Crisis del ciclo vital familia-escuela-trabajo

Crisis del ciclo vital familia-escuela-trabajo

JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
La apertura del país a productos y empresas extranjeras, bien visible desde principios de los noventa, seguirá ampliándose con la entrada en vigencia del CAFTA-DR. No vale la pena perder el tiempo con declamaciones ditirámbicas contra sus efectos negativos, como tampoco con la inacabable retahila de masoquistas declaraciones sobre la descomposición moral del  Gobierno, de los Tribunales,  de los Partidos, de la Sociedad y de la familia.

Dejemos que los seguidores de Garcilazo de la Vega  sigan recordando cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, como a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor,  y nosotros  esforcémonos por aprovechar el quantum y el ritmo del tiempo que nos toca vivir. 

Elementos importantes de nuestro tiempo son la abundancia y sofisticación de muchos bienes  creados por una tecnología orientada al mercado en un mundo consumista y la exigencia de mejores rendimientos de calidad en el empleo. La eclosión de su dinamismo incontenible modificará nuestra clásica concepción del ciclo “eterno” del crecimiento individual: pasar de la familia a la escuela, de ésta al empleo, y de éste a una nueva familia.

En ese ciclo la escuela se considera necesaria para lograr un empleo aceptable y éste para comenzar una nueva familia.

Mas  bien que mal la escuela sigue siendo la fase siguiente a la familia; el alto por ciento de niños y jóvenes que asisten a la escuela no admite cuestionamiento. Más difícil es probar que la escuela prepara para un buen empleo cuando éste se mide en dinero. La duda nace de dos tipos de consideración: la existencia de formas no del todo socialmente aceptables de ganar buen dinero que no tienen mucho que ver con la escuela y el muy bajo nivel de los salarios reales.

En este ambiente social a muchos nos resulta contra intuitivo defender el potencial de la escuela para lograr un empleo con ingresos aceptables. La escuela  sirve y mucho de lugar de socialización relativamente disciplinada (la alternativa es la calle) y para adquirir habilidades importantes para la vida: acreditación mediante título escolar de que uno es alguien,  cierto dominio de la lectura y de las operaciones aritméticas básicas y, cada vez más, tecleo de computadoras. La utilidad de la escuela sigue siendo grande; la creencia, en cambio de que sólo o muy principalmente mediante ella se llega a buenos empleos se debilita. 

Nada raro. Durante siglos se consideró la escuela básica (hasta la actual secundaria inclusive) principalmente como formadora de mujeres y  hombres y no tanto como instrumento general de promoción económica. Dediquemos unos minutos a examinar la problemática.

Empleos socialmente inaceptables

Aunque el origen de estos empleos puede situarse en una situación de gran pobreza en los barrios marginados urbanos y en la anomia o falta de normas conductuales acomodadas a ese medio, no  bastan ellas  para explicar convincentemente la aparición en escena de oportunidades de lucro apreciable en actividades tenidas por amorales.

A) Sin conexiones con una sociedad externa más pudiente la rentabilidad de  ocupaciones como la prostitución  de muy larga data en la historia de la humanidad sería en general baja y tal vez no pondría en duda la utilidad económica de la escuela. Al menos eso sugieren  lecturas de literatura  y hasta de  historia en las que sus practicantes aparecen mezclados con otros pobres sin descollar económicamente de la masa y siendo evaluados negativamente. En esos casos los empleos socialmente inaceptables para la cultura dominante son sencillamente un modo feo de supervivencia y no un gran riesgo para la utilidad económica de la escuela.

El potencial destructor de estos empleos aparece cuando su remuneración es muy superior a la usual en oficios vistos como necesarios por la sociedad. A principios de los noventa con el auge de estudios sobre los niños y niñas de la calle se constató un diferencial muy apreciable en los ingresos de esos oficios y se generalizaron en la música popular frases equívocas y unívocas que resaltaban regalos recibidos con alegría picaresca por familiares y tutores.    Un inventario, probablemente bastante incompleto, de “oficios” verbalmente condenados aunque sean tolerados, registraría por lo menos seis de ellos:  bancas de apuestas y juegos, sexo comercializado, distribución de drogas, robos asaltos y secuestros, escuelas para big y little leaguers y proselitismo partidista pagado. A los dos últimos no les cuadra el calificativo de “socialmente inaceptables”. Se incluyen no por su misma estructura sino por sus efectos, lo que no deja de ser bastante arbitrario y hasta poco equitativo.

Las academias de base ball, ni pecan contra la moralidad, ni niegan la necesidad de una educación básica -inclusive la ofrecen- pero apartan a muchos niños pobres del clásico ciclo y someten a sus madres a gastos de casi fortuita realización.

