿Crisis? ¿De cuál crisis nos hablan?

¿Crisis? ¿De cuál crisis nos hablan?

Sucedió lo que tenía que suceder. Lo que muchos esperaban y otros tantos temían: se llegó a un acuerdo, un entendimiento “que puso fin a la crisis del Partido”. ¿Crisis? No hubo nunca tal crisis, si la pugnacidad entre dos sectores que trataban de imponer sus particulares ambiciones y sabían que al final del cuento, como nos narra Juan Bosch en la “Mancha Indeleble”, uno de los dos cedería, se arrancarían la cabeza y la depositarían, por innecesaria, para que el Partido pensara y actuara por ellos mismos, lo que les garantizaría sus favores y la permanencia del partido en el poder, lo único que importaba. “Servir al partido, para servir al pueblo” fue la consigna de su ideólogo, que había dado ejemplo de vida y en los 7 meses de su gobierno, solo que, pasado a la historia, la consigna había sido descarnadamente olvidada. Bosch lo había advertido y denunciado cuando temprano presentó su renuncia del PLD aduciendo las mismas causas y razones por las cuales había abandonado al PRD: la existencia de “una corriente oportunista que solo está interesada en escalar cargos públicos y obtener dinero”, señalando que “hay gente que resultó electa diputados, senadores, regidores y síndicos que, a su juicio, solo buscaban enriquecerse, comportamiento que fue extendido tan pronto el candidato mesiánico del PLD llegó a la Presidencia de la República, rodeándose de funcionarios que hicieron del quehacer político su “modus vivendi” abandonado sus funciones, medrando el presupuesto nacional de espaldas al mandato constitucional (Art. 146) “que condena toda forma de corrupción en los organismos del Estado”.

El presidente Fernández, abatido, debe sentirse muy desdichado. “El Estado me derrotó” podría decir. Su partido le hizo una mala jugada. Pero al final, lo que importa es que su Corporación con su estrella amarillenta alumbrando un cielo quejumbrosamente morado, y unida y fortalecida se afiance en el poder que es su única razón de ser, sobre todo cuando por encima de toda virtud y del interés nacional prima, como dogma de fe, un pragmatismo utilitarista que justifica todos los medios para alcanzar el fin deseado.

Pero la crisis institucional existe, profunda y de enormes dimensiones. Acusa la quiebra institucional de un sistema de partidos políticos sepulturero de la seudo democracia que se evidencia cuando los poderes del Estado quedan secuestrados por un partido “para hacer lo que nunca se ha hecho”. Prohijado por una Constitución que nació de una Asamblea Revisora viciada y complaciente que no podía, por serlo, revisar lo inexistente: 152 artículos añadidos en el proyecto del Presidente Leonel Fernández para gobernar él y su partido, sin susto, por 20 años más, en la más absoluta impunidad.

Ese entendimiento no cicatriza las heridas abiertas y tendrá un altísimo costo político y económico para la nación. En el entramado, los desamparados de siempre, los marginados, la inmensa mayoría de la población empobrecida, con su voto cautivo y mayoritario seguirá fortaleciendo y legitimando un sistema espurio que no ofrece solución a los problemas vitales, y perpetuando la desgracia, con la gracia de Dios, parece que se olvidan.

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