Crisis del pragmatismo y del utilitarismo en nuestra partidocracia

Crisis del pragmatismo y del utilitarismo en nuestra partidocracia

Probablemente el utilitarismo ni el pragmatismo tendrían nada de malo si, como instrumentos del buen pensar, estuviesen en manos de gentes con el corazón y la cabeza bien puestas. Es más, ni siquiera el ateísmo filosófico sería necesariamente malo en manos de dirigentes de recto pensar y buenas intenciones. El problema de esas doctrinas y corrientes se complica cuando estas se mezclan con urgencias aplazadas, analfabetismo o diletantismo.

Ahí, justo en la isla de al lado, tenemos un régimen ateo-comunistoide de varias décadas del cual no se puede decir que sus líderes sean gentes decrépitas ni corruptas, aunque tengan fallas propias de cualquier burocracia pobre y abultada, más aún cuando ha sido obstruida por poderosos adversarios. El propio Juan Bosch no era creyente ni nada parecido, y sus ideas políticas estaban bastante influenciadas por el marxismo, como igualmente ocurría con muchos pensadores políticos de entonces.

El utilitarismo y el pragmatismo pueden ser inofensivos en países desarrollados en los cuales el sistema institucional que establecieron sus fundadores, fue edificado sobre una cultura eminentemente cristiana luterana. Impregnada de igualdad, solidaridad, y sentido de proyecto: nacional y espiritual; y con el temor de Dios como resguardo de las normas éticas. Estados Unidos se inició como una organización social de inmigrantes rasos, sin estatus ni “privilegios de origen”, en busca de libertad y oportunidades, alejados del patrocinio de un imperio que los obligara, a ellos ni a los aborígenes, a recoger oro en ríos y minas, ni a trabajar en sus hatos, cañaverales y haciendas. Colonizadores (espiritual y materialmente) incapaces de someter a los aborígenes, ni de propiciar inicuas estructuras de clases. Aquello ha cambiado mucho, pero lo esencial se mantiene como tradición y regla de juego institucional, pero cuyos defectos sistémicos actuales son apañados con las ventajas que esos estados obtienen en sus “tratos” con naciones más atrasadas, a las cuales exportan sus contradicciones y conflictos.

Aquí, esa base socio-cultural, e institucional fue muy distinta. Nunca hubo sociedad, sino gentes “de sociedad”, de segunda y etcétera. El Estado era “cosa nostra” de los imperios colonizadores.

Cuando luego llegaron nuevas doctrinas filosóficas, estas fueron mayormente acogidas por gentes desarraigadas, con urgencias atrasadas, y precaria formación cívica e intelectual.

Esas filosofías cogieron atajos y “desriscaderos” que las despedazaron sin alcanzar los propósitos de sus formuladores. Éramos países que no habíamos recorrido el modelo mágico-religioso, autoritario, clientelar y caudillista; necesitábamos aún procesos educativos multi-generacionales, y desarrollo de nuevas estructuras productivas y de clases que le dieran carne y sustento a sistemas culturales e institucionales eficaces, basados en formas de pensar diferentes. Las intervenciones frustraron transformaciones necesarias. También evitaron algunos oprobios. Los gobiernos “pragmatistas y utilitaristas” no han favorecido a toda la sociedad, como postulaba Bentham, sino a un puñado de “emergentes”, y a poderosos de siempre. Las filosofías sin Dios ni tabús no funcionan en pueblos analfabetos y menesterosos. Realmente, tampoco en países más desarrollados; pero ellos saben aplazar, disimular y exportar sus fracasos. Probablemente tendrán que regresar de nuevo a Dios… no muy tardíamente.

 

 

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