Menos cuestionable es la mención del proselitismo partidista pagado. En sociedades democráticas resulta imprescindible contar con dirigentes barriales que optan, como decía Weber, por vivir “de” no “para” la política. Pero cuando los dirigentes se multiplican hasta incluir a cuanto simpatizante del partido en el Gobierno no logró un cargo público porque no hay tantas posiciones burocráticas y cuando su financiamiento proviene de fondos públicos a ONGs partidistas o a programas pepehachistas o pemeístas, tal vez debamos hablar de empleos socialmente inaceptables. En cualquier caso la posibilidad de obtener un cheque aunque sólo sea de 3,500 pesos mensuales (100 dólares) sin mayor calificación que la de ser activista partidista y sin necesidad de rendir otro servicio a la sociedad crea en hogares pobres la creencia de que la escuela no es necesaria para vivir.

B) El influjo negativo de estos oficios sobre la escuela como elemento fundamental de un ciclo de vida que hoy tiene que tener carácter económico aumenta, pues,  cuando su rentabilidad excede muchas veces la de empleos y carreras bien vistas. No sería justo, sin embargo, negarles toda utilidad social o intentar que su valor de mercado sea dictado por juicios éticos (o sea concordes con el parecer de los “mejores” o de los “más” de una sociedad) en una economía donde las preferencias agregadas de los miembros de una sociedad determinan el precio de bienes y servicios. La fiebre no está en la sábana (en el mecanismo de precios) sino en la escala de valores realmente existente en quienes formamos una sociedad aunque es importante recordar que la situación de pobreza influye mucho en los valores. Lo lógico sería atacar la pobreza y el abuso de violencia no los precios.

El hecho de que este tipo de empleos sea socialmente inaceptable y que realmente lo sea no puede cegarnos de tal modo que los consideremos sólo como reñidos en grados diversos con la dignidad humana. Adrián Ayala, un jesuita que optó por vivir en una “fabela” brasileña en Belo Horizonte, nos brinda una instructiva narrativa:

“La mayoría de la gente cree que porque vivimos en este barrio somos sospechosos y responsables de los crímenes que se cometen alrededor. La mayoría de la gente viene del interior creyendo que iban a mejorar la vida pero encuentran una sociedad cerrada que no les da cabida dentro de sus esquemas y terminan en barrios como éste, sin nada. Sobreviven de la manera que pueden. Casi todos terminan en el tráfico de drogas. Ven en él la única manera de sobrevivir a pesar del peligro que supone. El tráfico les pide sólo el coraje de vivir o de sobrevivir.

“Muchos niños aspiran a ser traficantes; es la única visión de la sociedad que tienen… Cuando la gente entra en el tráfico es porque ya perdió las ganas de vivir; algunos jóvenes de 15 ó 16  años lo único que quieren es morir; muchos de ellos ya tienen muchas muertes sobre sus hombros y como que se les hace pesada esa carga y no encuentran otra manera de descargarla que morir. La gente cree que la vida del traficante es fácil pero exige mucha disciplina: se tiene que pagar al día por la mercancía porque si no se paga viene la muerte”.

C) El nudo del drama de los empleos socialmente condenables está en el desempleo, no en la mala voluntad de quienes los practican. La mala voluntad habría que localizarla fuera de los barrios en las personas que controlan estos “oficios”.  Aceptemos que existen hoy en día alternativas sociales más peligrosas pero más prometedoras de éxito económico que la escuela cuyo influjo económico se aprecia en el mejor de los casos después de varios lustros o décadas mientras que comer y vivir son necesidades impostergables.  Aceptemos también que la falta de oportunidades de empleo es otra, más profunda aún, raíz de la existencia de estas actividades antisociales.

 Resta indagar otro tema central: el diferencial económico entre empleos socialmente inaceptables y empleos basados en  la escolaridad ¿se debe a la naturaleza de ambos o a una subvaluación del trabajo aceptable socialmente? En español nos preguntamos si los bajos salarios reales del trabajo “honrado” no generan esas diferencias.

El bajo salario real

Una amenaza continua a oficios aceptables  socialmente, aunque mirados con cierta indulgencia compasiva, es su baja remuneración. Quien  comprende de modo parcial los flujos económicos, cree correctamente que los salarios reflejan  una posición “de equilibrio” entre oferta y demanda y que cuando son bajos  estimulan la inversión y consiguientemente el empleo pero olvida lamentablemente que esos mismos bajos salarios, ingresos para los empleados, limitan la demanda de bienes y servicios de origen nacional y consiguientemente afectan de modo negativo la inversión.

Desde otra perspectiva también parcialmente correcta se aboga por altos salarios en orden a inducir una mayor demanda que  estimule la inversión y el empleo y mejore el bienestar de los asalariados sin tener en consideración que los salarios son costos para los empresarios que afectan la rentabilidad y las expectativas de inversión.  Los beneficios para la economía norteamericana de los altos salarios ofrecidos por Henry Ford a sus obreros son bien conocidos por los economistas como lo son la capacidad técnica norteamericana para aumentar los bienes producidos por obrero y las ventajas de contar con una moneda de aceptación universal, el dólar, que minimiza la necesidad de corregir los desequilibrios cambiarios de la balanza de pago.

