Crisis de Haití puso en juego credibilidad de América Latina y de la ONU

Crisis de Haití puso en juego credibilidad de América Latina y de la ONU

Por Jorge Svartzman
BRASILIA, Feb 17 (AFP) – Cuando la situación se caldeó en Haití, los países latinoamericanos retuvieron el aliento, no sólo por sus miles de cascos azules en el terreno, sino también porque la apuesta hecha para demostrar que eran capaces de resolver sus propios poblemas estuvo a punto de naufragar.

   La primera etapa de la transición iniciada en 2004 tras el derrocamiento del presidente Jean Bertrand Aristide parecía haber llegado a buen puerto con las elecciones del 7 de febrero.

   Pero de pronto la multitud ganó la calle para reclamar que se reconociera la victoria de René Preval, un ex aliado de Aristide, que obtenía casi 49% de los votos, un poco menos del 50% necesario para evitar la segunda vuelta, pero muchos más que los de su más inmediato seguidor, que rozaba el 12%.

   En el momento de mayor tensión, Preval denunció fraudes.

   La comunidad internacional, alarmada, se movilizó y las autoridades electorales zanjaron la cuestión repartiendo los votos en blanco proporcionalmente entre todos los candidatos. Preval obtuvo así 51,15%.

   La crisis electoral estuvo a punto de hacer fracasar los esfuerzos de la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah), que tiene un fuerte componente latinoamericano. Su jefe civil es un diplomático chileno, su jefe militar un general brasileño y la mitad de sus 7.500 cascos azules proceden de nueve países de la región.

   Cuando en 2004 Haití quedó sumergido en un caos de violencia y crisis institucional, los países latinoamericanos asumieron como propia la tarea de resolver la crisis.

   «Por primera vez en la historia de América Latina se conforma una fuerza militar, en este caso bajo mandato de Naciones Unidas por cierto, para dar respuesta a la necesidad de paz de un país hermano, que es el más pobre de nuestra región», explicó en junio de 2004 la actual presidenta electa de Chile, Michelle Bachelet, que entonces era ministra de Defensa.

   «Es un paso cualitativamente superior en términos de cooperación», añadió Bachelet, quien reflexionó: «dado que ninguno de nosotros tiene recursos suficientes ¿por qué no pensar en tratar juntos ciertos problemas?»

   Para Brasil, que envió 1.200 hombres, la misión en Haití es una pieza clave de la diplomacia del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, basada en una voluntad de liderazgo sudamericano, en el refuerzo de la cooperación Sur-Sur y en la ambición de conseguir un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

   Las principales inquietudes están centradas ahora en obtener los fondos prometidos por la comunidad internacional para iniciar la segunda etapa, de reconstrucción económica y estabilización institucional de un país sumido desde siempre en una espiral de dictaduras, golpes y atraso.

   En la nueva fase «se pondrá a prueba la voluntad de la comunidad internacional», dijo el jueves el canciller brasileño, Celso Amorim.

   «Se han comprometido recursos (para la Minustah) por 1.200 millones de dólares y han llegado 400», denunció su colega de Chile, Ignacio Walker, cuyo país tiene 600 efectivos en el terreno.

   Para Juan Gabriel Tokatlian, director de ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad de San Andrés (Argentina), los países latinoamericanos decidieron embarcarse en la Minustah de manera «apresurada, sin planificación ni coordinación regional».

   La intervención sienta «unos precedentes peligrosos», por haber avalado un «golpe de Estado» apoyado por Estados Unidos y Francia, contra el parecer de los países de la Comunidad del Caribe (Caricom), escribió Tokatlian en la revista de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), de España.

   El académico brasileño Ricardo Seitenfus, que realizó misiones de observación en Haití para la OEA y para el gobierno brasileño, dijo a la AFP que en estos dos años la Minustah «tuvo por objetivo congelar el poder» y que su éxito principal hasta ahora reside en haber evitado una guerra civil y asegurado la celebración de elecciones.

   Carlo Dade, analista estadounidense de la Fundación Canadiense para las Américas, afirma que los países caribeños, incluso cuando fueron críticos, precisan de una «Minustah fuerte» para evitar un éxodo masivo de haitianos.

   La capacidad de Brasil de dirigir misiones internacionales está a prueba en Haití.

   Fuentes militares de un país occidental del «Core Group» (países más comprometidos con la ayuda a Haití) dijeron a la AFP que ante la multiplicación de focos de tensión en el mundo, hacía falta más «bomberos» para dirigir operaciones de paz, y que por eso veían con buenos ojos las ambiciones brasileñas.

   Pero la operación en Haití está llena de imprevistos y hasta dramáticos.

   La Minustah enfrentó en enero un duro golpe, cuando el general brasileño Urano Teixeira da Matta Bacellar, jefe de los cascos azules, se suicidó en su hotel en Puerto Príncipe por razones hasta ahora sin aclarar. Fue sustituido por su compatriota José Elito Carvalho Siqueira.

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