Recordando a mi Padre (1907-1985).
“Estamos atravesando la época triste de la decadencia de la palabra. Se ha abusado tanto de ella y en tal forma, que ya nadie cree en su valor. En todos los aspectos de la vida, en el social, en el político en el económico, en el de los asuntos privados, la palabra ha sido encarnecida, vilipendiada. El mundo discute con furor con energía, casi con desesperación el problema económico porque sabe que de él depende su existencia más o menos feliz. El mundo ve en la solución de ese problema la muerte del hambre, de la necesidad, de que el hombre sea tigre perenne y ahora mismo, aferrados como a tabla de salvación, plenipotenciarios de las naciones se empeñan en buscar un remedio a este mal, a esta terrible enfermedad, de la que no se escapan ni los sanos de cuerpo ni los sanos de espíritu. En la estabilización de la moneda, en su no depreciación, en el balanceo fiel entre la producción y la demanda, ven todos la llave maestra del sosiego universal. Todos piensan, todos hablan, todos discuten de la crisis económica. Nadie, en cambio, ni habla ni piensa ni discute la crisis moral.
Y es lógico: en todas las edades el oro ha sido corruptor; la lucha por el oro ha sido causa de que la sangre manchara muchas manos, de que muchas conciencias, alejándose de las justicias humanas, se ennegrecieran a fuerza de maldad y perversión. Y ahora, cuando en el esfuerzo por establecer la paz mundial van todos las miradas hacia el oro que todo lo puede, es natural que una conmoción sacuda los espíritus. Los intereses creados y el porvenir de cada cual fomentan el egoísmo. Por ley ineludible surte el conflicto y nadie quiere dejarse abatir. Lógico es, pues, al tratar de cuestiones económicas nadie recuerde la moral. El negocio es el negocio….
Fuerza es comprender que el mundo se mercantiliza. Se hace esclavo de la producción para obtener más ventaja material. De aquí que el practicismo, arrollando la potencia sentimental de otros tiempos, se impone para destruir lo que hubo y lo que hay de sonrisa poética. Y hasta lo existente en cuestión de vergüenza y honradez. El interés mezquino no reconoce obstáculos para su realización, poco importa que, por su consecución, todo se olvide: la dignidad, la lealtad, el proceder honrado. De ahí que se pongan en juego todas las artimañas, todos los venenos. El fin es triunfar y la elección de armas no tiene importancia. La irresponsable sentencia de que el fin justifica los medios pone en manos de todos, la felonía, la traición, las malas mañas.
Y natural es que hasta la pobre palabra que en otros tiempos fue símbolo de sinceridad y de limpia conciencia, sea una víctima más entre tantas que han caído en el cataclismo de la inmoralidad y la desvergüenza. Se miente con desfachatez, con cinismo estupendo. Porque el mundo se revuelve en un ambiente de engaño y podredumbre. Y también porque no ha sonado todavía la hora de que el látigo caiga sobre la espalda de los mercaderes.”