Nuestra tecnología en cambio, es baja y la  dependencia de insumos, energía y financiamiento de los mercados extranjeros especialmente de los Estados Unidos extremadamente alta.  En buena teoría los precios son determinados simultáneamente por la oferta y demanda algo que dificulta extraordinariamente políticas saláriales dejándolas depender en buena parte de la demanda externa, de la tecnología requerida por ella, de la competencia con  otros países productores y del resultado de nuestra balanza de pagos. Obviamente estas restricciones valen sobre todo para los bienes transables, objetos del comercio internacional, aquellos en los cuales la remuneración monetaria puede ser mayor.

Sólo dentro de este marco es posible incrementar a corto plazo el salario real. Una buena parte de los incrementos saláriales ha tenido como objetivo la recuperación casi siempre parcial de la inflación que año tras año venimos experimentando y que cumulativamente, aun cuando no llegue a dos dígitos, puede socavar el poder de compra de los asalariados.

A largo plazo hay varias opciones que permitirían el incremento del salario real y consiguientemente disminuirían el diferencial entre ingresos por trabajo socialmente aceptable y trabajo inaceptable. Entre ellas figuran: a) el incremento del gasto público en educación; b) una mayor seriedad administrativa  -pública y privada- que disminuya el riesgo empresarial y el riesgo país, por una parte, pero, por otra parte permita al Estado aumentar el gasto en bienes de calidad social y en crear economías externas para las empresas; c) el enfoque barrial y no individual   de las políticas sociales; d)   y un grado mayor de competencia que aparentemente tendrá que ser internacional que disminuya ganancias empresariales rentistas de origen oligopolista o partidista.

Frente a estas posibles (?) políticas de índole reformista más que revolucionaria aunque sean estructurales, abundan tentaciones populistas bien intencionadas que a un muy corto  largo plazo pueden ser dañinas para el bienestar de todos. Las menos peligrosas  por su eminente irrealismo proceden de sectores moralizadores que piden a la naturaleza humana lo que ella no da y no emplean los medios necesarios para equilibrar su proclividad al egoísmo. Apunte entre ellas las diatribas en los medios contra la corrupción pública especialmente de los Tribunales (¿y la privada de varios bancos?) y las filípicas contra la falta de solidaridad de los ricos y de los empresarios y contra el exhibicionismo materialista de la cultura de estos nuestros ambiguos pero para nosotros únicos tiempos reales. Otros claman en pro de aumentos saláriales a niveles americanos o europeos.

Las más peligrosas para los pobres de países pequeños en desarrollo son las proteccionistas energizadas por pluscuamduartianos nacionalismos. El problema no es el talante ideológico de su discurso antineoliberal sino algunas políticas concretas  ajenas al marco histórico, político, social y económico en el que se mueve  la economía global de nuestro tiempo. Nadie puede negar que esa economía global la determinan las grandes potencias o la hoy única superpotencia y nadie con un mínimo de responsabilidad puede exonerarse de una crítica pesada aunque objetiva a sus intereses y métodos. Pero de ahí a ignorar la realidad hay la misma distancia que entre los gigantes de Cervantes y sus molinos de viento con el agravante que el atropellado no es el caballero de la triste figura  sino la gente común y corriente que desea vivir con cierta holgura y mucha dignidad.  Dijo Weber que la ética de los políticos había que medirla por sus consecuencias más que por la ética del Sermón de la Montaña, parábola escandalizante que ocultaba la sana intención de que los políticos asumiesen la  responsabilidad social  de sus actos.

Políticas sociales barriales

Las políticas sociales dominicanas han tenido un enfoque predominantemente individual. Habiendo tantos pobres y desempleados, unos más que otros, hemos tratado de identificar  a los más necesitados de entre ellos y ofrecerles tarjetas electrónicas para sus necesidades vitales condicionándolas al envío de los hijos a la escuela.

Más colectivos, en el sentido de prescindir de los casos individuales, son el desayuno escolar y la exención total o parcial de pago de la energía eléctrica por barrios o pueblos.

Denotaría ruindad de espíritu negar utilidad social a estas políticas argumentando que sería mejor  un enfoque más colectivo de servicios generales de calidad focalizados en los barrios. Pero probablemente este último tipo de políticas sería más efectivo. Buenas escuelas vocacionales sobre todo para varones -muchos Politécnicos tienen clientela femenina-con talleres que den servicios técnicos a bajo costo y financiación a pequeñas empresas de calidad  aliviarían algunas de las presiones de desempleo y baja remuneración salarial que están haciendo saltar para desgracia de los barrios  y de la sociedad el ciclo de vida familia-escuela-empleo.

Importante para el éxito son no los edificios sino las “competencias” que se exijan. La globalización busca calidad  y buen diseño de los productos y no pregunta  por las técnicas usadas. Las escuelas vocacionales, en cambio, enseñan técnicas y conocimientos para hacer productos y ofrecer servicios. Para el empleo es más importante que muestren los estudiantes en sus tareas  las exigentes normas de  calidad internacional. El énfasis no puede estar en graduar sino en inculcar a los graduandos la importancia del “perfeccionismo” y del buen diseño. Sólo quienes asimilen ese ideal merecen ser graduados. Sólo ellos serán  maestros de hecho y no sólo de diploma.

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