La vertiginosa crisis financiera global, registrada ya como la peor recesión económica en los Estados Unidos y Europa desde la Segunda Guerra Mundial, ha estado presionando definitivamente la baja en las subastas, ferias y exposiciones, la valorización del arte moderno y contemporáneo, luego de un periodo de espectaculares ventas y pasmosas ganancias que se mantuvieron hasta mediados de la segunda mitad del 2008.
Ya desde finales de octubre del pasado año, enfrentábamos un verdadero bombardeo de informes y comunicados en los que muchos y muy interesados promotores nos edificaban sobre las bondades y/o calamidades que traería esta nueva crisis mundial al mercado del arte, tanto en los circuitos centrales norteamericanos, europeos y asiáticos como en los marginales de América Latina y el Caribe.
Recuerdo uno de esos press release enviado por un experto en subastas locales en el que anunciaba que la crisis financiera supondría un inminente repunte de la inversión en arte a nivel internacional ya que el arte es más seguro que los diamante, el petróleo o la tecnología y admite transacciones futuristas. Ante unas expectativas tan interesantes y dignas de seguimiento, tomé la decisión de no atender más de la cuenta dichos informes, intentando yo mismo la búsqueda de la información directa, precisa y confiable. Lo único que sabía era que si quería saber si la crisis iba a desarrollarse a favor o en contra de la industria de la representación cultural, debía estar bien atento a los acontecimientos artísticos-financieros del devenir.
Dadas las características turbulentas de leyes y éticas de realidades emergentes como las de América Latina y el Caribe -que complican la transparencia sobre el gusto, los intereses del coleccionismo; la calidad del arte que se oferta y se demanda ; las tendencias artísticas preferidas; el conocimiento que soporta la capacidad adquisitiva y sobre las fluctuaciones de los precios o cotización de la obra de arte contemporánea. A menos que uno no accione desde adentro, que realmente tenga algo que hacer o decir en el artworld de la actualidad, creo que no sería honesto ni seguro exponer desde estos estrechos márgenes tropicales, sobre la naturaleza o situación actual del mercado del arte y menos todavía sobre los efectos de su interrelación con la crisis global.
Desde luego, en tiempo de crisis nada ni nadie está seguro. ¿Acaso ha sido diferente alguna vez? En cada experiencia cultural, lúdica o cognitiva, uno intenta estar confortable con lo que hace, habla, escribe, difunde o sostiene. Tal intento es siempre una búsqueda por mil caminos y muchas veces nuestro instinto eminentemente nómada respecto a la realidad inmediata y al tiempo presente nos hace extraviar la clave mística de que el buscador es lo buscado. Esto lo pude advertir la tarde del jueves 13 de noviembre del 2008. Sucedió en el Auditorio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, en el marco de la celebración del XLII Congreso de la Asociación Internacional de Críticos de Arte y del Simposio Memorias Globales y Poder Económico.
Allí estaba el eminente historiador y crítico de arte Brandon Taylor (Inglaterra), quien presentó una académica comunicación sobre El mercado como memoria. Mientras el respetable especialista inglés exponía sobre la cotización de las obras de importantes artistas modernos y contemporáneos en las grandes casas de subastas como Sothebys y Crhisties: Picasso, Moore, Kandinsky, Bacon, Lucian Freud (1922), Andy Warhol, Jenny Holzer (1950) y Damien Hirst (1965), yo permanecía bien atento y silencioso ya que se trataba de todo un connosieur, una verdadera autoridad que nos podría iluminar al momento de comenzar a desandar con mayor precisión el poscrítico laberinto del mercado de arte internacional. Al concluir su comunicación, Brandon Taylor estuvo dispuesto a responder algunas preguntas y comentarios. Yo tenía la intención de aprovechar al máximo su pericia sobre el tema. Así que de inmediato le puse al tanto sobre los múltiples discursos que nos estaban llegando desde los deslumbrantes portales del Hipermundo al mismo tiempo que le cuestionaba respecto a si realmente la llamada crisis global era buena o mala para los negocios del arte contemporáneo. De repente, el doctor Taylor se quedó virtualmente frisado y, luego de clavar sus ojos sobre el ignoto abismo de la mesa de trabajo que compartía con otros dos expositores, lentamente levanto su rostro, casi siempre triste, dirigió una mirada flotante hacia el público. Entonces, con apreciable timidez y frialdad, respondió únicamente: Sr., yo no puedo contestarle esa pregunta, lo siento, no puedo En el Auditorio del MACBA, algunos de los presentes se miraron entre si, silenciosos, como aturdidos y sórdidamente desconcertados
Una tendencia reciente muy poderosa en los negocios del arte es la que apuesta a considerarlos únicamente como inversión. Entonces, resulta todavía mucho más triste el desconcierto cuando se tiene que admitir que en el contexto artístico el dinero es un componente determinante. Si se trata de obras de artistas afamados o reconocidos, la firma desborda la calidad o artisticidad del objeto. El coleccionista-inversionista no compra la obra, más bien compra la firma, el nombre, independientemente de su calidad estética o conceptual. Es esta una de las tendencias que últimamente viene siendo perjudicada por la crisis financiera global.
Sin embargo, con la misma lucidez y responsabilidad que le ha ganado respeto y admiración en todo el mundo, el genial escultor inglés, Sir Anthony Caro (1924), ha dicho recientemente en México: Algo del arte ha conseguido valores estúpidos y escandalosos. Así que Debido a esta crisis, algo cambiará en el arte y podría haber una reconsideración de valor. Los primeros efectos de tal reconsideración ya se pueden apreciar, no sólo en los reajustes o sincerización de precios de las subastas, sino también en las transformaciones estructurales de las ferias internacionales de arte.