Crisis de identidad generalizada

Crisis de identidad generalizada

Groucho Marx dijo: “estos son mis principios, y, si no le gustan, tengo otros”. Para buscarle la explicación a la crisis de despersonalización en que viven los seres humanos al día de hoy, se plantea el relativismo ético, el facilismo social, los principios circunstanciales y la habilidad para sintonizar con los demás. Hoy se habla de la crisis de la adolentización del adulto: un hombre maduro que frecuenta más el gimnasio en busca de subir los pechos, tonificar los músculos y hacerlo más voluntarioso para lucir más joven, pero se aleja de la librería y del conocimiento sin el temor de vivir sin pensar y sin encontrar qué decir a su propia existencia.
Con la globalización, la tecnología y la transculturación todos somos uno y, unos somos todos. Se ha perdido el concepto de nación, Estado, nacionalidad, identidad, símbolos etc. Lo que se asume y se deglute son los hábitos de los otros, sus estilos de vida, su costumbre y hasta su patología. Esos valores absolutos, defendidos y asimilados para poder vivir la vida decente como era la justicia, la equidad, el derecho ciudadano, el compromiso social, el trabajo, la dignidad, el orgullo, los principios, hoy son relativos, indefinidos, ausente de la vida individual y social en la mayoría de los países.
Los valores intangibles le daban el sustento a la identidad: “la marca país”, a la credibilidad de una persona, de un grupo social o de una institución, esa identidad ya no es propia de nadie, hoy la designa lo global, la comunicación, la tecnología, las redes sociales, el mundo financiero y las élites que marcan el mundo a la política y los grupos corporativos. Los demás existimos para un fin, como un propósito, como un medio que lo designan los otros, que son los menos, pero confunden cuando nos hacen creer que deciden los demás.
Es una identidad robada, dirigida, asignada, impuesta, asimilada, influenciada, llámela como usted quiera, pero es una crisis de identidad que ni los grupos, ni los familiares, ni los partidos, ni las academias las entienden. Hoy vemos más personas confundidas, solos en el conglomerado, indefensas de sus derechos y castigados por reclamarlos; mientras que el otro luce indiferente, apático, ignorante en defender la identidad, la ciudadanía, o los valores intangibles que le dan sustentación a la propia existencia.
Lo defendido es lo tangible: el dinero, la fortuna, el estatus, la belleza, el éxito, el confort, la vanidad, el consumo, etc. Cada quien busca su propias recetas caseras para resolver desde la individualidad, ya sea por egoísmo, por miedo, por complicidad o por patología social.
Hoy no conocemos a los demás, pero tampoco creo que le importe mucho lo que los demás piensan. Lo vemos con el transfuguismo político, el alquiler de partido, el dinero repartiendo la forma irresponsable pero legal desde los “otros principios”. Con la crisis de la identidad generalizada, poco nos importa lo que pasa con la desigualdad, las influencias negativas, la corrupción en lo público y lo privado, la falta de equidad social, de cohesión social, del sistema de derecho de ciudadanía en el orden de la salud, la justicia, la educación, al desarrollo sostenible, y a la vida decente, altruista y solidaria.
Uno de los brazos fuertes de la crisis de identidad generalizada es el individualismo, el egocentrismo y la exclusión impuesta a los que piensen o actúen diferente; es una lucha entre los “ellos y los nosotros” y “entre los nosotros y los ellos”.
Hoy, la confusión y crisis de identidad está reproduciendo un modelo de ciudadanía irresponsable, inmaduro, pasivo, indiferente, que existen pero no sabe sus objetivos fundamentales, sus razones de existencias, su verdadera labor psicosocial, ni su realidad histórica.
El pragmatismo social es otros de los brazos fuertes de las crisis de identidad. Sin embargo, las consecuencias de todo esto apuntan a la reproducción de patologías sociales, familiares, religiones, Institucionales, de hombre y mujeres que no encuentran respuestas a la soledad colectiva y a la apatía e indiferencia social y, a la falta de una solidaridad compartida que sea inclusiva para todo el tejido social.

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