Crisis de la identidad generalizada

Crisis de la identidad generalizada

Hoy nos conocemos menos que ayer. Ayer, la vida era cotidiana y gregaria. Todo está bien delimitado. Se vivía con cierta seguridad y, hasta sabíamos qué esperar en cada uno de los espacios que socializábamos. Eran los mismos rostros en los mismos lugares. En cierta forma la vida era literalmente predecible. La identidad, entonces, estaba asumida desde lo socio-cultural, los símbolos, las costumbres y hábitos, para terminar en la identidad del “yo”. Esa identidad era la parte que ser vía para identificar, o asumir el perfil psico-social de la personalidad. Sin embargo, la ideología y la práctica social, también iban construyendo el ideal, el pensamiento y las causas asumidas para tomar distancia de los demás grupos sociales. El mundo era bipolar, era una sola religión, el sub desarrollo servía para unificar a la familia: permanecían más juntos, hablaban más, se expresaban más la solidaridad y compartían más sus propias dolencias; se tenían menos cosas tangibles, pero eran menos pobres, debido a que existían y vivían con identidad, valores, dignidad y orgullo para la existencia.
El yo personal estaba más nutrido de la madurez y de la identidad con el otro, lo que explicaba la existencia de la conquista para el colectivo, lo gregario, lo internacional o local; pero nunca para el egocentrismo, el individualismo o el narcisismo. La identidad se discutía, se analizaba y se le escribía, debido a que era parte de una estructura de la personalidad, de lo social y lo cultural que nos hacía diferente, particular e irrepetible. Ahora la identidad no es defendible; más bien se exporta, se hace globalizada, a través de la transculturización, de la tecnología, la industria, el cine, la música, las redes sociales, las bebidas y del arte culinario. Hoy parece que somos todos y todos para uno. Vivimos confundidos, entretenidos, de forma inmadura y en acatamiento social. Simplemente hacemos los que nos dicen, hemos perdido la capacidad de asombro, de reaccionar y de utilizar el juicio crítico para contextualizar. Algo peor, diría que muchos saben lo que pasa, lo que contamina, lo que asesina la identidad colectiva, pero hacen silencio, se hacen cómplices, o se hacen dependientes de ese mercado que apuesta a la crisis de la identidad generalizada.
¿Quién soy? ¿Qué voy hacer? ¿Quién es mi referencia? Ya no son preguntas para adolescente en la construcción de la identidad, son más bien las respuestas para el adulto que sufre el síndrome de la adolentización. Un adulto que lo mueve el dinero, el confort, el poder, la vanidad; pero se aleja de la identidad, de la causa, del compromiso, de la solidaridad, de los vínculos, del sentido de pertenencia social y personal para sentir el dolor de tejido social. La brusquedad ha sido el individualismo, la despersonalización, la complicidad, la indiferencia, la apatía, el egoísmo, la desvinculación y la exclusión de los demás. Hoy parece que no nos conocemos, ni en la casa, ni en trabajo, ni en la escuela, ni en la pareja, ni en el noviazgo, ni en la calle, ni en la vida impredecible que vivimos y dejamos de existir todos los días. Dejamos de existir debido a que cientos se mueren, y no lo saben, cuándo se endrogan, delinquen, se corrompen, transgreden y se violan ellos mismos, o sea, se desconocen debido a que se relativizan, se auto-engañan; piensan diferente y se hacen adictos del consumo, de lo desechable, de lo banal, de lo ligero y lo mediático.
Una vida así no puede tener identidad, ni rostro, ni historia, ni ideal, ni referente; Una vida así entra en la crisis de la identidad generalizada: caracterizada por un ser sin ideal, sin causa, sin motivos reales, sin sentido de transcendencia y sin compromiso para pensar y vivir diferente y, menos, para cambiar el mundo, la sociedad, la circunstancia y la vida de aquellos ciudadanos de ese mundo que han quedado excluido, pobres, desiguales y atropados en una crisis de identidad mundial.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas