Crisis de pareja: cuándo dejarlo, cómo superarlo

Crisis de pareja: cuándo dejarlo, cómo superarlo

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Los cambios sociales y culturales han depositado en el fondo del baúl de los recuerdos el romántico recurso de deshojar una margarita, para preguntarse y responderse “¿me quiere o no me quiere? Ahora uno de los interrogantes cada vez más frecuente entre las parejas ha pasado a ser “¿seguimos o no seguimos?

Pero para responder a esta cuestión no sirven de nada las margaritas, porque la mayoría de las veces las emociones y sentimientos  entre dos personas no están demasiado claras, y los días de convivencia y relación pueden oscilar entre el cielo y el abismo, entre avances, retrocesos, contradicciones y claroscuros, que confunden y dificultan tomar una decisión.

 Los psicólogos especializados en problemas de pareja dan algunas pistas para iluminar el camino y dar con la salida, cuando la relación se ha convertido en un laberinto o un rompecabezas.

Las disputas indican la salud de la relación: pueden ser una válvula de escape en la convivencia o una señal de que hay un problema serio que puede terminar con ella.

Las peleas son positivas cuando persiguen un acuerdo o una solución, sin violencia, insultos ni humillaciones, sirven para que la relación funcione, como un nexo de atracción para revivir la sexualidad, o por el placer que supone la reconciliación posterior, siempre que los dos estén de acuerdo en utilizar esa fórmula.

 

¿Y usted, cómo discute?

 

En cambio, las discusiones pueden ser negativas si involucran a terceras personas para conseguir un fin o implican una crítica constante, la infravaloración o juicios personales sobre la otra persona, o recurren al chantaje psicológico, utilizando frases del tipo “si no haces esto, dejo de hacer aquello…”.

Finalmente, las riñas son un punto de no retorno cuando comienzan exigiendo a la pareja concesiones que no están dispuestas a dar, cuando se reacciona siempre negando para no perder la batalla o cediendo para no discutir más, y cuando en vez de sugerir se intenta imponer algo al otro o doblegarlo.

También son una señal de que algo va muy mal cuando terminan con un silencio, dando la callada por respuesta o haciendo caso omiso de lo que el otro cuenta para minar su paciencia con la indiferencia, lo cual indica que el conflicto está en una fase terminal y puede llegar a acabar con la relación.

Para ayudar a decidir si conviene continuar con la pareja o decir basta, es aconsejable responderse una serie de preguntas: 

¿La relación significa lo mismo para ambos?: puede que uno busque estabilidad y comprensión, y el otro, pasión y aventura. ¿Tienen intereses u objetivos que se puedan compartir?

¿Está dispuesta/o a hacer todo lo posible para resolver los conflictos que le han llevado a pensar en separarse?

¿Cree que si pone fin a su relación tendrá pocas posibilidades de establecer un nuevo vínculo sentimental con otra persona?

¿El deterioro se debe más a motivos prácticos de  convivencia que a razones emocionales, como la falta de amor o pasión? ¿Los beneficios que obtiene por seguir superan a sus costos?

Si la respuesta a la mayoría de estos interrogantes es afirmativa, la pareja tiene muchas posibilidades de salvarse y proseguir una relación satisfactoria una vez resuelta sus diferencias.

 

Cómo evitar el  naufragio

De todos modos, el principal requisito para solucionar la crisis de pareja consiste en que el deseo de salvar la relación se dé en ambos miembros: si uno de los dos no quiere o no está dispuesto a trabajar para normalizar la relación, es mejor romper.

Si ambos quieren luchar por salvar la pareja, es imprescindible que adopten todos los medios a su alcance, como acudir a terapia de pareja o dedicarse el tiempo necesario,  para perfilar las discrepancias y promover un cambio positivo en la relación.

De todos modos, no será una tarea sencilla porque la duda de si se está tomando la decisión correcta y el temor a equivocarse estarán presentes durante todo el proceso.

Además, cada opción tiene sus consecuencias: si se prosigue la relación habrá que trabajar para producir los cambios que permitan recuperar la estabilidad y satisfacción; si se rompe, habrá que prepararse para afrontar grandes cambios en la propia existencia.

La mayoría de las parejas tropiezan con los mismos problemas, que se transforman en auténticas “bolas de nieve” que aplastan la relación si progresan pero que pueden solucionarse si se atajan al principio, dialogando y trabajando los dos juntos.

Uno de los principales saboteadores es la falta de comunicación: hay que aprender a escuchar e informar de forma adecuada, interesándose en lo que dice el otro, sin remontarse al pasado ni recurrir a generalizaciones, quejas o leer la mente del otro.

Otro escollo frecuente es el reparto de las tareas domésticas: en la casa deben colaborar los dos, analizando primero qué tareas de orden y limpieza apetecen más o menos a cada uno y cuáles detestan, para después distribuir el trabajo, respetando la manera de hacer de cada uno.

 

 Después del adiós

 

En los primeros 4 ó 5 meses posteriores a la ruptura, conviene alejarse del otro evitando entrar en una relación de amistad que podría funcionar en el futuro, pero que en esta primera etapa puede conducir a no terminar de desengancharse nunca y seguir a medias, lo cual es perjudicial.

Hay que evitar ver al otro, hacer vida por separado, frecuentar situaciones diferentes y no tratar de coincidir. Salvo casos extremos, la ruptura no desemboca en una depresión y puede superarse en unos meses. Para hacerla más llevadera es bueno empezar cosas nuevas, dedicarse a actividades agradables, conocer gente y emprender proyectos, sin encerrarse en casa.

Las rupturas ocurren y son algo normales porque de antemano, no sabemos como funcionará ni evolucionará una pareja. Para afrontar un nuevo vínculo vale lo que para todos: hay que lanzarse a la piscina e involucrarse en la nueva relación.

 

Comunicación, la palabra clave

 

Para que una relación funcione hay que dedicarle tiempo a cuidarla, fomentando algunos intereses compartidos y otros individuales para el tiempo libre, y evitando caer sistemáticamente en la inactividad y en el exceso de televisión.

En cuanto a los conflictos de cama, hay que hablar clara y directamente sobre las preferencias, fantasías y frecuencias sexuales, sin pudores ni tapujos; muchas veces la falta de deseo obedece a una falta de conocimiento de las necesidades mutuas. Todo está permitido, siempre que ninguno se vea obligado a hacer lo que no le apetece.

Asimismo hay que tener en cuenta que después del estado de enamoramiento inicial, que experimenta toda pareja y suele durar de 5 meses a 2 años, acechan la rutina y el aburrimiento. Brindarse mutuamente pequeñas sorpresas y seguir descubriendo las facetas del otro, pueden ser buenos remedios contra el tedio.

 El descubrir que la otra persona nos ha sido infiel, aunque es uno de los hechos más traumáticos que suceden en una relación, no conduce necesariamente a la ruptura del vínculo sino que es una señal de alarma de que algo no funciona como debería.

Para perdonar al otro hay que preguntarse porque el otro nos ha “traicionado” e incluso replantearse los propios sentimientos contradictorios sobre el orgullo y los valores: o se reorganizan y se sigue adelante o se rompe la relación. En todo caso la predisposición a perdonar dependerá del tipo de infidelidad: si ha sido accidental, si no ha sido premeditada y sólo ha sido un comportamiento circunstancial producido por la situación y quien ha sido infiel se arrepiente y se da cuenta de que ha cometido una tontería, no significa que la pareja esté amenazada, aunque tampoco nada puede asegurar que no vaya a suceder de nuevo.

Pero si la infidelidad es habitual o recurrente, es un signo de que algo marcha mal, debido a la falta de comunicación o al vacío de la relación, o a que el otro es infiel por sistema, porque necesita reafirmarse a través de sus aventuras para sentirse bien consigo. Esta persona difícilmente cambiará y para seguir con ella, hay que estar dispuesto a aguantar más engaños.

 

Seguir o no seguir

 

Según la psicóloga Irene Alonso, “para decidir qué hacer con una relación en crisis hay que dejar de ver en el otro lo que queremos ver, y observar si su forma de vida nos hace felices, es decir ver la realidad en lugar de las fantasías”.

Una razón determinante para dejarla es una gran discrepancia u oposición en los temas que son importantes para cada uno, como la religión, las opiniones políticas, los valores, las expectativas de futuro o los proyectos, o cualquier otro aspecto de la vida.

Uno de los problemas que inducen más rupturas son los noviazgos muy largos, de 7 u 8 años o más y que a medida que se alargan son cada vez más difíciles de llevar, por lo que llegan a un punto en el que se aumenta el compromiso o se rompe la relación. En ese caso hay que hablar claro con la pareja y decirle lo que se quiere, ya sea casarse o irse a vivir juntos, y preguntarle si opina lo mismo, actuando según su respuesta.

Otro escollo que lleva a cada vez más separaciones, incluso entre personas muy razonadoras, es el reparto de las tareas de la casa, una cuestión que no se habla directamente porque se da por supuesta una división tradicional de los papeles, en la que por ejemplo la mujer se dedica a la cocina y el varón a la jardinería. 

JAM /E F E – REPORTAJES

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