Mientras el dictador Trujillo erigió la ciudad de Santo Domingo como una expresión de su poder, las obras de infraestructura en los gobiernos de Joaquín Balaguer representaron la oficialización del desorden, porque fue quien abrió la ciudad hacia un crecimiento desorganizado, sin guía ni control. El estilo de la construcción en los mandatos de Leonel Fernández es, por otro lado, reflejo de su emigración desde la pobreza de Villa Juana a la pobreza de Washington Heights, en Manhattan, Nueva York, donde pasó los años de su juventud.
El arquitecto Cristóbal Valdez hace esas consideraciones al comentar el contenido de su libro “Historia crítica de la ciudad de Santo Domingo”, obra extraordinaria que narra el origen y el desarrollo del Distrito Nacional desde la colonia hasta el 2000. Es un trabajo serio de 10 años de investigación que describe primeros y sucesivos puentes, barrios, aeropuertos, calles, plazas, avenidas, carreteras, establecimientos comerciales, urbanizaciones, universidades, y que agrega al urbanismo componentes históricos, sociales, económicos, políticos, culturales de forma cronológica y precisa.
Define estilos, cita constructores, diseñadores, contratistas, ingenieros que han intervenido positiva o desafortunadamente en cada arteria, acueducto, alumbrado, monumento, sector, alcantarillado…
Excepto Antonio Guzmán, que creó la Organización Nacional del Transporte Terrestre, Onatrate, y que organizó el tránsito bajo la dirección de Milcíades Pérez Polanco, ningún otro presidente del PRD aparece en el volumen, contrario a lo que ocurre con Ulises Heureaux, Ramón Cáceres, Horacio Vásquez y los citados, que dejaron su impronta en la metrópoli, pues la corrupción, los endeudamientos externos, la inestabilidad política “se tradujeron en un desarrollo muy lento de la ciudad y en el escaso mantenimiento de sus pocas infraestructuras”.
Un decreto de Heureaux del 11 de febrero de 1884, por ejemplo, dispone “la demolición de una parte de la muralla para prolongar las calles Mercedes, Santo Tomás, Misericordia, Mártires y Regina”. En la gestión de este llegó el alumbrado eléctrico el 27 de febrero de 1896”.
Con Ramón Cáceres se sustituyen estancias “por verdaderos caminos y áreas bien urbanizadas y comienza el primer periodo de urbanización”.
En 1884 se construye “hacia el sureste la primera urbanización con fines inmobiliarios: Ciudad Nueva, con sus 19 cuadras y el parque Independencia, diseñada por J. M. Castillo”.
El laborioso urbanista historiador describe, además, el primer trazado del malecón (que él reconstruyó tras el paso del huracán David en 1979) y comenta: “En el plano de Casimiro de Moya de 1900 se destaca un parque en proyecto, que luego será el parque Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos, con una alameda que luego será el malecón desde la calle presidente Vicini Burgos hasta la Pina”.
El denominado “Paseo Presidente Billini, desde la Santomé hasta la 19 de Marzo, se construyó cuando Cáceres”, anota. Fue “la primera vez que la ciudad se abrió al mar, 400 años después de su fundación”.
Ofrece datos de la unión de San Carlos con Santo Domingo, “física y administrativamente”; la construcción de la avenida Mella; la fusión de San Carlos y Villa Duarte y se detiene en el primero para relatar su acontecer, su identidad particular, independencia de territorio que en 1911 ya se confundía con Santo Domingo. “Solo la avenida México, expresa, irrespetó la autonomía de San Carlos por algunas intervenciones que la mutilaron enormemente”. Esto fue obra de Balaguer en 1995, manifiesta.
La cautivante obra de Valdez habla del primer desarrollo de solares para personas de bajos ingresos en Villa Francisca a través de la compañía de Juan Alejandro Ibarra, cuyos planos fueron trazados por el agrimensor Arístides García Mella.
Narra el proceso de sustitución del comercio en la Isabel la Católica por el del Conde, refiriéndose a emblemáticos edificios de esa vía, como Cerame y Baquero; los inmigrantes extranjeros y sus ubicaciones; la Ocupación Norteamericana de 1916-1924, cuando se consolida el Camino de Güibia (avenida Independencia) y la clase alta levantando casas campestres en grandes extensiones de terreno. “Hacia el oeste se inicia Gascue, una ciudad ajardinada donde se asienta la burguesía comerciante y la banquera”.
Demuestra el fortalecimiento de San Miguel, San Lázaro, San Antón, “con una población de clase media y baja” y dedica párrafos a la zona colonial, Naco, Piantini, Evaristo Morales. Estudia El timbeque, Borojol, La fuente y después de adentrarse en el acueducto de Horacio Vásquez pasa a contar las obras de la dictadura de Trujillo, con sus características e historias.
Balaguer y Leonel Fernández. Tras el ajusticiamiento, apunta, surgen el Banco Nacional de la vivienda y las asociaciones de ahorros y préstamos. Nacen Los Prados, El Portal, Atala, El Cacique, arrancan las avenidas Ortega y Gasset y John F. Kennedy. Es después del tiranicidio, afirma, cuando se produce el mayor crecimiento de la ciudad.
Balaguer “oficializa el desorden, hay una segregación social y económica de la ciudad, proliferan incontrolados asentamientos precarios, algunos auspiciados por el mismo gobierno”.
Cuando se construía la 27 de Febrero, exclama, “sacaban a la gente de ahí y la tiraban en zonas como Los Alcarrizos, Pantoja, Sabana Perdida…”. La avenida Quinto Centenario, añade, “rompió todo lo que era Villa Juana, Balaguer desmembró esa zona en vez de hacer la Pedro Livio Cedeño y la Barahona que desde los tiempos de Trujillo tenían la acera norte restringida en su crecimiento para extender la Barahona hasta el puente”.
La idea de ciudad del mandatario, concluye, “era su ciudad histórica, la de los monumentos, no la de la gente, con grandes avenidas y rotondas. Desbarató San Carlos, San Juan Bosco, parte de Villa Francisca. A él no le importaban los barrios. Fue bastante traumático. Se fueron familias de forma inmisericorde”. Fue, además, “auspiciador del desorden en términos del tránsito y el transporte. Todo este caos es herencia de Balaguer”.
Sobre los trabajos de la administración de Leonel Fernández expresa que con su idea del “Nueva York chiquito” introdujo los pasos a desnivel, las grandes avenidas, desestimó el espacio físico, la vida de la calle, “porque lo identificó con el desorden que percibió en su barrio de Washington Heighs”. Lo que él entiende como progreso, reitera, son las grandes avenidas, los pasos a desnivel, no se percata de la vida ciudadana ni de la arrabalización que hay debajo.
Por eso se concretó en dos proyectos símbolos de su gestión, explica: la remodelación de las avenidas 27 de Febrero y John F. Kennedy. “Rompe con la AMET, un proyecto suyo que no se desarrolló como estaba planteado, de hacer corredores, introducir autobuses, ya era el carro privado. Las aceras, en algunos casos, desaparecieron”.
“Igual que en los tiempos de Balaguer, significó, no correspondían a ningún plan de ordenar la ciudad y fueron concebidas para el símbolo de la modernidad: el automóvil. Las consecuencias han sido la desvalorización del suelo sobre ambas avenidas, la velocidad del tránsito, la imposibilidad de uso peatonal, la pérdida del espacio físico”.