CRÍTICA
“La peste”, de Albert Camus

CRÍTICA<BR>“La peste”, de Albert Camus

Desde la época de las apacibles colonias griegas en el norte de Africa hasta la destrucción con sal del Cartago de Aníbal Barca por el naciente imperio romano, sin contar los mitológicos amores de Dido y Eneas, la costa norafricana ha sido siempre un botín de los imperios europeos.

Sin ir más lejos, las Católicas Majestades de España, a partir de Carlos Quinto, se apoderaron de casi todo el norte de África, excepto de Egipto, y hasta entrado el siglo XX conservaron la pequeña porción del Rif, el Río de Oro y la Guinea Ecuatorial. Los poetas españoles estaban felices con estas guerras de conquista. Góngora celebró la toma de Larache y en otro poema quedó la marca de la poesía imperial: “Servía en Orán al rey/un español con dos lanzas,/ y con el alma y la vida/a una gallarda africana.

Los franceses se apoderaron de esa parte norafricana cuando Napoleón invadió Egipto y los sucesivos gobiernos se alzaron de la casi totalidad de la costa –Argelia, Túnez y Marruecos- y le dejaron, en el siglo XIX Egipto a los ingleses. La Alemania nazi, con el general Rommel a la cabeza, se apoderó de parte de África del Norte después de la declaración de la Segunda Guerra Mundial hasta que sus soldados fueron desalojados poco a poco a partir de la irrupción de los aliados en 1942. El reparto de la otra parte de África hasta llegar al cabo de la Buena Esperanza es historia conocida de todos.

En este contexto se desarrolla la vida de Albert Camus, hijo de Lucien, colono pobre, encargado de un pequeño viñedo. El niño Albert nació en Mondovi, Argelia, en 1913 y sus estudios los termina en 1936 al obtener el diploma de estudios superiores (equivalente a la maestría de hoy). Su madre Catherine Sintès, era de origen español. Debido a su intermitente tuberculosis, Albert no pudo alistarse para combatir en la Segunda Guerra Mundial ni pudo presentarse a los exámenes para obtener lo que en Francia llaman la agregación, diploma equivalente al doctorado y que habilita a su dueño a trabajar como profesor de enseñanza secundaria, y luego, con otros estudios, en la universitaria. Pero la obra filosófica y de ficción que nos legó Camus le coloca por encima de cualquier agregación o doctorado en filosofía.

He escrito el nombre de la madre no por su importancia biográfica, sino porque su apellido y el tema español serán un procedimiento escritural constante en casi todas las obras de ficción de Camus. Inaugura tal procedimiento en “El extranjero” con la creación del personaje de Raymond Sintès (París: Gallimard, Folio, 1980, p. 47), amigo de Mersó, y con cuyo revólver matará al árabe, delito por el que será condenado a muerte.

En “La peste” (París: Gallimard, Le Livre de Poche, 1969), en cambio, Raymond Rambert (p. 12) es periodista, al igual que Camus en la vida real, y desempeña un papel importante en la obra, pues sobrevive hasta el final de la enfermedad simbólica que abate a la ciudad de Orán.

La figura del quiasmo es pertinente en esta construcción de la ficción. Si la peste es metáfora de la pena de muerte en Francia, de la guerra mundial y de cualquier guerra, como la que estallará en Argelia en 1954, lo es también de la tuberculosis que aquejó a Camus en la vida real, así como de la peste bubónica o el tifo, enfermedades documentadas desde la Grecia clásica  y el Medioevo hasta la época contemporánea, no es menos cierto que durante el período de estas calamidades ficticias el periodista Rambert está en Orán y su novia, a quien desea compulsivamente encontrar, se encuentra en París.

En sentido inverso, Camus se encuentra en París a fin de enrolarse en el ejército, pero es rechazado debido a su estado de salud. Le acompaña en estas vicisitudes su segunda esposa, Francine Faure, con quien se casó en 1940. Cuando los aliados desembarcan en África del Norte el 8 de noviembre de 1942, Camus y Francine quedan separados por un buen tiempo y con los mismos deseos de reunirse, pues ella había regresado a Argelia, pero la  peste como figura de la muerte y la enfermedad de su marido se lo impiden. Imposible entrar a Orán mientras dure la peste.

La redacción de “La peste” comienza en 1941, en plena guerra, pero su publicación ocurre en 1947 y se convierte en un éxito. En ese mismo año de 1942 ven la luz pública “El extranjero” y “El mito de Sísifo”. La novela “La peste” posee un sistema de escritura más complejo que “El extranjero”. La multiplicidad de narradores y el recurso al buceo de la historia de las grandes pestes de la humanidad, obligan al organizador de la escritura a estructurar un narrador principal, el Dr. Rieux, y una multitud de narradores subalternos que cuentan su experiencia de la enfermedad que abate a la ciudad de Orán.

Casi al final de la novela, a través del discurso que Tarou le dirige al narrador Rieux, sabe el lector que la peste a que el personaje se refiere, y en torno a la cual ha discurrido toda la escritura hasta ese momento, es la pena de muerte. Tarou descubrió que su padre, un eminente abogado, lograba condenas de muerte para los procesados y asistía a las ejecuciones sin el menor remordimiento y volvía a su casa como el mejor padre y marido del mundo y su hijo comenzó a reflexionar un día sobre esa conducta y descubrió que a su progenitor matar gente no le producía ningún remordimiento porque asesinaba en nombre de la ley.

De ahí en adelante, Tarou se convirtió en el enemigo número uno de la pena de muerte, la cual equivalía para  él a la peor peste de la historia, pues la peste misma como enfermedad mataba inocentes, sin distingo de raza, clase, ideología, sexo y religión. Leída de esta manera (pp. 197-205), la novela entonces entrega los sentidos profundos de esa metaforización de la peste de Orán, la cual se extenderá a toda Argelia cuando estalle formalmente en 1954 el verdadero rostro de la guerra anticolonial en contra de Francia, conflicto que cobrará cientos de miles de víctimas por fusilamientos, tortura, condena a muerte y terrorismo hasta desembocar en la independencia, cuyo origen comenzó con los levantamientos que motivaron los procesos políticos de 1937 y luego en 1945 con los grandes motines que estallaron en Sétif.

Camus, sujeto múltiple y contradictorio, con sangre alsaciana y española, no estará ajeno a esos acontecimientos de guerra anticolonial en Argelia, como tampoco lo estuvo en los casos de la guerra civil española ni en el de la Segunda Guerra Mundial. Combatió en contra de estos hechos guerreristas con el mismo ardor con que se opuso a las dictaduras de partido único de Europa del Este, las cuales, en nombre de la misma razón de Estado de las dictaduras de derecha y las democracias occidentales, enviaban al patíbulo a los disidentes políticos apegados al criterio expuesto por el personaje Tarou en el sentido de que no hay asesinato más normal y común que el que autoriza la ley de la pena de muerte: “Por supuesto –le dice Tarou al Dr. Rieux- yo sabía que, también nosotros, pronunciábamos, a veces, condenas. Pero se me decía que esas muertes eran necesarias para construir un mundo donde no se mataría a nadie más.” (p. 200)

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